LA VILLA DE LOS DOS NIÑOS
“LA
VILLA DE LOS DOS NIÑOS”
Sabes?
no soporto que llores! de verdad que eres insufrible. Escucha! Voy a por el
látigo, o prefieres que te rompa la cabeza con la figura china del pasillo? No?
La mano abierta hace daño suficiente para reventarte la tontería. Encima ahora,
haz llorar a tu hermano! Lo que me faltaba! Una maldición que vinieseis a este
mundo, que giraba perfectamente sin vosotros dos, y sin ésas bocas tenebrosas y
oscuras que constituyen los túneles dónde muere cada día mi propia mente!
Me
impide hacer cosas veros ante de mí, con vuestros sordos oídos, como si acatar alguna de mis órdenes fuese
mancharse de un fango lleno de lombrices o quemarse con grandes dolores en el
infierno. Soy mejor que lo que el mundo cree! Qué el universo lo sepa! Tengo
grandes planes, inmensos proyectos! pero vosotros, enanos, sois mis lastres,
mis pesados desechos; mi condena en vida! Está bien, maldita sea! Ya vale, he
dicho! No me estáis escuchando?
Chillidos
que hacen que mi cabeza pierda el sonido de metrónomo que guía mis
pensamientos. Secuenciando así lo perfecto de lo imperfectos que os ven mis
ojos. A golpe de ritmo, se organizan los planes que deseo conseguir, a los
cuales no deseé renunciar jamás. Suena y resuena, adaptándose a la desaparición
de mi propia escucha activa, bajo los sonidos que rebotan en el sofá, reptan
bajo las baldosas, rompen los cuadros del salón, deshilachan los soportes de
las sillas. Sois mi degeneración como ser auténtico.
Yo!
Yo, tenía planes antes de que llegase el momento fetal dónde surgió cada una de
vuestras estúpidas caras!
El
rostro apergaminado de vuestra madre era bobalicón simple, con ésa cobertura de
porcelana quebradiza y blancuzca que desdeñé. presa atormentada en su totalidad,
de fanático pudor. Exigente y caprichosa! Una figura de mausoleo sin rematar. Una
desidia escultórica. Un saco de carne fantasmal. Igual enfermedad os domina.
Estáis ya tan enfermos! Ojalá el final sea similar para vosotros; anhelo eso cada
día.
Languideced,
menguad!
He
recurrido a triquiñuelas para lograrlo, aunque las aparto cada noche al veros
dormir. Estáis llamando a ésas sombreadas zonas de paternidad. Yo desoigo la
llamada antropológica con satisfacción de saberme un animal vivo y libre de
juicios. Recojo mi rezo y orgulloso estoy, de no sentiros como algo mío. Con
los párpados cerrados, dormitando sobre las mejillas sonrosadas que otro vería
con dulzura, soy consciente de mi necesidad de no continuar anclado a vuestras
respiraciones.
La
muñeca débil se empeñó en complicarme la vida. No una sola vez, sino dos veces.
No fue por cobardía, sino engaño. Tenía agujeros que me hicieron sentir
superior, dónde soñé que eran otras mujeres sus dueñas. A mi servicio, todas
adquirieron su cuerpo y gimieron en mi cabeza muchísimo más fuerte que cómo
ella lo hacía. Tan sutilmente, que diría fingido.
Polluelos
malditos. Cerrad los buches de una vez! No tengo más alpiste que echaros, pues
que no lleguéis a crecer es una de mis motivaciones. Callad! Morderos al uno al
otro! Zamparos entre vosotros!!
Mientras
descansan vuestras odiadas demandas cachorriles, yo maquino. Yo pergeño. Yo
fabulo. Yo os desgarro. Escucho el andar moderado de la maquinaria hasta que el
compás se acelera hasta la alegría de los cien por minuto. El ansia de no
visionaros entre mi espacio, alcanza el doscientos transformándome un ser
efectivo en su resolución. El ansia me rompe los nervios, las fibras
musculares, las sinapsis, los tendones cerebrales. Es mi frecuencia más
resolutiva. Mi cabeza no para de golpear. Tac, tac, tac, tac, tac, el segundo
que llega tropezando, alterado, sudoroso por ver cumplido el destino de mi
libertad.
No
os desvisto de La ropa que lleváis. Es la adecuada, tanto de día como de noche,
aunque se presente en colores rojizos y amarronados, disimulando el estampado
de varias semanas sin muda ni lavado. El olor lo soluciona la distancia que
coloco entre nosotros; la máxima posible.
Qué fácil es olvidar la carga
genética que dicen que compartimos!
Vestiros
con la precisión exigida, me ha costado trabajo, no creáis. Fui obligado a sortear
las lápidas en plena tormenta, tras el entierro, para que nadie me detuviese.
Soy de los que no arrancan huesos al camposanto para, tras molerlos, fabricar y
negociar con bebedizos. Ésa falsedad quiere sanar, o hacer creer que es posible
restablecer la salud de los desahuciados. Abrir la tumba me llevó menos tiempo
de lo que creí al principio; la tierra estaba poco apelmazada, por lo
reciente. Es que no podía esperar a desenterrarla! Acababa de hundirla en el
más allá, lo sé, aunque temblaba de felicidad. Mi ánimo cedía ante la ocasión de
reírme por verla con su tez clara marcada de lívido azul, de morados próximos
al agusanamiento, de luces ya convertidas en eternas sombras. La loza de su
vacía expresión, rota por fin.
Dicen que la ropa de los difuntos, atrae hacia
el mundo de los espíritus a quién se la viste. Me conformaría que su enfermedad
fatal se contagiase con el roce. Se adaptó bien la viudez desconsolada frente
a la sociedad triste y cotilla. Cuánta lástima proyectada sobre mi persona,
tanta que hasta molestó la división de mi desgracia entre los “pobres
huérfanos”, como si la pérdida fuese menor en mi caso. El estado de “Viudo
gozoso” reventó por la responsabilidad añadida de dos mocosos. Ahí estáis.
Dormid
igual que hacen los muertos. Los que no molestan. Los eternos.
Caminad,
bastardos hijos fuera de mí persona, con firme exhalar hacia el sarcófago. La
inutilidad hay que atajarla, sois desechables y plomizos.
Sois pequeños
excrementos. Nada mío.
Durmiendoenunapapelera.
Susi DeLaTorre
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