MUJERCITA...




Las persecuciones son estimulantes. Perseguirla a ella, un completo placer. Me estoy divirtiendo.
Escucho su respirar con ése aliento jadeante y sudoroso, de presa acorralada, descomponiendo su organismo interior.

(Arrítmica en jadeo. Variable. Frágil)

La persigo con grandes aspavientos, los brazos pretenden círculos tormentosos en éste aire que corta ella, pues le otorgo ventaja en la contienda. Limosna del vencedor. Las zancadas aplastan obstáculos mudos que harían desistir a otros perseguidores. A mí no me sucede.

(Ella no ha sabido jamás respirarme)

Mujer mía, dejándome sus exhalaciones al viento que poseyeron sus pulmones, acicate perfecto para ver crecer mi empeño. Mi deseo es su miedo.
El suelo del bosque cruje, se lamenta, grita. El sol no ha tocado las oscuridades húmedas dónde ella y yo, jugamos a perseguirnos, monstruo yo, gacela ella.

(Colmillos en busca de su carne)

Ramas que se rompen, sumisas, al peso que las asesina, mientras las rocas en las que me apoyo, se pulverizan con un gemido. La hojarasca se pudre en depresión, lleva mis huellas impresas.

(Calla, amor. No caigas todavía.
Las flores... estallan)

Expuesta queda la canción del egoísmo, bien entonada, segura en tono, forma y volumen, rellenando la bestialidad que le muestro con descaro. Impropio soy.
Las zarzas intentan impedir que atraviese el camino, por solidaridad inútil con la fémina que se acorrala en su propio miedo. Ésas zarpas son iguales a ella, desgarrantes, agudas y esquinadas, provocadoras e hirientes, siendo preciso limar su constante desvarío. Para que no usurpen atribuciones indebidas.

(Dice que soy yo… a veces tiene razón… Todas las veces)

La inocencia de su tul se retrasa, llegando tarde a su alocado escape, probando a frenar la inutilidad del gesto. Se ve prendido en las espinas de los arbustos, entre la maleza, aquí y allá, sin orden lógico más que la dirección que su dueña toma a capricho. Tienen los pedazos, más sensatez que la cierva de largo cuello y ojos inmensos, hocico suave, que niega ésta maldad que transporto. Veo otro trozo, engarzado en un espino.

(Un hermoso encaje de tul. Etéreo. Alado. Imperceptible)

Lo pinzo entre los dedos, tironeando por liberarlo de su enganche al arbusto. Se desmaya mientras le concedo unos segundos para acompañarlo en su desaparición. Me regodeo en su desfallecimiento, lo rozo contra mis yemas; pedazo rosáceo de mil tonalidades que componen a ésa mujer, que siempre me huye. Rosas que ajustan su talle, pintan sus labios y afianzan su piel a un color que me enloquece.

(Creo que es ella misma, un pétalo caído que se pudrirá si no lo diviso a tiempo, antes de aplastarlo con ira)

Existen tactos enguantados, cuyo anestésico es la virtud de propagarse en el cuerpo de quién los atrae. Partículas frenéticas de una vitalidad ajena que los nutre y engrandece.
Camino unos pasos más, rugiendo para que conozca lo cerca que me encuentro. Tiembla. No es una sorpresa. Odio a la vez que disfruto. Saboreo el siguiente recodo, presintiendo ya el que me reserva ella. Su calor en los muslos, el último latido en su pecho.
Escucho su febril lamento y, quiero pensar, fingido. Las imágenes me ciegan la razón que no poseo, que desenfoco desde la nebulosa de mi cerebro. No importa.

(Mis manos tienen el color de sus ojos)

Se aproxima el momento de capturarla. Le daré la vuelta a su cintura, aunque grite, arañe, patalee y, tan imprevisible en su deseo, sonría con delicadeza de mimosa flor. En mis pesadillas jamás posee mi cuerpo con dulzura, eso le falta.

(De eso, mi chiquilla… careces)

Quiero atraparla por sus ropajes, ajados, maltrechos y heridos. Encontrarla vencida, despejando la duda entre quién verdaderamente es y lo que muestra. Tampoco yo soy lo que creía. Lo haré con rapidez y violencia, apartando sus telas, victimizarla, hablarle grueso, separando los cabellos del adhesivo de sus resecas lágrimas.

(Miente: no me teme)

No comprende, error de hada, que debo regalarle el sentir de unos dedos en su garganta, premio y recompensa por haber accedido a ser mía.
Hoy me ha suplicado, con la mirada, que la libere del sufrimiento de verme padecer sus dudas, sus vacilaciones de proseguir unos devenires futuros a mi lado, destinados a la infelicidad perpetua.

(Le grito. Ella solloza)

Lo hemos pactado, mirándonos de frente, jurándonos que mantendremos el amor puro, intachable. Yo accedí a todo; al sacrificio de los momentos tiernos que sin duda tendríamos. Los sé, maravillosos. Mi mujercita rosácea, cumpliré tu deseo porque tú me lo pides, para que no sufras amaneceres a mi lado, tu cintura bajo mis manos pesadas, tus piernas inmóviles por mis brazos, incapaz de dormirte, sintiendo mi vigilancia acechando cada variación de tu cuerpo.

Te diría que, poco duró el amor y eterno se convirtió el infinito.

Mi vida, no mereces una buena muerte, sin permites que luchemos juntos, para abreviar mi degradación. Mejor es el trato acordado, digo y ella me mira con pestañas separadas y pupilas brillantes, trata de decirme algo que ya sé: no quiere morir, lo ha pensado mejor. Que intentará soportar al monstruo que cada vez, toma más espacio dentro de mi forma humana.

Tonterías de mi pequeña, que era más mujer cuándo más valiente fue al aceptarme.

(Descansa, amor... ¡Estás a salvo!)
               



                                                     Susi DelaTorre

Comentarios

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