PALABRAS BORRASCOSAS




              PALABRAS BORRASCOSAS

Lo que no se pronuncia… no existe

Mi casa se descuadra, se tambalea, zozobra, desequilibra. Las paredes amenazan derrumbarse, igual que si en un desmayo, aguardaran caer sobre blando. Oigo crujir la cabecera de la cama, se está despegando de la pared, a la que se sometía, fuertemente atornillada. Sé que las baldosas del suelo, rebeldes y salvajes, planean izar sus esquinas en búsquedas de apariencias redobladas. La casa entera huye de sus cimientos, mientras los cuadros anclados al muro, giran vertiginosos. Una melodía celestial se apodera de todo el caos; las lámparas de cristales, herencia de la abuela, sonsonetean sin timideces.
Todo desea hablar, menos yo. Poseen miles de onomatopeyas. No tengo palabras.
Decido apoyar mis manos sobre los muebles más cercanos, una mesa y su correspondiente silla. Ambos se aquietan mientras las puertas del inmenso armario empotrado acallan su brutal ritmo. Entonces puedo suspirar aliviada, boqueando igual que un pequeño pez despojado de oxígeno. No sé si suspiro o tomo fuerzas para continuar con la vida de hoy. Mis pies descalzos se dejan contagiar por la gris frialdad del suelo, ya apaciguado. Un frío que llega a descongelarse, mutando en calor en cuanto asciende a mis mejillas. Estoy acalorada.
Solo en tres horas he provocado dos incendios, tres huracanes, cuatro tornados y ocho remolinos. He vuelto loco al ventilador del techo y movilizado todo el mobiliario circundante. Hice añicos seis jarrones chinos de pega y siete libros han salido deslomados de las contiendas. Mi agitación sobrepasa cualquier cálculo medible, víctima de una aceleración interior obediente a causas exteriores. No comprendo como una palabra puede haberme alterado tantísimo. Apenas fue una musitación: “Voy”
Viene. ¡VIENE! ¿Y qué?... ¿Cómo que “y qué”?... ¿Estás tonta?
Otra vez provoco un torbellino incesante, bailando sobre las puntas de los pies. Mi cabello se enreda, acompañando a vestidos voladores en cada giro; cometas en rojo, azul, verde y negro; zapatos con altos estiletes en rojo, azul, verde y negro. Ni decir de mi ropa interior, roja, azul, verde y negra, a punto de batirse en el molinillo del biombo chino, que ha comenzado a aplaudir moviendo sus goznes aleteantes.  Mi coloración facial muta desde la sonrojada excitación, hasta la cianótica palidez en azules, privación luego verde por pura incertidumbre, reconvertida en negro terror. Un cálculo de posibilidades y combinaciones posibles hasta que me obligo, a la voz de ¡Ya! ¡Frena! ¡Piensa! La ropa cae desmayada sobre la cama. Tendré que concentrarme mejor, por si acaso existe otra vez.
¡Ésta, desde luego, se gestiona fatal!
¡Viene! Sí. Viene. Me lo ha dicho. ¡Viene! Una gran piñata de colores confitados se despliega en mis adentros, ocupándome. Así no entraré en las costuras de ninguno de mis vestidos. Ni dentro del rojo, ni del azul,  el verde y mucho menos en el negro, más corto, más ceñido, con más ganas de apretar que de albergar algún buen pensamiento. Tal y como han aterrizado puedo hacerme la idea de una combinación posible entre ellos, incluido el diseño de algún pecado grave.
 ¡Ya estoy dudando! Vestido rojo, zapatos “taconazo” negros, liguero… ¿Hará falta? ¿Suplirá algunas conversaciones, algunos gemidos, algunas miradas?
“Voy” me dijo. ¡VIENE!
Otra vez inicio tornados, que abren los cajones con ímpetu salvaje, vaciándolos en el aire, tirando de nuevo su contenido en el momento mismo en que mis pies se inmovilizan, junto con el mareaje que me inquieta. El suelo se alfombra con mi ropa interior, formando orografías de encajes y paisajes de transparencias en variadas opacidades. Aquí hay uno que me gusta. Color rojo o azul, verde o negro. No dudo. Desecho fugaz idea de recurrir a un tatuaje, pero contemplo con dadivoso permiso una mariposa negra de encaje finísimo, sujeta a sí misma con dos cordones lujosos. Parece pintada sobre mi piel, sin intenciones de volar tras mi imaginación presente. Estiro con cuidado la ropa elegida, sitiando la colcha. Parece, este lío de ropa, yo misma deshuesada. Algo misterioso comienza a vivir en una figura de ropa vacía, algo que se muestra mezquino. Me intento concentrar ¡Venga! Piensa en el reloj. Atenta. ¡VIENE!
Todo preparado, digo ante el espejo, que me devuelve la faz que merezco, la edad que he vivido y una estatura original no menguada. La mirada cansada y los labios que olvidaron su discutido poderío, también se muestran sobre la pulida superficie. Viene. Es una buena cosa, a pesar del miedo: único ropaje que no debo de usar en este trance. ¿No?
Me falta lo más importante. IMPORTANTÍSIMO. ¡Lo últimamente importante!  Necesito la expresión de lo que deseo, la escalera precisa hacia la pasión desatada que anhelo, el puñal que atraviese incluso la piel más endurecida. El plastilínico pupilar necesario para entrar hasta su cerebro.
¡Necesito PALABRAS!
Con vaqueros desgastados, camiseta estirada y sin temor ante los mordiscos del animal llamado niebla, que cubre la ciudad, deshago ligera los descansillos de la escalera vecinal. Con todo este lío, y otros, no he pagado mi cuota de sol, así que… no me corresponde, mire donde mire, todo se pinta de gris. ¡Qué ingrata es mi agenda! Con un traspié, maldigo el hecho de que el edificio no tiene ascensor. Bueno, existe, pero enfadado por no ser llamado jamás por su nombre, se ha convertido en un cubículo inmóvil en la zona del ático, entre los trasteros y la ensordecedora caldera. Funciona de noche, en solitario, agazapando fantasmas en su interior, mientras abre sus puertas cuando llega al portal. Cada vez es más estrecho, pues adelgaza sin provisiones vecinales. Cuando alguien desaparece, una visita que no llega, un marido que no vuelve, una mujer que abandona el hogar, toda la comunidad habla en susurros.
Voy tan absorta cruzando la puerta exterior del edificio que a punto estoy de desplomarme sobre un contenedor urbano, que resopla y frunce la tapadera para demostrarme su enfado. Mejor lejos de estos cachivaches, dicen que son humanívoros.  Sucios en apetitos.
Las PALABRAS se exponen a la venta, pero son tan escasas que no se ordenan en los escaparates. Nadie sabría decir cuáles necesitarían, a no ser que su definición cuente con las suficientes claridades para darle pistas a los vendedores. Existen traficantes, claro, pero son para jornales que no poseeré ni en sueños. Las recientes crisis han agravado el problema, mermando su oferta incluso en las rebajas, siendo insuficientes y prácticamente inservibles. Son palabras que resuenan sosas, vacías. O de las tan complicadas de pronunciar que nos descubriríamos torpes, tartamudos frente a ellas.
A quién viene, dios llegado a mis tormentosos giros, no puedo decirle cualquier cosa. No me sirve cualquier expresión. Podría confundirse conmigo, adquiriendo una idea equivocada sobre mi persona o lo que espero de él. ¿Y si ya llega con una imagen preconcebida? ¡No bastará una ropa adecuada si mis palabras son inadecuadas!
La falta de palabras es el origen provocador de rupturas. Abortos relacionales. Bien lo sé. Hace tiempo, usé alguna que no era la apropiada. Fue el comienzo de mis ataques ansiosos, de mis tronadas cicatrices, de las hecatombes del mundo propio. Me desvío hasta de mis pensamientos.
Nadie adquiere palabras, a no ser mediante pago. Hablar cuesta esfuerzo. En las esquinas, mujeres de labios mal perfilados ofertan las suyas, nunca apropiadas lejos de sus húmedos muslos. Ellas las compran poco a poco, con el sexo de cada cliente, hasta tener la suficiente cantidad para desgranarlas escupiéndolas entre salivas y semen. Pero nunca llegan a comprar las necesarias para abrir los párpados, cerrando todo lo demás. Tampoco lo suficiente para conversar; son un colectivo con bajo techo de cristal, demasiado especializado.
Bajo portales garabateados, reptan nerviosos igual que culebrillas, encapuchados permanentes que trapichean con letras concatenadas. La gente acude a ellos de tapadillo, con siseos y disimulos. De esta forma, puedes conseguir un gran número de ellas, pero jamás podrás poemar ni amar con tal manoseados productos. Solo valdrían para consumos propios, maltratar a sus mujeres o atemorizar hombres más civilizados que ellos. Si podrán fabricar mentiras con visos de credibilidad, pero, seamos justos, para eso no harán falta grandes elocuencias. En todo este universo falto de sofisticación, los seres privilegiados son los camareros.
Bajo sus bandejas metálicas, sobre sus zapatos desgastados, dentro de sus uniformadas camisas, son barrenderos de alcohólicas pérdidas vocalizadas. El cliente pierde y ellos ganan. Quien se acoda por sus barras, atrinchera por sus mesas, descienden por sus botellas, usan e irremediablemente, pierden el poco patrimonio que poseyeron. Seguro que un bar no es el mejor sitio para una mujer, con la palabra “VIENE. ¡VIENE!” prendida en los lunares del escote. Pero la biblioteca hace tiempo que se convirtió en un lujoso Salón de Juegos. Palabras no habrá, pero cartas y apuestas, para aburrir.
El camarero me mira con una alegría triste. Creo que sabe demasiadas palabras. No sabe ni tiene tiempo de usarlas, se le amontonan. Sé que le apalea este atesoramiento. Este hombre desgasta su vida a golpe de suela, conviviendo con la soledad. Su compañera no supo contestar las más elementales preguntas relativas al “ellos”, necesarias para la renovación de pareja, gran invento, rompiendo vinculaciones con él, que dicho sea de paso, tampoco contestó con acierto.
Tal vez trabajaba demasiado, tal vez amaba menos, mal o peor. Tal vez, se volvió descuidado, ojeroso, gruñón y déspota en sermones. Tal vez, todo a la vez. O nada. Por ventura, nadie le cotillea, relamiendo su vida de boca en boca. Le sonrío en la distancia de la barra y me encaramo a la cima de un orgulloso taburete, con elegancia patosa, herencia de mi padre. Eso me dijeron. Sin preguntar, sirve mi café en el vaso largo de siempre. Sin azúcar. Cada persona o grupo laboral tiene su consumición asignada por horario políticamente correcto. Barra libre de alcohol para los declarados adictos, cafés, zumos y cacaos, para los moralizados. Sus manos pertenecen a mis deseos. Siempre cumplidor. Sin necesidad de una palabra: una mirada, un café.
Suerte tendré de no derramarlo. A fuerza de consumir cafeína, éste es mi camarero; al que recurrir cuando todo marcha fatal, regular o incluso bien. Me echa un vistazo y sabe a qué consumición debe dirigirse. Soy una mujer de costumbres, eso sí, trazada para ser distímica cien veces al día. Se queda colgado de mi escote, por suerte, no desconfío; sé a la perfección que su ánimo está lejano del reclamo sexual, pues le gustan otra clase de mujeres. Ésas que no soy yo. Su mente capta el mensaje: “Viene. ¡Viene!” y su sonrisa me devuelve la confianza. Recorre el espacio de la barra, apoderándose del bote de palabras derramadas entre copas, discursiones, deseos o risas. Propinas añadidas a la consumición. Es el ojo que todo lo mira, el oído que todo lo escucha, el que se mantiene impasible ante las debilidades o fortalezas mostradas por la clientela. Algunas veces, casi con desesperación, aguanta las ganas de colocar alguna palabra amable sobre la mesa, mientras la gente se hiere con las pocas que tienen. Coge el pesado recipiente. Lo agita ante mí y siembra unas cuantas sobre el espacio que nos separa. Las miro con esperanzado brillo, ¡son bastantes!
Me tomo de un solo trago una dosis cafeínica y comienzo con reverencia a separar unas de las otras. Sus sílabas se enredan con facilidad. Si me las apropio así, luego, a la hora de pronunciarlas, nada me salvará que tras una suene la otra sin remedio. Esto es mucho más grave de lo que parece, pues se contaminan, se matizan, nublan, resaltan, tal vez lo contrario a lo que significa la palabra principal, el origen de su uso.
Algo así como un… “te quiero, z…”. ¡Yo me entiendo!
Separo hacia mí, un “espero, pienso, supongo”. Lo medito dos veces antes de elegir “gustar, beso, deseo, abrazo, querer, sueño” Aparto al otro lado: “imposible, aburrido, pedante” El dador de palabrejas mira serio, me sirve otra dosis y arrastra letras con sus dedos, hacia el montón aceptado: “preciosa, piel, cama, sexo, placer, sexo”. Sonríe ante mi bajada de párpados por la repetición y empuja algunas hacia una bolsa, que ata fuertemente aunque sin brusquedades. Me la ofrece y entiendo que es un regalo. Este hombre tiene algo encantador, algo que traspasa mi conocimiento sobre la especie masculina. Quiere que las vea en casa. Derramo parte de un segundo café, acto previsible, sumando un par de condecoraciones a la genética imperfecta. Me gana el nerviosismo. Procuro no armar un vendaval en medio del bar. Puede ser catastrófico hacer una densa papilla de los helados expuestos, los zumos de naranja, las copas servidas, aperitivos salados y blancas servilletas. Imagino a éstas volando, cual palomas higiénicas y casi me echo a reír.
¡Quieta, quieta, quieta…! Decido hacerme caso. Esparzo las palabras sobre la cama, que se encuentra asfixiada por la profusión de primero ropa, después, letras. ¡El colmo, pensará ella!  Pierdo la vista sobre las palabras tumbadas, sumisas, expuestas. Me permiten crear horizontes profundos nunca explorados.
Las parejas tienen idiomas propios y muy personales. Claro que van cambiando por acción de los años, pasando del amor a la indiferencia, o de la pasión desaforada hacia un educado distanciamiento cariñoso. Igual suerte tendrán los que mutan el afecto cordial por el gruñido grave, por el insulto continuado, por los desprecios mutuos. De todo hay. No tiene relación con el poder adquisitivo, ni la educación, ni el interés. Las palabras se compran en ocasiones tan rebajadas, incluso de segunda, tercera o cuarta mano, que luego es imposible reclamar a nadie.
Los lenguajes del amor son impredecibles, desde el sentido tacto hasta la muda indiferencia labial. Si encima, no posees un capital suficiente para expresarte, quizás salte por la ventana al suicidio. Las miradas son suficientes hasta que observas con atención hacia el techo, autista y prendido en hilos incómodos. Los silencios también son lenguaje, se inflaman, se pelean con el sonido, ganan, distancias, sumergen y brotan sin control a causa de las intromisiones. El comienzo de lo que yo espero no tendría mucha necesidad de explicaciones. Desconozco el lenguaje que utilizará el visitante futuro, próximo, llegado. Es cierto que fue alguien en mi pasado. Pero si ahora regresa, no lo será. Siempre volvemos distintos con respecto a quién nos vieron partir. Lo demás es suponer falsamente. Me agarro fuerte a la cabecera de la cama, en ella guardo dos antiguas fotos esquinadas, cinco entradas de cine, ocho pastillas para dormir, quince años aletargados por si hiciese falta vivir la felicidad algo más de tiempo, temo caerme de puro nervio. Con el rabillo del ojo contemplo la lámpara de pie meciéndose para coger impulso. Dos libros comienzan a agitarse. Respiro hondísimo…
¡Ya dejo de pensar!
Cuidadosa, delicada hasta alcanzar el ridículo, inicio la abertura de la tímida bolsa azul. ¡Oh! Levanto una de las palabras con dos dedos, para no tocarla demasiado. Obscenidades. Palabrotas. Letras que se ordenaban resultando feas, de las que excitan o hacen que odies a quién te las pronuncia. Encima, todas ellas enredadas, conformando universos oscuros que destilar sílaba a sílaba a través de los orificios físicos. Si una hallaba la libertad, se suspendían en el aire todas las demás, seguidas e imparables. Tienden a mostrar su envés, siempre más áspero, más rudo, menos emocional. Desdibujan la línea entre incitar a la violencia o a sexo. Claro, sabiduría de camarero; no hay que olvidar que es hombre. Seguro que las recoge a diario, aunque sean musitadas, aunque quienes las pronuncien vistan trajes que no delatarían las que compran. Los esquejes prenden en rastas y en corbatas. Me pregunto si habrá barrido algún grupo, por parecerle demasiado horrible, demasiado vejatorio, basura, directamente. Aquéllas que protagonizan los noticieros, bajo titulares de violencia de género. Pudieran parecer las mismas, pero no. Existen grandes diferencias. Mi vida física merece oportunidades, dando mimos al placer y a la fantasía sin más motivo que amarse en libertad.  Solapamos el poder de las palabras, confiando que el otro las escuche con el tono emocional que les admitimos.
Pero él viene. ¡Oh, sí! El tiempo no sobra para perderlo. Haré dos o tres montones, cuatro caminos, seis refugios de montaña, agrupando vocablos y según acontezcan los momentos, elegiré. Se recomienda un “uso responsable”. Me prometo a mí misma, escoger lo que sea capaz de pronunciar. En realidad, quisiera envolverlo en un celofán huracanado de significados, reales, imaginados. Siempre pasionales y despeinados.
Bajo de la cama de un brinco. ¡Tengo que apresurarme! Viene. Él llega... ¡VIENE! Ahora ya tengo un amplio léxico. ¡Decenas, centenas, miles de pronunciaciones! ¡Que venga!
Mi casa comienza de nuevo a descuadrarse...

Comentarios

La linterna literaria ha dicho que…
Muy buen relato, su atmósfera alucinante recuerda al desorden onírico de esos sueños que aparecen de pronto en las madrugadas. La dispersión y la fragmentación de cada escena remite a pérdidas amorosas, al impase lógico con la razón, después del desencuentro amoroso. Felicidades Susi, sigue escribiendo.
Manuel Torres Rojas ha dicho que…
Amor manda escribir y no hablar...
A SUSI, Manuel salud envía y abraza sus letras.
Mariluz GH ha dicho que…
Describes como nadie cada situación del ánimo y el sentimiento... he visto volar la ropa, los zapatos, las palabras barridas y tiradas en la barra del bar, he sentido la mirada del camarero... me has angustiado con el rosario de emociones y me has hecho sonreír recordando...

Gracias por compartir tu arte, Su :)

dos besos y un abrazo
Anónimo ha dicho que…
Buen relato Susi, lo haces de tal modo que te sientes metido en la escena, transportas muy bien al lector. Besos
Pablo ha dicho que…
Que buen relato. Fascinante. Llegué a tu blog por un comentario de facebook y me encantó. Te felicito. Te espero en el mío cuando quieras.
Saludos cordiales.
Marisa ha dicho que…
Hola Susi,una vez más me encuentro sin palabras para describir la vorágine a la que llevas al lector,
en un relato en que diseccionas a la perfección la palabra hecha piel en ese preámbulo del encuentro.
"...la gente se hiere con las pocas palabras que tiene "

a veces ya ni hacen falta,
con un solo suspiro, un gesto, un silencio son sufuciente.
Acabaré diciendo que también existen palabras bellas
con las que se puede alegrar
la vida.
Brindemos por ellas.

Besos
ALBINO ha dicho que…
Y al final, llegó y tu fuiste feliz. Esta es la conclusión que saco del relato en el que, si no hay mucho autobiográfico, bien pudiera haberlo.
Un terremoto de hechos, de sucesos, de situaciones y de palabras, todo muy equilibrado y perfectamente escrito.
Consigues, Susy, que uno entre de lleno en el texto a pesar de que, al principio, resulte dificil saber hacia donde vas.
Enhorabuena y a seguir escribiendo qwue es lo tuyo, porque sabes expresar sentimientos, pasiones, alegrías y dolores.
La sonrisa de Hiperion ha dicho que…
Que estupendas las palabras que nos has dejado. Siempre un palcer pasar por tu espacio.

Saludos!
Esilleviana ha dicho que…
Mientras te leía y descubría la importancia de las palabras, que son como lazos de unión o pequeñas conexiones con lo que nos rodea, pensaba que hace poco celebramos el día E, la fiesta de los que hablamos español. Se elegió una palabra para nosotros extraña pero tú, consigues traer cientos de palabras, todas con sentido y significado, que emociona, entristece y esclarece.

Creo que ella logrará, después de 15 años, volver a expresar todo lo que en su momento no supo o se atrevió a decirle. Lo que no se pronuncia no existe y lo que no se pronuncia regresa Lo que no se pronuncia no existe (Philip Meridian). es un cita muy real e irrefutable.

me gustó mucho.
un abrazo
Rapanuy ha dicho que…
Después de leer tu relato me he dejado caer por los tugurios de mi barrio y no he podido encontrar un camarero ni de lejos parecido al tuyo, tendré que ampliar mi radio de acción, pues yo también quiero mi ración de palabras para saciar, si no el estomago, al menos el alma.

Un abrazo.
Mercedes Pajarón ha dicho que…
"Voy" y "viene"...¡Cuánto juego literario dan estos dos verbos en tus manos! Y no me cansaré de repetir de qué manera conoces lo más profundo del alma humana...

Un abrazo!
Susi DelaTorre ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
José Luis López Recio ha dicho que…
Es muy bueno. Me ha gustado el juego de buscar palabras; las palabras adecuadas.
El ritmo es algo, frenético y transmites esa ansiedad.
Me ha gustado mucho!
Un abrazo guapa!
Susi DelaTorre ha dicho que…
Un saludo agradecido a tod@s por pasar, leer y comentar este relato, que al comienzo deseó ser más ligero y trivial que los próximos anteriores... y al fin, parece que cogió vuelo.

Quería reforzar la idea de que las PALABRAS, son importantísimas; no son detalles banales, ni vale decir cualquier cosa, como con desidia o un "romper el silencio" como quién canturrea una melodía por sentirse menos solo.
Las palabras tienen el altísimo poder de querer decir lo que desean, ya sea bueno, malo o incluso atroz. Sirven, a veces los mismos vocablos, para querer o herir. Algunas personas no eligen las adecuadas en su vida, creando malentendidos, odios o sinceridades mal dirigidas. Son armas potentes que nos pueden hundir o reflotar...

Es importante todo cuanto se dice, que junto con los gestos, nos sostiene amistades, amores, relaciones y nuestra propia seguridad interior...

Espero no haberme extendido demasiado en mi explicación, y que lo haya hecho medianamente bien.

Si lo he conseguido o no, os envío mi abrazo más ajustado y mi agradecimiento por buscar éste relato.

¡Sois MARAVILLOSOS!

¡Saludiños!
Mario ha dicho que…
Las palabras se encuentran cómodas entre tus labios, o tus dedos, consiguiendo que de tu factoría de historias nazcan esos sueños para mezclarse con nuestras realidades y sus mentiras de verdad.
Así que aquí me tienes, admirando… y contemplando el lienzo sobre el que dibujas, pintas, subrayas y proyectas tu punto de mirada emocional.
Leerte es querer conocer, es querer adentrarse en las profundidades de cada uno, de cada aquel, es querer saber más de la condición humana que nos condiciona, que nos dicta, que nos dirige, que nos condena y que nos redime, más o menos…

No encuentro, a veces, palabras para equipararlas con las tuyas, para que se apareen y den a la luz y sus sombras, un texto digno. A veces, digo, es llegar y besar el santo y su mano pagana llena de verbos conjugadamente conciliadores.

Eres compleja escribiendo. Eres completa esculpiendo frases. No dejas un verbo a su suerte; lo acompañas con el mejor de los sujetos y nos sujetas a él, para hacernos partícipes de tu dolor, de tu pena, de tu redención, de tu alegría.

Aquí hay motivos para venir, también para quedarse, también para pararse y esperar ese tren cargado de palabras que sólo te esperan a ti, para que las adoptes, las abraces, las uses y las entregues, o lo intentes, con la maestría que tú, Susi, demuestras en cada línea, en cada punto, en cada giro de todos tus textos.

Tus historias me parecen tristes, aunque profundamente necesarias. La tristeza es más una compañera, la mayor parte del destiempo, que un estado anímico del que huir. Eso sí, hay que saber entenderla, que no te tome el pelo, que siga sus pasos, una vez se canse de andar a nuestro lado, o algo así.

Es un placer leerte, desde hace ya...

Te dejo un abrazo y, sobretodo, mi admiración

Mario
Daniel Rubio ha dicho que…
Wow¡¡ Casi me he mareado ante este torrente de palabras, impresionante. Estás hecha un crack.
pájaro pequeño ha dicho que…
Además de que el texto está increiblemente bien narrado (que no hace falta ni aclararlo, supongo), esa primera frase es demasiado cierta.
"Lo que no se pronuncia, no existe".
TORO SALVAJE ha dicho que…
En algunos momentos me has recordado, espero que no te enfades, a Stephen King.
La realidad y las pesadillas sabiamente mezcladas.

Besos.
Ricardo Miñana ha dicho que…
Inquietante, leyendo tus letras siempre envuelve la emoción.
que tengas un buen fin de semana.
un abrazo.
David Cotos ha dicho que…
me gusto, sobre todo la primera frase.

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