Nombradme!



¿De veras queréis saberlo?

¡Escúcheme de una vez, maldita sea! Para mí… ¡es Dios! Así lo llamo. No entiendo qué le reprocha cuando habla uno de los ineptos que no hacen nada por arreglar las cosas. ¿Quién se cree que es? Ahora lo somete a juicio. No tiene perdón. Debería caerle la cara de vergüenza. Ni se atreva a ponerle adjetivos descalificativos. Él salva vidas, las recoge maltrechas del suelo, las pule y las arranca de las pezuñas del Demonio. ¿Oye? ¡No escucha! ¡Qué sabrá usted! ¡No fue su sangre la que se derramó! ¡Ni la bala tenía su nombre! ¡Mi hijo, inocente en el juego, rodeado de gente a plena luz del día! Qué ha pasado, decían los policías que se acercaron, a paso de caminante ocioso, con la mano posada en la culata de las pistolas. 
Qué calma, señor, ¡que gran desfachatez! 
Llegó el primero con paso chulesco de barrio bajero condecorado. Seguro que fueron los gallitos más prometedores y por no caer en el ridículo, denigrándose persecuciones mil veces fracasadas, quedando como idiotas, les ofrecieron hacerse polis. ¡Si lo sabré yo! ¿Qué me ciña a la pregunta? ¡Pero bueno! ¿Acaso no estoy diciendo la verdad?
Mire, me da exactamente igual que digan que el sospechoso está mal de la cabeza. Con más razón para encerrarlo, si no es posible ejecutarlo, ya que es un peligro para la sociedad. Es un asesino, sin excusas ni etiquetas que lo puedan dejar sin castigo. Quisiera verlo colgado, con las tripas por el suelo. Aún con eso ¡no me sentiré satisfecha! 
Pero ¿qué dice? Si, ya escuché al psiquiatra, que ni pinta tiene de un médico de verdad; el mundo sabe que no lo es, ni medicación, ni terapia efectiva, ni nada resolutivo; solo ordena hablar bajo posturas facturadas. Alguien pagará tus sesiones, incluso yo, sin comerlo ni beberlo. Le quito peso a su título. Lo mismo con, si soporta oírlo, los abogaditos que pueblan los márgenes del buen sentido, encrespando triquiñuelas legales. Dijo algo sobre que el salvador de mi pequeño era un narcisista de manual, capaz de manipular situaciones para convertirlas en algo provechoso. Una mente perturbada gravemente alterada. Algo sobre un buscador de un inflador de ego, producto, pobrecillo, de algún suceso pasado traumático de su infancia. Se atrevió a sugerir, con máscara de verdad, que sería interesante hacerle un seguimiento retrospectivo. Y su conclusión es que el criminal francotirador y el ángel de manos preciosas, liberador de la invalidez o muerte de mi hijo, son la misma persona. ¡Ridículo! Diga usted que no tienen arrestos para averiguar quién fue. Buscan la conveniencia del diagnóstico; una cabeza de turco. ¡Envidia! El mundo no tiene la dignidad de llamarse de ésa manera. Somos habitantes de un zoo sin barrotes. Colmillos, pezuñas y garras. Hipócritas engañosos. Cualquiera diría que el criminal es un ser digno de lástima, por lo que carece y lo que desea adquirir. Los hombres extraordinarios molestan. Ah, le sorprende que sea capaz de sintetizar ideas. Usted también es idiota si cree eso. Los médicos necesitan enfermos igual que los mecánicos de coches, averías, los militares, guerras y las demás personas, que otras, a consecuencia de sus acciones, se autodestruyan. Así que rebuscan en grandes vademécum hasta encontrar un perfil que se ajuste al “sujeto”, aunque sea forzando líneas. Éste tipejo escarbamentes parece que les ha convencido ¿no? Entonces pienso que él también lo es, haciendo declaraciones que recargan su ego y su necesidad de llamar la atención. ¡A ver si la cosa va por ahí!
No aparte la mirada ¡está siendo cobarde!
Bien, señoría, ¡me tranquilizo! Prosigamos, aunque sea por perderles de vista. Ordena usted que responda sólo a lo que se me pregunta. Sí, es cierto, mi hijo estaba en el parque. ¡Qué sí! Correcto, yo estaba un poco alejada, sentada bajo un árbol, disfrutando del sol. No, señor, no tengo enemigos capaces de hacer eso, ni amigos tampoco. Y no me venga con el cuento de que mi expareja era un hombre violento, más básico que una ameba. Lo descarto por múltiples razones. Está demasiado lejos, en otro país. ¿Acaso no lo han investigado? Así perdemos el tiempo ¿entiende usted? Dan vueltas retóricas sin objetivo práctico. ¡Cómo se nota que no les duele! 
¡No es él! Le quieren desprestigiar porque es un hombre bueno dueño de sabiduría prodigiosa. Un cirujano que ha devuelto la vida a mi pequeño, no puede ser a la vez el cruel asesino. ¡Me da igual ésas pruebas que presentan! Si estaba en la “escena del crimen” será por su halo divino: llegó hasta allí para atender más rápido a mi hijo.
¡Si no fuese por él! 
¡Loado sea!


Comentarios

Domingo ha dicho que…
Víctimas y verdugos, verdugos y víctimas. O todo a un tiempo. La dualidad que nos hace ser como somos. La terrible imperfección.
fonsilleda ha dicho que…
Para empezar, dejo un aplauso cargado admiraciones.

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