GÉLIDA IRREALIDAD



          Soy un brote impenitente, largo en estirpe y escaso en permanencia. Las fantasmales vidrieras me observan pasear con rabia y furia cada rincón de este palacio. Sus puntiagudos bordes son párpados vigilantes que me acechan, mientras que el frío cala los huesos.
Las esquinas de los cristales se muestran envejecidos, derrotados pues hace ya mucho tiempo, no voy a pararme a pensar en cuánto, decidieron desertar sus filos de arma para ser romos despojos del oficio. Tal vez, lo hacen para evitar mancharse de sangre, llevado yo por algún golpe de insensatez demasiado razonable.
Las paredes del salón ahorcan a mis antepasados, que luchan por apartar la soga de sus flacos cuellos. Unos frente a otros, patíbulo mediante, se miran con inquina manifiesta, dispuestos a despedazarme si por casual azar, me detengo ante uno de ellos, obviando a los demás. Son celosos de su progenie, tumbas abiertas que recorren  submundos de este mausoleo inmenso y helado. Los cimientos escondidos con maneras ojivales, también. Los rostros me miran. Esté en el rincón que me suceda, ellos sobresalen con sus narices genéticas, con sus ojos acuosos en ámbar, con la mano derecha que el pintor se empeñó en plasmar con todos los detalles de la buena y aguda cuna. Venas azules en transfusiones de la gente del pueblo, el estado de alianza decente o de indecente manga delicada en encajes. Demasiado bien sé yo cómo era cada uno de mis muertos, derrocados por la vida. En su muerte enseñan al prisionero amordazado, los honores patrios que enfundan sus dientes podridos, con satisfechas indiscreciones.
Este salón es una ratonera, una pandora que cuando se abre, permite entrar, antes que salir, un hálito a flores marchitas, junto con el olor insoportable que tienen los cadáveres en descomposición. Yo soy el capturado, soplo tenue sin voz, criado en opulencia y derrotado por el deseo de carestía. Me revuelco igual que los puercos en nobilísimos fluidos azules, en la insonorización que otorga el silencio. El vaho que empaña las vidrieras, me desdibuja por preñar nubarrones. Presagios funestos para la integridad de las agujas verticales, que arañan cielos del nicho opresor que me agoniza.
La mirada que habita bajo mis cejas, es una garra que incluye en su apetencia el plomo colorista de los ventanales, rascando con negras uñas, impensables para un caballero, por alcanzar el cálido aire exterior. Huir del infierno que el hielo abraza, sin descongelar el órgano que siente más miedo. Es un detalle que no me fulminen al verme caer ennegrecido una y otra vez sobre la chimenea, siempre yerma, desierta, desvinculada de su abrasador destino. Una llama obtusa y ridícula se alimenta de un leño eternamente anoréxico, amputando unas brasas húmedas que no alcanzan la temperatura devota para orar a un dios del hogar, expropiado a los campesinos. Seres que conocen mi tonalidad existencial, burlándose de que la luz nazca y muera dentro de éste ataúd demoniaco, sin llegar siquiera a caldear el ambiente.
Hoy ha llegado ella. La espié desde la ventana, escondido como un culpable reo. Subía la pendiente con paso vacilante, lento, reconociendo que no quería llegar, ni volver, ni conocer. El viento soplaba para que desandara el camino de pocos metros que había iniciado. Se notaba su cansancio, nacido tal vez de una noche de sueño desosegado e inquieto. Noche devota en pesadillas. Miraba hacia los ventanales, allí donde solía descansar el servicio, buscando algún rostro tranquilizador y amigable.  Algo sin mucha probabilidad de crear un rictus venenoso pero pródigo en variación anímica.
Cuando su figura se agrandó, transportada en zoom de diafragma abierto, el único escalón de la entrada comenzó a gritar. Es el que más odio. Se permite obsesionarse con el pasado, porque él quisiera que fuera mi madre,  mi abuela, o mi tatarabuela; tal vez la última doncella de hace dos siglos, la que le acariciara con la escoba enjabonada con mimo, para que luciera sin dañarse. Mi visita, por suerte, no está dibujada en un plano homogéneo, volteando sus ojos llenos de luto dentro de un marco pesado y lastrado con oro, para delicia de su primer y adinerado dueño. No la ha linchado ni perseguido la vida, por lo que no merece, ni merecerá jamás, bailar ahorcada en un muro de la sala que no me abriga, ni me acoge; me gelifica.
Voy aprisa hacia la puerta. Furioso y expectante. Nervioso y sonámbulo en la vigilia. Ella es pelirroja, buscadora de calor con un jersey de doble vuelta, nada apropiado para ser un retrato sobre la desidia del fuego aparente. Mi padre odiaba a los pelirrojos, una superchería de religiosos encapuchados y adeptos al mundo ancestral, siempre en recesiones morbosas. Mentalidad atávica punteada en bóvedas. La puerta es doble, con enormes hojas profusas en herrajes que recuerdan a castillos inexpugnables. Me sugieren el posible abandono  de mi encierro. Si no la violo a tiempo, sus maderos enraizarán sin permitirme un resquicio a mi voluntad, que es dejarla entrar en este mi mundo de horror y exilio.
Mientras rompo la línea divisoria entre mundos, tomo conciencia de lo que ella verá ante sí, un hombre oscuro, con pobladas cejas, traje demasiado holgado, rostro estático. Hierático aristócrata. Ella, un arcoiris dorado que hiere la retina. Traspasa, elegante y románica, aliento con curvas de suave piel, los pensamientos absurdos y recelosos que mostré cuando accedí a su llegada. Mi voz grave y rota llena la educada distancia con espinosa bienvenida. Con un revuelo de su larga falda, ondea hasta uno de los sillones orejudos del salón. Es poseída por la belleza de una iglesia medieval. Emigro de mis recelos cuando es  la suya que impregna el frío con musicalidades palidecidas ante la estéril chimenea.
No sé cómo sucedió ni en qué momento, la rasposa conversación inicial derivó en fluida y ordenada. Algún silencio fue un aparte y algún suspiro una coma, tal vez para respirar, por alentar transformaciones en palabras. Me sorprendió su conocimiento sobre el palacio, sus datos eran casi exactos, pero la objetividad les restaba la pátina que los empañaba para su dueño, retorciéndole las entrañas a cada explicación que iba descubriendo ante ella. Vi orbitar sobre nosotros la curiosidad por cada rincón,  cada balconada, cada escultura. Incluso conocía la existencia de la puerta falsa, al lado de la biblioteca atestada de telarañas, por la que los criados se confundían, dándose de bruces al tratar de abrir la verdadera. Ésa que llevaba hacia sus pequeñas celdas y la cocina, a través de una empinada escalera: complicado bajar una sopa, el plato favorito del viejo marqués. Atormentando a las nuevas criadas y regocijando con los derrames líquidos a los influyentes invitados. He visto verdaderas escenas de humillación pública, incluso promovidas por mí, hasta ser consciente de la maldad implícita y explícita en ellas.
Se hacía imperativo invitarla educadamente a un alzamiento de cortinas que no mostrasen alguna atrocidad pasada o presente. Intenté olvidarme de los lienzos que me rodeaban, acusándome de ser un traidor libertino. Me sorprendí necesitando un buen trago alcohólico ante el perfumado hilo de las palabras. Sin duda tenía algo aquella mujer recién llegada. Una calidez tal no la sintiera el interior de mis ropajes ni el espacio muerto entre zócalos. Mientras ponía de manifiesto mi torpeza infantil, de profesión observador de gárgolas, reconocí que no erraba el sobrio informe que sobre ella me habían mandado. Sería una buena guía, ahora que malvendiera mi féretro particular a cambio de una cantidad insignificante a su valor por causar mis sempiternos traumas. No me recreara lo suficiente con el liberador pensamiento de ser un hombre común, anónimo perdido entre el apiñamiento del pueblo, que despuntaba enaguas bajo mis dominios. Era la vocación frustrada del señorito que se helaba en su propio dinero, del niño con profesor-criado que no recibía castigo alguno si no estudiaba en la biblioteca, hoy convertida en simple bulo, con volúmenes que no son sino cajas de decoración que simulan títulos con solideces literarias. Yo deseaba hacer añicos, junto a mi futuro, los rígidos horarios de rezos y comidas.  Mientras, procuraba no derramar la sopa bajo el protocolo de buena crianza, cosa harto complicada, pues con catorce años medía un metro ochenta y la mesa, un mueble que se elevaba apenas del suelo, estaba concebido para permanecer siendo comedor habitual hasta mi obligado casamiento. La espalda se me encorvaba con una gran joroba de anciano. Era el bufón en un torturante circo, frente a las jóvenes doncellas, que aprovechaban ésos momentos para vengarse por medio de risas y burlonas miradas. Me sentía expuesto a su crueldad como el representante ridículo de una sociedad que se deslucía, a tenor de las noticias que llegaban del exterior por los barcos de la empresa. Era un anacronismo del pasado, nada deseaba más que ser normal, pues en la anormalidad consideraba que me criaran.
Ella no parecía en absoluto incómoda cuando le propuse enseñarle el resto de las habitaciones, la capilla interior y el jardín. De pie, su altura era similar a la mía, lo que facilitó que hablara con mis ojos puestos en la diana de los suyos. Tenía una viveza salvaje bajo las cejas, tan patente que deseé atontadora fiebre, por no sentirla, mientras subíamos los escalones. Los vigilantes cortinajes con timideces profundas y espesas, se alzaban para permitir ráfagas de luz como el rápido parpadeo de alguien con albino iris. Bajo ellas descubrí motas brillantes en su blanca tez. Supe que mi presencia había sido atenuada por la de aquella mujer. Remansaba el brillo de sus rojizos cabellos sobre mi imaginación. Estaba tan eufórico, que desmigué mis temores de niño desde mi boca de adulto, hablándole sobre mi soledad responsable bajo las estalactitas acristaladas de llorosas lámparas. Cada borde escalonado recibió con agrado el peso leve de sus comprensivos asentimientos. Reparé lo cercana que estaba de profanar aquel caleidoscopio de dinero de distintas procedencias; pues aunque el mejor negocio de mi abuelo fue la compra de mi abuela, dueña de un floreciente capital, mi padre contribuyó a su acumulativo despegue mediante actos no tan nobles como un matrimonio. El chantaje y la extorsión era algo que sirvió a la carta, con aquellos que ostentaban títulos nobiliarios en el país. En realidad, compró su propio título y status, que odió legarme en su lecho mortuorio. Mi madre sintió en propias carnes el despojamiento de su patrimonio a favor de su esposo, que luego, también revirtió, sin más alternativa, en mi persona. Circunstancia asaz repugnante para ella. Soy de algún modo, un decepcionante bastardo ladrón.
La capilla de rezo, dónde hemos velado a los muertos, incluido mi hermano, rendido a una larga enfermedad; mas no mi hermana, que se suicidó al más estilo novelesco por un desengaño sexual con nuestro sacerdote, presentó su pared circular rota por un par de celosías alusivas al Antiguo Testamento, al gusto de otras épocas y latitudes. Ella abrió las negrísimas pestañas asombrada, mientras recorría sin disimulo, con las yemas de sus dedos, el aterciopelado rojo del reclinatorio. Veneraba las antigüedades, cosa que pude entender, más no compartir. Para mí eran seniles y apolillados muebles, recargados y decrépitos. Los hubiera quemado con ocho años, con quince, o con los ahora presentes. Abajo sentí extraños rumores; los cuadros se prismatizaban para hostigar nuestro paseo. Se revolvían en crecientes malignidades. El mal es un amargado ser omnipresente. Si me asomara por el hueco de la escalinata, junto a ella,  nos devorarían con el ímpetu de espectros vengadores.
Rompí el amenazante hechizo, mediante un precario silencio, mientras observaba el espejo del gran armario, cuyas puertas oscuras reflejaban nuestras siluetas. Habíamos llegado a la habitación más oscura y tétrica de la casa. Desde allí, sentí mucho más cerca las voces, que reptaban hasta nosotros igual que los tentáculos de un gran monstruo primario que se empeñara en derribar una nao de madera en la que zozobraban, aquella hermosa mujer y yo, maldito traidor de su casta.
Dentro de mí pugnaba la avidez por huir de todo aquello, de volver a reinventarme, a encontrarme fuera de aquellas inmóviles esculturas en la fachada, lejos, muy lejos de los muebles pesados y señoriales que eran retratos en sí mismos del dinero que me abatía. El plan inicial se había ido esfumando, pese a verse cerca el objetivo. Vendido el palacio, los dueños lo destinarían a exponerlo, y la respiración entrecortada que sentía a mi lado, pertenecía a una fabulosa mujer que me relevaría en el tormento, bajo cada cúpula gótica que techaba los huecos de mi, hasta el momento, morada. El objetivo final debía continuar intacto. Supervivencia, poder, depredación. No quería pensar más.
Gozando ya el preludio de la dicha, preparé mi mente para asumirla. Comenzamos a descender, saboreando escalón por escalón. Notaba la barandilla pétrea mortal y fría, igual que una cuchilla infinita. Un grito revestido de secretos indicios rasgó el velo del momento. Desde mi asidero, vi proyectar su cuerpo, envuelto en flotantes ropajes, los suyos pero distintos, hacia el final de la escalera. Fue terror lo que sentí; también un atisbo de desesperanza. Cuando la paralización de mis músculos, huesos, sangre y latidos remitió un ápice, me lancé en su búsqueda sin encontrarla.
No había caído derrotada por fuerzas gravitatorias razonables, susceptibles de ser cuantificadas. Su cuerpo no reposaba, magullado, desechado, hemorrágico en el espacio terminal. Ni un solo hilillo de sangre en el lugar en el que las rodillas debieran haberse hincado para erguirse de nuevo. Ni rastro de ella. Se desvaneciera.
Tal fue mi sorpresa que sufrí de nuevo alguna clase de temblor involuntario, dudando de mi cordura. ¿Sería posible que su visita no hubiera sido realidad? ¿Que yo, llevado por mi enfermiza mente quisiera y lograra, sugestionarme y con ello, crear lo que nunca existió? Horrible sería encontrarme de nuevo en el punto de partida, con las manos privadas de una salvadora liana por la que poder trepar. Lo real y lo irreal se apoderaron de mis nebulosos surcos cerebrales. Más frío del que jamás conociera.
Entré en el salón. La inquietud y el desasosiego clavaron mis pies frente a la chimenea. Con las cuencas hundidas, mugrienta mi destartalada alma, la adiviné aún antes de verla.
Sus cabellos rojos refulgían con el fuego, mientras su cuerpo, hecho piedra, adornaba en sensuales curvas el nuevo altar enclaustrado en el frontal. Semejaba un frágil mascarón que hubieran rescatado de un mar de piedra. El tallado rostro, antaño sereno, reflejaba el terror que sintiera en sus últimos instantes. Sus ojos ya eternos, me miraban desencajados, grandes, hermosos, siguiendo mis movimientos. Forma ya parte de la trampa en la que soy el sujeto a diseccionar. La nueva adquisición del panóptico que me encadenaba. El resto de los lienzos, la han adaptado para desbaratar mi equilibrio. Han sustraído su calidez, sustituyéndola por corrientes adversas. Castigando mi grave pecado desean instalarme en la locura más primitiva y atroz, hasta la rendición o la muerte.
No les daré la satisfacción de verme derrotado, mofándose de mi cadáver, tampoco consentiré que ella, rojiza musa vigilante, me contemple, aún sin ver, lívidamente imbuido en gusanos.
Mientras intento abrir los inmensos herrajes de unas puertas que no se abren, el congelamiento atenaza mis manos. Me visualizo corriendo desaforado por la pendiente, camino hacia el pueblo, en busca de la libertad ganada: mi recompensa. Huyendo de quien he sido y encontrando el modo de ser.
Un sueño gélido e irreal.

   Relato de Susi DelaTorre.

Comentarios

merce ha dicho que…
Genial relato repleto de matices laberínticos, dando forma a una extraña pintura oscura, como una noche de mal presagio.

Susi, felicito tu creatividad, que no deja indiferente.

Un abrazo grande.
Mariluz GH ha dicho que…
Pierdo la capacidad de crear adjetivos ante tus relatos, Su. Leer ésta a estas horas de la madrugada le añade un puntito de repelús ¿no crees? :)

un abrazo
Calleja de la Hoguera ha dicho que…
No lo has conseguido a pesar de todo. Píntamelo como quieras, cualga tétricos cuadros donde quieras, aviva el fuego de la chimenea cuanto quieras, fluya el éter descompuesto por donde quiera, esa pelirroja es mía. Me encantan las pelirrojas. No pararé hasta que una pelirroja me posea.
¡Ea!
El intento, genial como siempre.

Un beso, Susi.

¿No serás pelirroja, verdad?
Genial relato en el que no falta ningún pequeño matiz. Siempre tus narraciones son perfectas y completas hasta el más mínimo detalle.

Enhorabuena querida amiga, un beso
Unknown ha dicho que…
Tu capacidad para crear ambientes envolventes es asombrosa Susi!! De estar aquí sentada tranquilamente de repente me encuentro en una vieja mansión, recorriendo sus laberínticas y tenebrosas habitaciones, sintiendo el frío y el aliento de éste inquietante personaje...

Es siempre una delicia leerte, y siempre una sorpresa llena de creatividad y del manejo del lenguaje!.

Un beso muy, muy grande!!
LaCuarent ha dicho que…
En una tórrida noche veraniega tu relato caldea mi mente que se Puebla con los personajes de tus cuadro
Magnifico cielo te dejo besos
batalla de papel ha dicho que…
Tienes una prosa rica en imágenes. Un relato lleno de matices. Es un placer leerte.

Un abrazo fuerte.
ALBINO ha dicho que…
Umberto Eco, uno de mis mas recientes mitos literarios, se queda corto si comparo sus escritos con tu relato.
Sabes manejar ese diccionario que llevas en tu mente, esa semiología, con una fluidez impresionante.
Cuentas una historia que pudo haber sucedido. Incluso en algunos pasajes me identifico con tu personaje masculino. En otros te identifico a ti con el femenino.
Pero, todo esto, está en mi imaginación de lector avivada por la fuerza de tus palabras.
Susy. Eres magnífica. Lo tuyo es la literatura...pero de la buena.
ALA_STRANGE ha dicho que…
siempre tan interesante tu prosa

:)
Mario ha dicho que…
La línea divisoria entre mi realidad y tu literaturiedad son los adjetivos que eres capaz de aglutinar para construir lo que construyes haciéndolo como lo haces. Necesito saber cómo te transformas en letra, como te vistes de palabra, como adornas tu casa con cuadros en los que el paisaje es un óleo impregnado de adjetivos certeros, también acertados.

Te he leído muy temprano, y lo he hecho mientras empezaba un café que se ha quedado frío y cuando en la radio alguien cantaba algo que enmudeció en cuanto tus letras cobraron vida para cobrarse la mía.
Y has sido un gesto inquietante. Tu relato ha encontrado en este habitáculo su propia caja de Pandora a la que regresar. Y así lo ha hecho, y así lo he hecho, he vuelto a abrir tus letras dejando que vuelen por esta estancia, dejando que se posen en mis ojos, dejando que revoloteen tirándoles pellizcos a mis miedos; retándolos, retándome.

No sé si es pavor, emoción, latencia a flor de piel, no sé bien qué es, pero leerte es surcar un mar del sur o no encontrar la salida al laberinto donde las emociones cornean al minotauro, o como se diga, o establezca la mitología.

Leerte es un viaje. Viajar a tus letras es una concesión, un premio, o una respuesta a cualquier estímulo que provoque el arte de la lectura, las lecturas que te guían de la mano por los senderos retóricos del arte. Tu imaginación es artística, mires cómo mires, proyectes como proyectes, ingenies como lo hagas. Toques lo que toques, lo conviertes en una intrigante historia (ya sé, ya sé… antes dije “relato inquietante”, pero como te sucede a ti, cualquier adjetivo es poco…

Me quedo en tu cielo preñado de presagios contemplando tu punto de mirada, tu enfoque, el zoom con el que escribes lo que ves, con el diafragma presto para ayudarte a capturar instantáneas infinitas. Me quedo enfocado, distorsionado y barrido por tu texto, arrastrado por la descripción física de los sentimientos con miedo, de los miedos combatientes que no se rinden ante una oscuridad sobrada.

Un abrazo, Susi, y mis más sinceras felicitaciones… y mis más sincero reconocimiento.

Mario
Mientrasleo ha dicho que…
Magnífico uso de la palabra a la hora de describir sin resultar sobrecargado.
Enhorabuena por el blog, ya me tienes como seguidora fiel
Mientrasleo ha dicho que…
Buen relato con un uso espléndido de la descripción sin sobrecargar al lector. Enhorabuena, me quedaré por aquí para ir leyéndote.
Un saludo
Marisa ha dicho que…
Susi eres increíble, eres capaz de dar vida hasta a los mismos fantasmas.
Me quedo con el final
un sueño gélido e irreal.

Te felicito por este genial texto.

Espero que podamos coincidir
para darnos un abrazo de los nuestros
mientra tanto besos.
Susi DelaTorre ha dicho que…
Y gracias a mis torpezas, he perdido el comentario de "LA SONRISA DE HIPERIÓN" que espero me disculpe el lío...

Decía así:

Susi, como siempre un placer volver por tu espacio.

Saludos y un abrazo.

( Aprovecho para agradecer tus siempre amables palabras )
Anónimo ha dicho que…
"...pero los muertos estamos en cautiverio, y no nos dejan salir del cementerio"

Escribes precioso, por leerte escapo de mi Isla.
José Antonio del Pozo ha dicho que…
Consumado dominio del relato gótico, de sus claves, de sus llaves, de su interna tensión, de su ambriente propio, de la raya fronteriza de realidad e irrealidad del mismo, de su romanticismo fou, de todos sus mecanismos. Mi humilde enhorabuena.
Saludos blogueros
Esilleviana ha dicho que…
Nadar entre tus palabras supone mucha práctica, pericia y ejercicio :)

al principio creí ver que nosotros, tus comentaristas, somos los vigilantes que acechamos tu intimidad desde el otro lado del cristal o de la pantalla. Más adelante percibí como si él continuamente expusiera sus fantasías, sus miedos, temores, desconfianza ante todos nosotros y de algún modo se sentía amenazada, en parte intimidado ante tanta presencia, pero al final ha encontrado un modo de salir adelante: sentir la estimulación de ella (los comentaristas) para continuar haciendo lo que más le gusta escribir...
jajaja es una interpretación muy personal :))

pero sin duda, un placer leerte.

un abrazo
Rapanuy ha dicho que…
La maldición familiar se perpetúa eternamente amparada en el impulso natural más poderoso: la supervivencia. Sobrevivir a cualquier precio, aunque el coste signifique la propia alma inmortal.

Ssludos.
Luis Antonio ha dicho que…
Tus relatos seducen tanto por la forma literaria como por el fondo argumental. Te felicito, Susi
Un abrazo
TORO SALVAJE ha dicho que…
De tu relato podría salir una buena película, que digo..., una saga entera.
No sé porque tengo la sensación de que has disfrutado mucho escribiéndolo.
La muerte y lo del más allá nos sigue fascinando como siempre.

Besos.
MA ha dicho que…
Hola Amiga Susi de principio a fin un placer grato leer tu relato de "Gélida realidad" muy bien relatado y escrito con todo detalle de sus protagonistas.


Besos de MA y mil gracias por tu huella amiga.
Manuel Torres Rojas ha dicho que…
Marco Aurelio dejó escrito:
"Como el que ha muerto y ha dejado de vivir, ahora conviene vivir el resto que queda conforme a la naturaleza"
La sonrisa de Hiperion ha dicho que…
No te preocupes amiga, por aquí me tendrás casi siempre.

Saludos!
ALA_STRANGE ha dicho que…
GRACIAS

:)
Unknown ha dicho que…
Ecos de Poe, Radcliffe y de "The Haunting", también. Que la locura nos persiga sin jamás alcanzarnos. Saludos.
Luis Antonio ha dicho que…
Tu espléndido relato me ha sumergido en un mundo onírico donde las sombras amortiguan las escasas luces. Un abrazo
Mercedes Pajarón ha dicho que…
Te adentres en el género que te adentres, lo dominas y le das tu toque magistral...Susi, llevas la literatura en la sangre!

Un abrazo!
Sir Bran ha dicho que…
Durante este magnífico relato he sido transportado a otro tiempo, a otro hálito de la existencia... y lo he hecho disfrutando de cada recoveco de tu riqueza literaria.
Casi he escuchado a ese escalón que chirría, casi he visto a esa mujer que se deslizó escalera abajo... y casi he visto a todos esos antepasados de alguien que aún se cree vivo.
De hecho creo que gracias a ti, goza de más existencia de la que jamás habría podido tener.
Un sonoro aplauso Susi.
Eres sensacional y única!
Besiños siempre.
Juan Escribano Valero ha dicho que…
Hola Susi: Como siempre tus relatos son para leerlos dos veces, este es muy intrigante, no apto para leerlo en la cama si queremos dormir.
Un fuerte abrazo y felicidades por tu talento.

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