FOCALIZACION BUITRE
Meto la cabeza en el horno. Con
previsión, he sacado la bandeja recubierta con el papel de silicona con el que
acabé de hornear, hace parece mil horas, las últimas galletas.
La cocina huele bien, aunque algo
recargada de sabor. El olor de asado, con el de guiso, se ha quedado
impregnando mi pelo. Lo noto y vuelvo a sacar la cabeza. Me hago una coleta de
cabello cano y lo recojo adecuadamente. Solo faltaría que cayese algún pelo distraído
en alguno de mis platos.
Hay que cuidar hasta el último
detalle, desde emplatar con estilo y creatividad hasta fregar hornillos y
mandos de esta cocina, que ha sido mi cómplice.
Ahora sí, estoy a punto de entrar
en mi horno. Es mi turno. Considero que ya he cocinado lo suficiente. La comida
ya desborda toda superficie alta disponible, he tenido que comenzar a situarla
en el suelo. Hasta he tapado la parte superior de la lavadora, allí he colocado
un hermoso frutero con fruta escarchada. Tiene un aspecto estupendo y su
importe roza lo que me costó de ocasión el féretro de mi difunta esposa. Ellos
se merecen menos, pero el banquete que les aguarda a la fuerza, será histórico. Tendrán bastante para engordar como pollos de
corral. Cebados al estilo de los animales en cautividad, que no se mueven para
no cesar de ganar peso. Igual les gusta. Todo el menú es dinero. Cada
espárrago, cada tomate, cada pescado. El mercado es un lugar de derroche y de
atraco. Ellos tienen el vicio de probarlo todo y de saborearlo entre grotescas ensalivaciones. Así les luce. Yo no quiero más este sinvivir. Quiero
el control del caos. Si el objetivo es el dinero, quiero que todo el mundo me
lo dé. Por las buenas, con solamente mi presencia. Doy pena, despierto el sentimiento de caridad; soy
desgarbado, esquelético, vacío de músculo y con voz educada pero llena de
victimismo.
Si el resto del mundo no
valora el dinero, mejor. Pensarán que hacen una buena acción dividiendo
su billetera conmigo. Yo tengo ingresos de sobra, a decir de las ayudas que solicito y no me adjudican por exceso de números, pero quiero un extra. No puedo resistir placer de robar
al mendigo de la esquina, el saquear el cepillo de la iglesia y sisar en los embutidos
en la charcutería. El papel que colocan sobre la báscula, bajo el fiambre, pesa
en el balance final. Es un robo.
Mis hijos no son ricos. Es mi
desgracia. Sí lo fueran, aún con pasividad privada de la necesaria ambición,
ante el dinero por ganar, yo podría vivir a gastos pagos. Pero son unos
inútiles. Invertí mi peculio en ellos para nada. Ni sesera incrustada entre las orejas les
otorgó el nacimiento, ni espabilación suficiente para obtenerlo; un asco de adultos:
merecen lo que tienen que es: nada sumado al aire. La mesa del comedor ésta
repleta de viandas. Se mezclan los pasteles con los guisados. Una montaña de
bizcochos se desparrama sobre las patatas duquesa y las croquetas se mezclan
con el caldo de tipo portugués. He perdido la noción del tiempo mientras
preparaba una buena farsa para amoldar con las yemas de mis dedos, ya
siliconados, la empanada gruesa de los restos del pescado dorado al limón. He
usado la totalidad de los ingredientes, pero eso sí, todo ha sido medido al
dedillo.
Anoté en una libreta, simple, estudiantil, el dinero invertido y
gastado. Me convertí en el agosto de los puestos del mercado. Me preguntaron si
estaba bien, con destellos optimistas en los ojos. Me tienen por un hombre
cabal y sobrio, de etnia británica devenida a una ciudad dónde se pierden los
detalles característicos del buen hacer. Cada ingrediente, especia, salsa, es
contabilidad. Es también dinero, la comida. Sé invierte y se utiliza; es
necesario pero no tanto como se pretende. Es posible vivir sin gastar con tanta
tontería. Yo mismo he comido durante años una loncha de queso y pan reseso. Con
las migas que restaban sobre el papel de publicidad (jamás más lindo mantel,
barato y colorido) eran adaptadas como espesante,
forma deliciosa para paladares con hambre de ahorro, el mío.
Pero debo de estar
viejo; cada vez soporto menos verles cada Navidad más y más obesos, como
queriendo asesorar la felicidad en montañas de azúcar. Les odio. Sí llegó a
sospechar que esto era la paternidad, hubiese puesto remedio. El sexo no
compensa a la felicidad que te dona un buen colchón bancario. He cocinado, sí,
con esmerada receta de chef. Ellos me pensarían cobarde para asar también mi
despojada cabeza. Quiero que sufran al no poder comer todo lo que les preparé
en ésta ocasión. Que sus fibras interiores estallen del esfuerzo. Sus gargantas
separaran en rojo proponiendo despojarse de la postura inicial. La nuez de adán de mis despreciables yernos fallecerá por asfixia y los ovarios de mis hijas hablarán, chillando hasta menstruar.
Estoy deseando abandonarlos a su mala suerte. Toda
mi herencia catastral en comida, que genio soy. Dirán ellos que siempre he sido
un avaro egoísta, pero reconocerán mi
mérito al urdir tamaña venganza. ¡Qué les aproveche!
Abro la llave de gas y
respiro hondo, ahogando la risa...
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