Asqueando...
Qué asco de vida. Rutina, rutina, y más rutina. Reojo lo justo y
necesario a la mujer que lloriquea, tras la mesa de esta oficina. Compartida en
cubículo ridículo, menguamos musculatura otro policía y yo. Luis es otro iluso
en el castigo. Estamos encadenados al teclado. La mejor elección. El resto de
las alternativas ni siquiera fueron barajadas. Dos policías degradados que
perdemos lo añadido en gimnasio de cristalera y calle. Aprisionados entre papeles.
La señora ésta se desarrolla con lágrimas. No cuenta con mi empatía, es parte
de mi condena y el hecho de que venga a la sección de Denuncias, no la ayuda a
mi buena valoración. Se ha sentado frente a mí con demasiados aires de víctima
desconsolada. Con un grueso chal bordado de los tiempos antropológicos de la
ósea Lucy, por lo menos. Está fea cuando moquea, aunque debe de estarlo
siempre. Su marido, supongo, el señor que la acompaña, muestra una ingente
cantidad de pulgas de las pendencieras. Yo diría que es de los que le pones una
multa y te insulta violento, repitiendo que se queda con tu cara y exigiendo tu
identificación para amargarte el resto de la existencia. No soporto a ésa clase
de tíos.
Qué asco de mañana. A la primera hortera llorona del día le han robado
el móvil. Lo raro es que no lo hubieran hecho. Es provocar mostrar el dinero en
público, aunque sea transformado en aparato chillón y/o vibratorio. Represento
a la ley pero hay ostentaciones que no son de recibo. Exhibir cualquier clase
de golosa mercancía nunca ha sido buena idea: por aquí zozobran sustracciones,
abusos de toda índole y mucha violada en las noches veraniegas. ¡Hombre ¿acaso
piensan que no las vemos?, no señor, se desvisten por eso precisamente! Luego,
sucede lo que sucede.
A ella jamás le he permitido desnudarse antes de salir mi casa.
Pensando en su tranquilidad, porque no le hagan mal al confundirla. Incluso,
tras conocer el dato de que las prostitutas romanas teñían el cabello de color
rubio, la he vuelto pelirroja. No le gusta, pero se acostumbrará.
Lo que ofreces al mirar ajeno, pertenece al deseo del que contempla.
Expresa, mujer feliz con exhibir su desgracia, ante mis preguntas
cerradas a la expresiva verborrea inútil, que estaba en una terraza, con su
periódico, sus gafas de sol, y su móvil; obviamente se ha olvidado de mencionar
al acompañante mal pulgoso. Tras explicarme el valor en el mercado de su
teléfono, junto con datos tontísimos, se licúa de nuevo. Para desbordar un río
de lágrimas. Sus conductos lagrimales están en plena forma. Sus hipidos casi me
dan ganas de poner baldosas en medio, inventándome excusas que me permitan
salir con dignidad cabreada. Tal vez oculte algo más que la sustracción de un
aparato tecnológico de última generación. Las señoras medianeras suelen ser las
peores en fidelidades. El hosco marido suspira con impaciencia mientras ella
revuelve su bolso en busca de un clínex. La doy equivocadamente por
desaparecida; tras la nube poliéster en cantoso amarillo, surge como una Venus inversa
en belleza y serenidad. Su nariz está roja e hinchada, todo un tesoro para la
cámara de vídeo que la graba. Lo que se van a reír los colegas. A veces hacen
diversión de ésas cosas, recopilan, cortan y pegan, creando montajes de lloros,
risas nerviosas, seducciones patéticas o descarríos en el hablar, de borracho
tropezón. Sus preferidas son las imágenes de las histéricas. Mejor despeinadas,
mal abotonadas o con acompañantes caricaturescos, que suelen apuntar detalles
que son rebatidos por quién denuncia, a base de grititos agudos, con malos
modos, impaciencias y cargas con emociones letales. Suerte que no encuentran un arma cercana, que
empuñar o blandir. La superficie de la mesa es lisa, desnuda sin fisuras;
ausencia de un cubilete para apuñalamientos con bolígrafos, folios susceptibles
de ser tapones bucales o un buen abrecartas con que rebanar el gaznate al
entrometido. La culpa sobrecarga la atmósfera, bidireccional e inmisericorde.
Golpeo el teclado con ganas,
estoy deseando terminar mi turno de trabajo. Al contrario que esta señora deslucida,
lacrimosa, con bolso omnívoro y gran anillo ostentado en su mano derecha, fue la
mala suerte, mía propia, me emparejó junto el pusilánime quién se deshace en
halagos fuera de lugar ante explicaciones que le causan pena o estupor. La
blandura es lo suyo. Escribo la incidencia con todos los dedos, ocupados en
acertar con la tecla adecuada.
Y dice usted que había cámara de vigilancia. La mujer agita su pelo
vertical, dándole un aspecto de tentetieso con mechas profusamente teñidas. Y
dice usted que no observó nada especial en la pareja que se sentó a su lado,
¿entonces? La señora generosa en movimiento articular negativo. Como me gusta
que no hable. La voz de las personas alteradas me produce dentera. Vaya, ahora
no quiero pensar en Sara, es el momento menos propicio para recordar su voz,
esa que me ha negado. El silencio contesta a mis llamadas, desde aquel
incidente famoso en mi vida, el antes y el después de mi profesional oficio. No
me ha apoyado lo suficiente, un suspenso para ella en el compartir. Cabrona. Sara
se creía dueña de la verdad, juzgándome ante la noticia en el periódico. ¿ Qué
culpa tengo yo, si aquél tipo se puso “bravú” y cabezota? Vale que estuviera,
como otros padres, madres, abuelos, o quién fuese, aparcado en doble fila
esperando a que sus alborotadores críos salieran del colegio. Vale que comenzara
a colocar multas como un poseso sin medicar, porque me faltaba un montón para cumplir
con lo ordenado en el cuartel. Vale que sea la autoridad y que a mí nadie se
suba terco a mi chepa. Que solo quiso recoger a su hijo, gemía después. Pues
sí, lo mandé salir del coche y lo esposé… que cara de sorpresa se llevó, él y
toda la concurrencia, ¡un instante para recordar eternamente!
Luego que no me vengan diciendo que hice mal. Menudo ejemplo para un
padre que quiere educar bien a su hijo. Si represento a la autoridad, los demás
tendrán que respetarme. Así después la sociedad se queja de que no existe ya el
miedo ni la sumisión en las calles. Al contrario, el desorden y la locura
acampan por doquier. ¡Hombre! La impresora escupe dos copias del acta. A veces
no quiere, aferrándose a su opción de máquina tecnológica en obsolescente rebeldía.
Las sitúo bajo la nariz dilatada, firme en las siguientes copias, si le parece
bien. Pues no deja letra por leer, señora mía. Me mira un instante y mi
recuerdo vuela hacia uno de mis mayores pecados: antes de abandonarme, Sara me
miró igualitaria en intensidad. Ésa fue la primera y la última vez. Tampoco la
zarandeé tan fuerte, exagerada la chica. Ya entiendo el nexo de unión, el
reactivo hilar del pensamiento evocado; son azules, sus ojos, digo. Pupilas
abisales. Azules hablan, cuando el arrepentimiento quiere decirme algo y no lo
amordazo, esposándolo y golpeando con la porra su desfachatez.
Qué asco de vida. Otros que se van, dejando la puerta abierta a los
siguientes. Necesitaría fumar, aunque hace años que lo dejé. Tampoco tengo
tabaco. Así me sobreviven las neuronas, que se untarán en una caja de Petri
cualquiera. Faltan todavía tres horas para el final del horario de oficina. Me
tomaré, ya sin uniforme un whisky que recuerde lo que es no estar de servicio.
Será en el Greco, dónde la música es certera y apropiada para olvidar los
errores propios ante las virtudes ajenas. No, no tengo hijos. No lo consideré
necesario, aunque en honor a la verdad tampoco los querría, sinceramente.
Adela, mi ex, ya tiene dos ajenos a mí. Cabrona también. Tras separarnos, no
dudó en hacerse toda clase de pruebas y métodos para concebir almas pequeñas,
primero con ayuda de émbolos plastificados y después reflejándose en probetas
de cuello uterino largo. Sara no quiso hablar de descendencia conmigo, no me
veía apto para otorgar una permanencia. ¡Qué sabrá ella! Yo tampoco la veía
como madre. Sin embargo, mírala, empujando un lazo rosa con patas de gallinita
calle abajo para llegar con la mochila y el bolso, a tiempo para comer. No es
suya, a tenor del rasgado de la sien, pero muestra esa necesidad de desparramar
maternidades a lo largo y ancho del vecindario. Otra que ha seguido sin mí, sin
mayores dificultades. Me pone del hígado verla hablar con unos y otros en el
barrio. Tan ajena a mí.
Tal vez debería llamarla. O no. El silencio me exaspera, la última vez
que resonó en mi cabeza deshice en menudeos la única foto que olvidó llevarse.
Veo que se acercan a mi desnuda mesa los próximos pesados. Esta vez
diría que es un hombre que ata con correa invisible a la mujer que camina dos
pasos más allá. Casi pisa sus propias ojeras. Le mira pidiendo permiso para
sentarse. Él ya se ha desparramado en la silla más próxima a mí. Pregunto.
Vengo a denunciar que mi mujer, ésta que ve usted aquí…
¡Qué asco de vida!
Comentarios
la vida puede ser repugnantemente asquerosa, y más cuando nos aplican la justicia más injusta.
La sociedad no para de cruzarse denuncias... por maltrato.
Hay mucho que leer en este relato.
Lo tocas con inusitada delicadeza, evitando la crueldad.
Pero la tiene.
Un placer tener un relato tuyo que leer... en esta tarde lenta.
Besos.
A dia de hoy la vida es una sombra de lo que debería ser, y las personas son cuerpos vacíos de esperanza y dignidad.
Por suerte, de los millones de personas que pueblan este páramo desierto que es la existencia, aún quedan algunas que reflejan la verdadera realidad que nos rodea.
Abrazos.
¡Como describes las situaciones que parecen a veces imaginativas, pero que siempre son reales!
Sigue por ese camino y tendrás un puesto en el mundo de la expresión literaria
Pero no sé qué comentar. ¿Qué me gusta como lo que escribes? ¿Qué destilas un buen estilo descriptivo? ¿Qué son tus sombras nuestra luz y tus silencios entre frase y frase, nuestros latidos?
Porque tengo la sensación de que siempre acabo diciéndote lo mismo. Escribiendo las mismas cosas. Es como tener esa sensación de lo que escribo ya lo he escrito cuando, sin embargo, lo que leo no me parece haberlo leído nunca. Vamos, un lío, pero yo me entiendo y como me entiendo no quiero repetirme en mis comentarios. Porque al final me vas a censurar por creer que hago y copia pega de lo que otras veces te he escrito…
Porque, a veces pienso que me extralimito en mis comentarios. Quizá sea así, pero si lo es, créeme, lo es como respuesta una provocación. Una de esas provocaciones literarias. Uno de esos textos que invitan al disfrute, primero, a la reflexión, después, y al duelo, por último. Claro, lo de duelo, me refiero, a batirme con tus letras, con tu cabeza, con tus maneras, para ver si soy capaz de arrojar un puñado de letras que conformen un tapiz literario. Mientras obra el milagro, vendré a contemplar tu escaparate cargado de letras intencionadas.
Susi, no dejes de escribir, no dejes de crear esa atmósfera que confiere a tus relatos un aspecto único, un universo sin igual… Leerte es transitar la misma calle y no tropezarte nunca con las mismas personas. Leerte es subir a un autobús de línea urbana que siempre conduce un chófer diferente. Leerte es encontrarle un sabor diferente a café cada día, aunque lo tome en el mismo bar. Leerte es ordeñar las nubes para que las gotas de agua fertilicen tus siembras de verbos… Leerte es adivinarte domando palabras para alimentar conciencias...
Muchas gracias, y mi admiración.
Mario
Desde que no entraba aquí veo que no has perdido un ápice de calidad. Conservas todos tus recursos en plena forma, perfectamente engrasados, para deleite de tus lectores. La vida, si sigues escribiendo, será un poco menos asquerosa, así que no se te ocurra abdicar de la escritura, que haces falta. :)
Que es una maravilla leerte siempre. Que admiro tu capacidad de meterte en la piel de los personajes y regalárnoslos para vivirlos, y que la ambientación que haces del relato me envuelve y puedo respirarla.
Gracias por compartirlo!.
Un abrazo muy fuerte
Susi Dios te ha dado un gran talento y tu tienes la generosidad de compartir con nosotros, es cierto que la vida tiene zonas oscuras pero tiene muchas mas zonas iluminadas por la generosidad y el amor.
Un fuerte abrazo
Saludos y un abrazo.
en comisarías y en otras oficinas
a donde se acude cuando se nos ha
hecho cualquier fechoría, que no estén cortadadas por este patrón,
porque entonces ya no quedan muchas cosas en que creer.
Has hecho una interpretación de la historia tan real que pareciera
estar sucediendo.
Eres una gran escritora.
Biquiños Susi.
Besos de MA.
Un fuerte abrazo