HETARIA







HETARIA




Pues claro que la quiero.

Y ella también me querrá. No tiene mas remedio. Mi estatua bella. La quiero porque formará parte de mi carne y de mi sangre. La quiero porque dejará de vivirse por vivirme, formando un solitario animal, ella y yo. Formaremos un tándem virtuoso en músicas, su voz y la mía. Ella siempre dirige la batuta; yo coloco muy bien la partitura en el atril de sus muslos.

Es una Hetaria, una compañera. Tiene cultura e ingenio. Encima de su belleza, que hace marear mi cerebro, alzando mi libido hacia el infinito cielo. La primera vez que la observé desnuda, hubiese deseado la muerte, pues ya no podía concebir no poseerla cada minuto de mi solitaria existencia, qué minuto, digo, cada porción de segundo en que dividirse pueda la impenitencia del tiempo. Es su olor el que necesito para que mi olfato despierte, también que mis córneas se abran para aspirar al universo, hasta que mis costillas se troncen, intentando aletear como mariposas que agonizan sin el polvillo de su alada brillantez.

Claro que la quiero. La quiero por ser esclava antigua, dueña ahora de sus ideas, arrastrando las mías hacia una realidad que no contemplaría sin sus ojos. Qué poder de diosa la colma cuándo me descubre asombrado o maltrecho al fin del día. Ella es, y nunca otra. 
Se reía. Todo el tiempo. Con esa sonrisa con encaje cristalino y transparente que me hundía en su lodazal del infierno. Le divertía observar mis arrugas viajando hacia arriba y abajo desde la montañosa decepción infeliz de mi rostro. 
Anciano desde piel externa soy, en desgracia; por seducirla, rompí mi gastada túnica, mi ajado canto de ácida amargura y le ofrecí una casa renovada en teselas y alfombras. Ella contempló mis canas, mis arrugas y mi torturada edad. Marchó sin decir nada, diciéndolo todo. Al día siguiente, excitado yo como jamás el hambre sintiera un anacoreta deshonesto y loco, me despojé de barba, corté mis cabellos, iluminé mis mejillas con afeites. Ante su mirada, la mia refulgió como diamante de juventud, más el desdeño salió desde sus pérfidos labios hacia mi encogida alma.

- Me pides lo que ayer le negué a tu padre, ¿sabes?

Sus crueles decisiones conseguían transformarla en el monstruo más perfecto y bello de la tierra. Mis ojos estaban ciegos, tal vez muertos, buscando un jirón de piedad y suplicada fantasía.

Pero el tiempo le dio tragedias. Fetos que no fueron sino excrecencia maligna, huéspedes solitarios flotando en medio de su vientre, sufriendo burlas de quienes ella creía ser amada y solamente la utilizaban. Enfermedades pustulosas que vinieron, que jamás logró sanar el galeno. Dramas que su cuerpo acusó en forma de llorosidad manifiesta. De secano fue su sonrisa, en mueca transformada. Amantes que se fueron, tras usarla por arriba y por debajo. Amantes que se estrellaron contra su pecho y hubo de destripárselos desde la matriz del corazón del tiempo. Amantes que fueron carámbanos ante sus labios. La misma medicina le dieron. Con ensañamiento, mereció lo sucedido. Gente que la vació a mordiscos sin piedad. Gente carente de alma que se apropió de la suya para construir un nuevo suelo dónde pisotear sus diminutos añicos.

Urdía malevolencias y bien que se regocijaba de los resultados. Era constante en sus mentiras, enredando chismes en la vida pública, para alcanzar la privacidad menos excusable. Una Afrodita peligrosa para la visita bajo cualquier túnica de un Eros descuidado. Rompía familias, pactos, miradas y lechos. Con esa frialdad que se le atribuye a la segadora parca.

Estaba yo esperando, agazapado en un rincón de su vida. presente siempre, sin incomodar nunca. Los dedos engarfiados para no caer de su compañía. El pico verbal preparado para la oratoria subterránea en los circunloquios de sus hermosas orejas. Los pies siempre prestos para dirigirlos hacia dónde ella me indicase. Jamás decaí en la constancia de saberme invisible y a la vez, imprescindible. Un tiempo fue agridulce, sintiendo ella que el mundo se acababa junto con el color de sus cabellos. En vilo estuve, aguardando a que su faz se marchitara, desplomando la ebullición que provoca el amor en demasiado uso y mucha venta; infinitamente gastado.

Al final, la recogí del suelo. Quizás desde mucho más abajo. Del terreno dónde el fango se ha mezclado con sudor, orín y el peor olor que define un ser humano: la vergüenza de caer.

Ella me quiere porque la sostengo… porque no me importa lo que es, lo que ha sido. Ella me colma. 

Solo había que esperar.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Me encanta , como siempre, me fascina escuchar tu vida gracias
Narciso

Entradas populares