Arenosidades.
Abandonos arenosos
Hoy luce intensa y bonita. Es el bronceado de su piel. Es su fragancia, aunque se desluzca en la fricción con el aire. Es más perfecta que hace dos semanas. Lo que me lleva a recordar que estamos en la mitad de nuestra actual relación. Porque esta mujer con dos niños orbitales, con un hombre moreno, alto y con porte seductor, tan alejado a mi aspecto; me pertenece desde el primer amanecer de este mes de verano. La vi llegar el día uno, a la prudencial hora de las once, formal en párpados igual a mariposas veraneantes. Desde ese momento, he convivido en ella. Aunque no lo sepa, aunque aún no sospeche.
Se desnuda indiferente, pareciera pensando en otra tarea, sin faltar al diario espectáculo del que soy admirador, dos metros más allá, entre rocas lamidas por el mar. Tiene algo sensual el despoje de ropa, un abandono cuidado propio, pero no ante los ojos de su marido, si no a los míos, pendientes del fluir hermoso de un tirante sobre su hombro, dejando caer la tela, bendita, rozando sus muslos, benditos, hacia sus tobillos, abrazados todavía por las tiras de las sandalias. Todo a la luz del sol, sin aplausos, sin luces pasionales, sin emociones ajenas, sin mirones ocasionales. Yo no soy de ésos, soy un habitual. Lástima de lo efímero. Una lástima que recojo yo, con todo el interés, con todos mis sentidos. Dá una recomendación a su niña, una pequeña rebelde con auriculares, para emular a su padre, de profesión, por lo visto, autista. El chico se pierde entre el agujero que comienza a cavar, el cubo, la pala y el rastrillo, con gestos de ingeniero o albañil. Dentro de diez minutos creará pastosas venecias, con puentes, excéntricas cuevas, iglús acaracolados, proyectos arenosos, gaudíes en sal. Su padre lo mira, suspira y se entierra en una silla playera a rayas. Monotemático. Durante quince días solamente ha mirado para el pequeño, claro que yo, repito, no soy imparcial. Mi mirada es para ella. La veo organizar a la familia, tras buceo profundo en una omnívora bolsa horrible, color naranja. Por momentos parece estar fastidiada con el guión que continúa. Ponte la gorra. Tú también. Extrae un frasco de bronceador de color desconocido, hace que rule y se acerca al niño en la orilla, lo que me da una visión magnífica de su cuerpo.
Me recuesto en la roca, el sol me inmoviliza, pero mi imaginación se refresca. Su nuevo traje de baño le favorece, éste se apropia de sus curvaturas con volumen, de su generoso escote, de sus caderas recias. Esta prenda huye del ser y del estar, luchando por ser menos de lo que es, tratando de estar invisible en su dueña. Casi con mi tenacidad cava entre sus nalgas, dibuja líneas sonrientes bajo sus pechos, ciñendo el terso vientre como un abrazo. Su andar recuerda a las sirenas regaladas a una vida ajena.
Se balancea de puro natural. De instintos dormidos, ahora plenos.
Pienso, vigilando sus piernas, divina mujer, bajo el bronceado solar que la acoge, lo bien que se debe estar cercano a sus ingles, bajo el alero cálido de sus palabras. Quizás necesito eso, alguien que me dirija, que me guíe, que me dé mil consejos, dos mil reconfortaciones diarias, que me permita no pensar en nada o en todo; que ella se ocupa, que ella se basta, que no tengo que preocuparme de si somos dos, que estará esperando con la mesa puesta, con la cama abierta, con una sonrisa o una preocupación en el perchero de la entrada. Aguardándome. A mí. A mí. A mí.
Llevo colgado de la imagen de esta mujer desde su primera maleta, desde su primer paso sobre la acera, desde el estiramiento de su toalla, estrenada para este mes, para las rutinarias vacaciones, con marido usado, con niños ocupados en crecer para alcanzar escapes personalizados. La fotografié el primer día, desde el dilatado paseo; su bañador recatado de ama de casa, sus gafas de sol de diseño, su neceser barato desparramando espejo, cepillo, libro, cinta del pelo. Aquella foto desayuna conmigo, escuchando los planes diarios, con mi café se endulza, esponjando mis ternuras, con mi despertar se colorea. También duerme conmigo, en mi lecho, en mi colcha, entre mis sábanas. Su rostro, bronceado tras generosas ausencias de nubes, exige a mi cámara alguna renovación semanal. Tengo dos retratos suyos, secreto y atesorado botín. Uno descansa en el sofá. En su lado.
En mi lecho también tiene un sitio propio, aunque navega entre mis manos y mi cuerpo, todas las noches desde que poseyó mi mecánica vida.
Quedamos después en la playa, ella sin saberlo. Imprimo mis huellas en la arena aún virgen de turistas, eligiendo sitios en latitudes diferentes de la mañana anterior. Un par de veces he llegado tarde, otras, arrimo mi toalla a alguna persona desconocida; queriendo ser la estrategia azar, oteé desde el paseo su figura; por disimular, no me interesa llamar la atención. Todavía.
Nuestro instante se deja alcanzar por las agujas del tiempo. El mío. El de ella. Nace cuando agobios veraniegos suben como burbujas, fagocitando sudores y calenturas, cuando el mar no basta para remojarse, cuando el estómago protesta, cuando los niños olfatean helados y su moreno acompañante, una cerveza y charla con cualquier otra mujer que no sea la suya.
Es entonces, cuando nuestro romance comienza, cuando la magia regala aberturas de esta mujer que es mía, porque así se presentó y así se me entrega cada día. Su voz da consentimiento a los fugitivos oleajes que siempre vuelven. Su voz merece una reseña aparte, esa cadencia musical, dulce, que jamás nunca nadie destilara en mis oídos. Ella es tierna, hasta para regañar, que esperéis para bañaros, que no os alejéis, y no, no los cojáis de chocolate, nunca polos que son agua con colorante, que no olvidéis que vamos a comer dentro de poco rato, que sí, que pueden jugar en el parque mientras papá toma algo con algún conocido, reposando larguras del antebrazo en la barra del chiringuito.
Me impaciento. ¡Iros! murmuro por lo bajo. ¡Iros, marcharos, dejadla! Conmigo, en mí. Los sigue con la mirada. Un hombre cualquiera pensaría que les ve alejarse, tal vez dubitativa, tal vez, ya añorante; en realidad, les empuja.
Siempre el mismo ritual. Preparándose para mí. Aleja su toalla, con movimiento felino, de la sombra generosa de la sombrilla. Quiere que el sol la posea; yo usurpo el sol. Libera las gafas, ésas enormes que le comen media cara, sin conseguir ocultarla del resto del mundo. Arranca el coletero y el cabello rubio libera larguras, desparramando amarillos. Es otra, poseída por aquella mujer esencial, empequeñecida entre meriendas, manteles y lavadoras. Entre problemas, detalles y cosas. Toma las riendas de su terso cuerpo y de su mente. Cambia de postura. Deshace el nudo conservador de sus pechos. Ilumina sus labios. Libera el rostro, permitiendo una sonrisa, cree, solitaria. Se acerca a mí, aún sin moverse un milímetro, inconsciente de conocer cada una de sus pequeñas historias vividas. Recorriendo su anatómica geografía, descubrí las estrías del abandono de su primer novio, bulímico rechazo que ella lloró y hoy afloran, tatuadas en sus caderas. Los antojos de sus embarazos, poseyendo redondeces desde el primer pastel hasta el último trimestre. Una muesca minúscula en la ingle me indica que fue mujer creyente, hasta que dejó de serlo. Hace poco que apura el vello. Quién duerme con ella, todavía no se ha dado cuenta, ocupado en encontrar otros rasurados. Quisiera ser escalador en su monte venusiano. Desenvolver la tenaz banda tirante que le aprisiona el deseo. Hacerme dueño de todos los bostezos, fruto del aburrimiento insatisfecho. Su cuerpo anhelante en soledad, sabedor que iniciado es imparable y libre.
Piensa en cuánto le cambiaría la vida sin ellos. En la incomodidad de ser imprescindible. En la aceptación de su deseo íntimo, de sus pensamientos secretos, de sus necesidades. La conozco libre y apasionada. Salvaje durante las treguas en sus luchas de madre, de esposa, de mujer ocupada, de discreta vecina, de amiga consejera. Levanta la cabeza y me busca. Todavía no lo percibe, sin embargo escucha mis pensamientos, que son los suyos. Está también deseando que suceda.
Sobre el día veinte, iré a pedirle fuego. Destaparé la frase que salga de mi boca. Algo así como que calor, irónico para solicitar fuegos. Sonreirá. El veintiuno, me saludará al llegar. En el día veinticinco, me acercaré con un refresco, que se derramará sobre su toalla. Un torpe accidente. Aspiraré su perfume en cercanías. El día treinta, la encontraré en la orilla, cuando busque, sin saberlo, alguien que le traiga un helado de bienvenido frescor. El día treinta y uno, dejaré que se despida, llorosa de los que le deben y a los que se debe. Callaré. Seré un desaparecido, un espejismo dubitativo. El uno del siguiente agosto, me añorará, no estaré. Hasta la siguiente mañana. Y todos los ocasos de agosto será mía, porque su acompañante se va, de vuelta al trabajo y a lo que no es trabajo, sino placer, porque ella lo sabe y consiente; porque le da igual y mejor que así suceda. El viento es mi aliado. Un testigo etéreo. Brisas y los monólogos que sobrevolaron nuestras sombrillas. Ella estará sola durante el próximo mes, con sus niños en el campamento de verano. Sola. Sola. Sueña con abandonarse, abandonándolos, informaciones que son retazos venidos entre mareas, algas, entre silencios de los padres y regañinas a los hijos. Le hago el amor bajo la sombrilla, con tiernas ferocidades, con agresivas ternuras, bebiendo sus salazones en la orilla que no refresca, entre miles arenas y caracolas. Es mía, porque siempre ha sido mía.
Vuelve la pequeña tropa, niño repleto de manchurrones de chocolate, niña con restos de agua coloreada en venenos, hombre desanillado con número de teléfono escondido para una cita tardía, con excusa de arreglo del auto. Para ellos una pequeña porción de desobediencia; para ella un gran atracón de libertad. Su madre, su mujer, la joven, la mayor, recompone su postura. Viste su burka particular, invisible pero pesado para caminar, cuidando de otras vidas.
Vidas que necesito, ruego, espero, se alejen. Contemplo al guerrero tallado en otras alianzas invisibles. Su rostro. Me dan ganas de decirle, hice el amor a tu mujer. Hago el amor a tu mujer. Haré el amor a tu mujer. Es mía, mientras tú buscabas otra.
Sonrío, perverso...
Comentarios
Tus palabras son ajustadas a lo que deseaba expresar en el texto. El personaje piensa y somos testigos de cómo, porqué y dónde.
Como siempre, me divertí mucho escribiéndolo.
Abrazo fuerte!!
La atalaya de la bruja,
El hombre dibuja una composición de los afectos de las personas que rodean a su deseada mujer.
Contra la ceguera, nada mejor que unos nuevos ojos...!
Besos y abrazos!
Has hecho descripciones de la mujer de los sueños para muchos.
Y todas las posibilidades se asoman deliciosamente al erotismo más sublime.
Te has superado a ti misma Susi.
Estupendo relato de arena y playa.
Un beso muy veraniego.
Besos
Gracias infinitas por leer con tantísima atención este monólogo obsesivo...!
Buen día!!
Sir Bran,
¿Como agradecer tus palabras? Tendré que invitarte a ese café antes de que todo el mundo se pase al Cola-Cao!
Abrazos!
La intensidad es importante.
¡Me encanta que la hayas encontrado en mis letras, porque yo la encuentro muchas veces en las tuyas!
Un beso!
Llegar, o empezar llegando a ese hueco angular desde el nivel de su aliento y continuar por los recovecos de una literatura descriptiva, paisajística, abrasiva, generosa... no tiene desperdicio.
Tampoco existe desperdicio alguno en cada uno te tus soliloquios. Claro que lo son, también creo, mientras los piensas, mientras te derramas en letra por tu folio cuadriforme y apantallado. Y dejan de serlo en cuanto nos descubrimos pronunciándote o mentándote o abriendo los canales navegables por los que surfea nuestra admiración.
Tu texto como la ropa o la escasez de la misma, o el roce sobre una piel para en intenciones ropísticas, también es bendito.
Susi, esos adjetivos siempre están bien colocados. No es un puzle difícil de interpretar, ni un tapiz que haga falta mirar varias veces desde varios ángulos para cazar al vuelo su significado, qué va. Tus textos densos fluyen ante nuestra mirada. Conformas un paisaje por el que pasear es una tarea agradable. Un atajo lleno de sorpresas que nos da tu literatura, que nos da tu literatura.
Y aunque todos sepamos dónde están esos adjetivos, donde empieza la conjugación de un verbo, y donde la descripción aumentativa de algún adverbio, no los usamos, no conjugamos, no describimos y no consumamos hechos con la narración tal como lo haces tú. Y tú, ya sabes, lo haces porque tienes un estilo marcadamente propio. Un buen estilo que te acompaña, que te convierte en retórica en línea, y que a nosotros nos conduce a la luz, unas veces, y a las aguas abisales de las historias que nos regalas y que se enquistan, entre otros sitios, en nuestro corazón.
Un placer, como siempre.
Un abrazo, literario
Mario
Siempre que me regalas tus letras me restas las mías. Me sonrojas!
;)
Besiños y cuídate!
Gracias por leerme, y por tu comentar!
Buen día para tí!!
Me encantó cuando te leí la primera vez y me ha vuelto a encantar hoy
Besotes
Me has dado pistas para mirar las caras de los "observadores" playeros ;)
un abrazo y feliz finde
A veces nos ofrececemos como un regalo a desconocidos sin saberlo; o son ellos los que se apropian de nosotros para elevarnos a altares de sus templos particulares.
Saludos, ya veo que el verano permanece en tí...
"...Y te veo volver hacia la orilla,/diosa de sol y sal,en flotes lentos./Y tu cuerpo y el mar son una misma/sucesión de sonido y de deseo."
Tu poético relato es bellísimo ¡ay desnudez de tu cuerpo salado!
Te abrazo
Sabes comprender perfectamente a ese hombre que sueña y a esa mujer que quizá añore lo que no tiene o lo que tuvo y la monotonía familiar le ha hecho perder.
Me gustan tus relatos y este veraniego es uno de los mejores. Lo encuentro dedicad a alguien como yo, que lamentablemente ya solo vivo de sueños.
!Quien pudiera ser tu personaje!¡Quien pudiera revivir"
Siempre me animas, eres un tesoro!
Abrazos!
40añera,
Sé siempre bienvenida y procuraré no perder intensidad! Tus comentarios son importantes para esta autora.
Besiños!
Los miraremos con otros ojos!
Abrazos enormes!
Viajero Impresionista,
Somos perchas ante lo que los demás desean colgar del ropero; así sucede...
Un abrazo!
Esa pasión secreta está bien pero es obvio que tiene algo de enfermiza.
La inquietud deriva de que en cualquier párrafo se desate la violencia.
Suerte que no.
Besos.
buen texto, cuando ya estaba en el aire despierto como de un sueño.
que tengas una buena semana.
un abrazo.
Recurres a unos hermosísimos versos!
Abrazos, querido amigo!
Pedro Vera,
Gracias a tí, por darte a conocer!
Saludiños!!
Nunca se deja de soñar!
Besos, compañero de letras!
hace sospechar...!
Saludos y un beso, Toro Salvaje!
Ricardo Miñana,
Agradezco siempre tu visita, tan querida por mí!
Besiños!
Fantasía y realidad son tus letras amiga mía jugando todo el tiempo con las palabras y los sentimientos...en un mar de sensaciones.
Besos de MA para ti, gracias mil por tu huella bloguera.
Dejamos huellas, entre risas y arena...!
Besiños!
Abrazos.
hombre, un gran observador de la mujer y de cuanto la rodea para
acabar poseyéndola en su privado
dominio del pensamiento.
Muy bueno este relato Susi uno de los que más me han gustado.
Te dejo un abrazo muy grande, de los nuestros.
Magnífico relato,con imagenes que nacen en la imaginación en inunda el corazón.
Un abrazo
Dás sutíl y certera en esa diana imposible, mientras uno ya no la vé el otro la añora en infinito deseo y ternura, para este, hembra, mujer, duzura, todo.
Para el suyo, el propio....invisible, nada.
Te abrazo.
Fantástico Susi...!!!
Te abrazo querida amiga.
Poesía y Libertad
Me alegro de hallarte en el mapa.