PRIMER TACTO



PRIMER TACTO


Lo que recuerdo más vivamente, es que no desperté del hechizo pasional hasta salir con el cabello saciado en curiosidades, mojado bajo la luz clara y vibrante de las farolas de la ciudad. Me dejé bañar en fosforescencia y sonidos urbanos. Colores de semáforos con restos de bolsas de aperitivos consumidos entre dos movimientos de reloj. Levité la vuelta a mi casa, puliendo esquinas y levantando adoquines para encontrar la playa que siempre aseguraban estaba debajo. Aquél día, incluso construí castillos preñados de caracolas internas. Mi cabeza giraba sobre lo ocurrido, a pesar de mi euforia.
A lo largo de mi vida, me he encontrado con hombres que me han atraído hacia ellos de igual forma, con un simple alargamiento de brazo, tras abrir los párpados y observarme, tras contemplar, encapricharse y desenamorarse en un par de encuentros selváticos con cualquier otra mujer. Desde luego, yo no era la que les cabalgaba primero, de eso se encargaban las más divertidas, más fuertes, más altas y rotundas que yo. Pero volvían de rebote, en plan remanso de unas relaciones que jamás llegaban a lo que ellos deseaban, o que se aquietaban en alguna coordenada vulgar y carente en profundidades, negándose a caminar un poco más allá. Eso en el mejor de los casos. Con los años, he comprobado que también rebotan las relaciones estacionales más diversas en coloraciones, desde las amarillentas yermas hasta las fecundas, pluviosas y azuladas. Aunque si me dejo llevar, recuerdo que la insuficiencia urgente de la primera caricia era un hermoso momento estallido, que mutaba lo presente para encontrar futuros ya instaurados e imparables. El primer tacto es el definitivo.





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