TALISMÁN MUTILADO
Talismán
mutilado
- Es
blanco.
- _ ¿Cómo
que es BLANCO? ¡No puede ser blanco!
- _ Te
lo he dicho: es blanco. Es uno de nosotros, uno de los nuestros… pero es
blanco.
- ¡Estás
loco! ¿Acaso nos quieres poner en peligro a todos? ¿Has pensado por un SOLO INSTANTE
en el peligro que corre mi vida, en nuestras familias, en ti mismo? ¡No te
importamos nada! ¡Tú y tus quimeras, tus heroicidades, tus desatinos! ¡Nos
matarán a todos!
Y ahora vas y me dices: es BLANCO. ¡Lo
peor que puedes decirme! ¿Qué locura te ha dado? ¡¡Maldito seas!!
La mujer se arranca el delantal con
violencia. Una agresividad dirigida hacia él. Una mujer que demuestra con su
acto, la clase de hombre que sería si lo fuese. Pero no lo es y la mujer
proyecta contra sí misma la ira ante la blandura de su marido.
Busca el hombre un cigarro, entre las
ropas. El silencio se apodera de la distancia y se espesa. Irrespirable. Afuera
todavía no hace mucho frío, que prende en la naturaleza oscurecida. El cielo
carece de luna. Demasiadas carencias. Suspira con resignación. Divaga sobre la
importancia de los valores firmes que sustentan a cada persona. Divaga sin
freno, alterado por el desacuerdo anterior. Conoce a su mujer y sabe que nada
conseguirá tratando de apelar a su razón. Leiza era tan temperamental como
bonita fuera en otros tiempos. Entonces la perdonaba con frecuencia, con gesto
de padre magnánimo y premiándose con la posesión de sus húmedos labios sobre la
colcha. Tiempos que perdieron contorno, forma y encanto. Perennes inviernos
sustituyeron las escasas lluvias primaverales. Con la época de sequía se
deshidrató también, desecando el amor que por ella sintiera desde muchacho. Su
amargura le hacia daño en el paladar. Dejó de besarla mucho tiempo atrás. Ella
no lo echó en falta, ni se lo pidió jamás. Ni se dio cuenta.
La situación se estaba convirtiendo
en desesperada. Hacía ya tres años que acogiera al chico. Era necesario esperar
todavía un tiempo, se decía, pues la amenaza de un cáncer de piel impregnaba cada
una de sus células, agazapada para apoderarse de su rubia piel. Y esto unido a
lo otro, era un reclamo dirigido hacia lo peor que los hombres pueden hacer con
quién creen diferente. Una parte de él deseaba que lo encontrasen, por no
sostener la responsabilidad insomne de una noche más. Ansiaba descansar sin
temores. Calaba en lo más hondo de los pulmones, el humo de su portátil
chimenea. Odiaba fumar, pero continuaba porque con más frecuencia, se odiaba a
sí mismo por pensar o hacer cosas indebidas. Sin embargo, no era ciego, ni sordo,
ni tacaño en lo humano. Leiza no lo entendería jamás, tal era virada su
naturaleza. Era ella miserable en afectos; ignorancia analfabética igual que
otras cualesquiera.
Al comienzo fue difícil. El pajar no
era adecuado para acoger a un niño. Y menos a un niño perseguido. Testigo de su
desgracia infinita, sin entender la culpabilidad. Atemorizado, asustado, que trataba
de ocultarse de su bienhechor y jamás asomaba al no ser que fuera descubierto. Su
pelo cumplía el mimético objetivo de perderse entre el tono pajizo de los troncos
de madera, del cobre bruñido, color briznas de paja y sombras.
Un animalito asustado que con enorme
mirada sin color, interrogaba sin gesticular, incómodos porqués. Lacerantes para
él y para su protector. Leiza intentó obviar la vida que se desarrollaba a su
pesar en el galpón de madera.
Bastante tenía con sacar adelante las
labores cotidianas, arduo trabajo que no frenaba la hiperactividad de su
cerebro. Giraban sus pensamientos ante un desértico presente y sobre un futuro
soñado, concluyendo que todo iría a peor.
El antiguo deseo de quedarse
embarazada traspasó tenues líneas fronterizas desde la obsesión al histerismo. Era
su cuerpo el que deseaba ser proyecto divino en otro ser. No valdría otra
fórmula que la naturaleza otorga por derecho y que a ella le negaba. Pensaba
que la intranquilidad de su matrimonio y de su vida, estaban afectando a su
fecundidad. Además, necesitaría mucho dinero para dar a su progenie lo mejor.
Era obligación, deseo y reconocimiento a su dignidad. Saber que el niño del
pajar, estupenda mercancía vendible crecía, acumulaba su temor hacia la muerte.
Ante la altísima mortandad de los neonatos en el país, no veía de justicia que
viviera un ser perturbado, un monstruo que solo podía llevar la desgracia a
cuanto ser humano normal se acercara. Aunque su curiosidad pudo más y lo espió
un par de veces entre los maderos deteriorados.
Un día, su marido entró en la casa
como una exhalación. Buscaba un botiquín. Por lo visto, el chico se había caído
y su herida en el brazo no cesaba de sangrar. Ella palideció frente a la
actitud hiperactiva del hombre, que removía con saña el contenido del cajón
destinado a tal fin.
Desordenando el paquete de vendas,
cogió un par y salió sin mirarla siquiera. El pánico se mezcló con un vil
pensamiento: la sangre de aquel chico valdría muchísimo en el mercado negro.
Decían que tenía dotes mágicas; quien lo bebiera conseguiría la inmortalidad.
Quién no querría adquirir un bono sin caducidad para lograr sueños, sin miedo
al cese, a la guillotina que extingue el tiempo.
Trató de que el pensamiento se
extinguiera sin desarrollarse ni reproducirse; más fue imposible. Hizo cuentas
y el dinero animó el fondo de los ojos. Cuando él volvió, con la camisa
ensangrentada y movimientos ya sosegados, huyó su tranquilidad. Sabía lo que
ella estuviera cavilando, traficando su mente entre balanzas con ajenas gotas
de sangre humana. Ambos sabían la tarifa del despiece del chico, cada uno
encontrando la información procesada por distintos motivos e iguales
resultados. Precio para sus manos, para sus pies. Tasa para sus órganos
internos. Promesas de vigor, éxito y riqueza.
Difería, sin embargo, la disyuntiva a
seguir. Diferentes pesos vivenciales lastraban contrarias decisiones.
Claramente tan dispares, que dos personas
así, jamás debieran encontrarse bajo el mismo techo, con la obligatoriedad de
un idéntico futuro. Sin días para que el otro, ese enemigo extraño con quién
convive, reabsorba el hilo que le cose
los labios, liberándolos para derrumbar el presente.
- _ ¿Y
si enfermara? ¿Y SI MURIERA? ¡Eso sería perfecto! Venderlo entonces también
sería muy fácil. ¡Sin esos remordimientos tontos que te nublan la razón! – Una
esperanza resuena en la voz de la mujer, ronca y baja - ¡Oh, debería estar muy
enfermo…! ¡Todo saldría bien, TAN BIEN…!
Le abraza casi amorosamente,
recibiendo un cuerpo rígido y frío. Todavía conserva algún círculo rojo en su
camisa. Manchas de sangre con etiqueta de venta.
Aquél chico con rasgos negros, pero albino,
era perseguido y así sería hasta el fin de sus días. Ojos claros, piel lechosa,
cabellos blancos. Un negro en un cuerpo de blanco. Rareza que se paga por lo
exótico, por lo extraño, por lo diferente. Ya fuera en su país o en cualquier
otro, pero más, infinitamente más, en el suyo propio. Todos los habitantes, en
un lugar paupérrimo y sin recursos,
soñaban con la resolución de sus problemas al menor coste y sacrificio. Algo que sacuda la miseria de la vida y
otorgue la felicidad plena y gozosa. Talismanes, hechizos, matanzas,
mutilaciones. Ingredientes para conjuros.
Aún a cambio de la vida de otro ser
humano. Un sacrificio egoísta y cruel, medio de lucro para los desaprensivos
cazadores de hombres. Asesinos con infames excusas.
Se deshace del abrazo, separándose
con gesto de asco de Leiza. Comienza a hablar con tono pausado y plano. Sin
altibajos emocionales.
_ Sabes…he pensado que NO QUIERO
vivir contigo durante más tiempo. He decidido que no deseo tu cuerpo, ni tu
alma, ni la convivencia a tu lado. Voy a repudiarte, porque no me interesas ni
has sido, ni serás, buena mujer. Ni siquiera has sido capaz de darme un hijo. Te
devolveré a tu familia. A tus padres y hermanos. Será una vergüenza para ti, lo
sé. Pero es necesario.
Leiza aterrada ante las palabras
pronunciadas por su esposo, se tira al suelo y llora teatralmente. Se tira del
cabello y le mira con odio infinito, ese que habla.
-¡Me arrastrarás en tu LOCURA! ¡Lo diré!...
lo contaré todo y te desmembrarán junto
con el maldito diablo que has alimentado y escondido en esta casa. ¡Haré que os
maten!
-NO LO HARÁS, mujer...
La levanta con las manos engarradas. La
indignación le hincha las aletas de la nariz. Su boca es una línea horizontal
inamovible. El desdén y la determinación se proyectan desde sus pupilas. Focaliza
su imagen, busca fragmentarla con un grito que no cesará…
-
¡Te
perseguiré DÍA Y NOCHE, incesante, inagotable! Soy tu MALDICIÓN a partir de
este momento. ¡Soy el que TEMERÁS cada noche y al que obedecerás cuando el sol
aparezca en el horizonte! ¡El chico se queda! En la casa. Con NOSOTROS. ¡Seremos
su familia, hasta que decida marchar a un lugar dónde no sea especial!
¡¡¿HAS ENTENDIDO?!!
- _Y…
por cierto…- La mira directamente, lleno de furia y firmeza.
MIENTE. MIENTE, se dice. Mentiría.
Sí, mentiría.
- _Tiembla, y no ceses de hacerlo, Leiza: ¡Hoy he bebido LA SANGRE MÁGICA y
eterna del muchacho…!
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Comentarios
¡Un abrazo y feliz domingo!
Escribes con el corazón, bien, sin pararte a pensar en las consecuencias, mejor. Y es un goce supremo llegar hasta tu sitio de letras y hacerme un hueco entre tanta grandeza retórica. Y desde ese hueco, desde ese punto, pararme a contemplar lo que has escrito, dibujado y escenificado y verbalizado, o algo así. Porque aquí se es observador, un mero observador. Y tus lienzos, no puedo decirte mucho más, o algo que ya no te haya “dichoEscrito” antes, conforman un paisaje donde la literatura se abre paso a golpe de mordiscos certeros, de caricias lascivas y de besos con y sin sal…
Antes de cerrar este comentario, decirte que hace unos días, o unos días más... vi un reportaje sobre los niños albinos, sobre los albinos, vamos, en África. Concretamente, en el documento televisivo, un "negro blanco" africano, pedía asilo en nuestro aduciendo que nacer albino en algunas zonas del continente negro, era nacer condenado al ostracismo, al escarnio, a la muerte y desaparición.
Me ha gustado leerte, no te imaginas cuanto, aunque a estas alturas huelga decirlo. También es tu estilo lo que me gusta y atrae de manera desmedida. Porque los dos lo sabemos, tener estilo es tener media partida en el bolsillo.
No dejes de escribir, no dejes de alimentar.
Un abrazo, níveo.
Mario
Saludos y buen fin de semana.
un fuerte saludo
fus
Un saludo Susi, hacía mucho tiempo que no te leía y al encontrarte por otro blog, no he podido evitar venir a leerte :)