DIVENGACIÓN



“Dios me habló hoy. Me confesó que no sabía hacer bien su trabajo justiciero. Punteó, en susurrada confidencia, que no dimitiría a pesar de su descarada ineptitud, pues su fama es innegable. No se querellará contra mí, exclamó condescendiente, sonriendo burlón y enérgico, por todos los años en los que le falté al respeto, negando su existencia. Y añadió: aunque sea verdad…”

DIVENGACION.
La venganza está muy mal vista. Algunos la consideran necesaria para reparar heridas, ya sean mentales o físicas, infringidas en un pasado a nosotros mismos o a otras personas cercanas, implicándonos con emocionado dolor que acaricia resarcirse.
La venganza goza de muy mala fama. Otros la creen excusa para proclamar sus altos valores religiosos o morales, amparándose en que la curación del mal ocasionado, a través de ella, no encuentra nivelación, sino un descenso a la catadura del autor de la bajeza cometida.
La venganza puede contemplarse igual que un destino vacacional ansiado, un paisaje transmisor de bienestar y calma. No hace falta habitarla para encontrar su máximo disfrute. Ni ir demasiado lejos para alcanzarla; aquí mismo, bajo mi ventana, siempre tan nublada como mi vida, se expande un cementerio.
La venganza, pertinaz caminante, se deja ver a diario; permitiéndose oler, tocar y sentir. Pasea entre lápidas, bordeando muros pintados en hiedras, que dividen el infinito de los espíritus y el finito insoportable de los que ansiamos descanso eterno. Entrelaza los gestos de los familiares que se arremolinan junto a los ataúdes recién forrados, entre gastadas alianzas menguantes, que orillan su fin. Mira desde sus ojos amarillos y muestra sus mellados dientes con los que me dirige ademanes de mordidas. Es una monstruosa excrecencia henchida de cólera. Ahora descubro que no la he alimentado lo suficiente, así que se ha pasado de bando, traicionando la cantidad ingente de rabia, ira y furia que pretendí inculcarle todos estos años.
Nada menos que treinta forzados años. No es cierto que el tiempo sitúe todo, en base a actos pasados, al lugar que le corresponde. Lo repetían muchas veces, pero jamás les creí. Vanas palabras de quién no sufre. No tiene porque ser cierto. Es ridículo creer en que la justicia divina funcione mejor que la terrenal.
Treinta años han pasado. Treinta años, con sus meses, días, horas, segundos; treinta torturantes supervivencias con multiplicadas oscuridades, como pesadillas, vértigos, llantos, vigilias, insomnios, magulladuras y suspiros. Laceraciones como muescas de revólver.
No puedo más que sentirme hondamente dolido al conocerme fuera de esta competición para engordar revanchas. Han girado las tornas y he pasado, contra todo pronóstico, de vengador que espera acechante, a ser víctima de la venganza de un asesino.
Me lo imagino alimentando su fiera particular, insidioso, con igual dedicación que yo, pero con más rotundez. Con satánica oratoria, con el tiempo cómplice de fechorías, escuchando y bebiendo del mismo abrevadero. Puedo casi visualizar el tachado sobre cada número del calendario, paciente, calculador, malévolo, convencido de poseer la razón. Porque así viví yo, cosiendo y descosiendo recuerdos; llorando desgracias. Muriendo inmortal dentro de una cancerosa pesadilla.
La vejez fue cercándonos, al asesino y a mí, igualándonos en canosidades, mermando bríos, restando un número finito de respiraciones. Me levantaba como un guiñapo, así mismo ahuyentaba al sueño, animal que conserva disecadas sus retinas, vegetando en ambas tareas; mientras él asistía al gimnasio, se diplomaba en carreras universitarias, concedía entrevistas, escribía panfletos, recibía homenajes dentro y fuera de los barrotes carcelarios. Un justo trato de favor. Mejoras en su celda, mejoras en su vida. Sentimiento humanitario, decían. Familiares que votaban por el político que les asegurara su bienestar. Por el bien del preso. Por el admirado activista. Cada día, un desgarrón interior me sustraía energía ante la imparable sucesión de una agónica vida que no quiero continuar.
Tuvo mujeres a las que amar; incluso, tras matar al mío, alcanzó la desfachatez de tener hijos propios. Las cartas de sus admiradores eran publicadas con grandes distinciones. Admirado sin vergüenza ni timidez. Me convertí en espía acosador a cada paso suyo, con la información que hociqueaba entre los distintos medios de comunicación.
Mejor asesorado que yo, a quién el tiempo entregó una hemiplejia que afectó al lado derecho de este ya no cuerpo mío. La mitad de mi carne está sepultada junto a mi hijo. Los primeros meses, luché con colérico bravío para restablecerme. El no sentir calor, frío, movimiento ni quietud, enterrado dentro de una envoltura carnal muerta, rebasó mis desasosiegos. La impotencia se vistió de amargura decepcionada y abandoné, rendido, el golpear contra las paredes, contra las esquinas de los muebles, en busca del olvido del punzante dolor íntimo que acarreaba, desde que aquél terrorista asesinó a mi chiquillo.
Una bomba a punto de ser detonada. Un chico que va a la escuela. Un padre que vigila su marcha. Un estallido. Un muerto. Un pequeño vivir deshecho. Mi vida deshecha.
El fin del mundo.
De eso, hace treinta años. Mi vida se detuvo en aquél minuto. Paralizada totalmente. Mi corazón se negó a continuar latiendo. La ausencia de una parte tuya es una mutilación. El miembro fantasma permanece, doliente. El mañana no fue verdad, desapareció en un mar de torturada agonía.
Transcurrió la vida, sorprendiéndome que continuara sin la presencia del niño mío. Festividad del día del padre, de la madre. Navidad, veraniegas vacaciones, visitas familiares, campeonatos de su equipo de fútbol, excursiones de los compañeros de pupitre. Fiesta colorida de muchos fines de curso. Pero lo que más rompía mi equilibrio débil, sustituyéndolo por desequilibrio sólido, eran nuestros momentos de dormir, cuentacuentos con sonrisas fantasiosas, desayunos galleteros con pijama junto con aquella rutina nada fastidiosa de llevarlo al entrenamiento. Añoraba todo de mi hijo. El tiempo no es solución, ni siquiera atenuante.
Repasé al milímetro cada latido de su corta vida. Tracé con las yemas de mis dedos los contornos de su retrato. Utilicé su carnet de la biblioteca averiguando qué libros leyera en aquellos cortos años. Hice el listado de los cromos que le faltaban en la colección de súper-héroes, para terminarlo en su honor, escribiendo en su portada “Propiedad de” como hubiese deseado. Después lo quemé. Dolía demasiado. Releyendo sus pautados cuadernos, adiviné su futuro carácter en caligrafías picudas junto con esbozos, caricaturizando a algún severo profesor. Me aficioné a sus dibujos animados favoritos, nexo de unión entre lo simplista de su mundo y lo arduo, duro, cruel mundo que lo desechó de sus vías. Memoricé también aquellas cartas anuales a los reyes magos. Entendiendo por fin, que no le gustasen los guisantes: “verdes canicas escurridizas”, pero que relamiera el pastel de nada “guay” de la abuela; ni los noticieros “son muy tristes y no los entiendo, papá”, ni mi pesada manía de grabar sus chapoteos torpes en vídeo cuando todavía no aprendiera a nadar. Conociendo su adolescencia perdida en el fisgoneo a sus compañeros, que crecían, mutando en hombres, enronqueciendo vocablos y voces. Mil regalos acumulados en su habitación, creando laberintos, aguardando a un niño que no regresaría jamás, perteneciente cada obstáculo a cada aniversario, santo o necesidad paternal urgente.
Sonrisa buena y limpia, transparente mirada infantil. Ojos azules. Flores blancas que se pudren, rotas, cadavéricas en el lugar de la explosión. Llevo treinta años reviviendo un solo día.
Ahora, el culpable sale en libertad. Pretende ser más que inocente, virgen en culpabilidad. Bajo el cielo abierto sin amenazantes nubes, traspasa la salida de la prisión, nunca tan poco enrejada, para envolverse en aclamaciones y vítores populares. Es un héroe con la razón de su parte, con muchedumbre partidaria, con razones irracionales de su bando. Lo veo por televisión. Es famoso. Uno de los considerados presos históricos. Semeja satisfecho, al igual que los incondicionales acólitos que lo atiborran de abrazos y palmoteos entre omóplatos. Un ramo de flores se marchita en la infecta flexura del codo, al mejor estilo de divo encumbrado. En el otro se cuelga la venganza, que visualiza a través de la cámara. Mira directamente a la lente, orgullosa de exponer la libertad del criminal. Ha esperado, él también, treinta años, para apuñalarme con su sentencia, con su liberación, pavoneos de víctima injustamente sometida a un encierro que, declara su intrigante abogado “le torturó psicológicamente, atentando contra su dignidad humana”. Como no podía ser de otra forma, lo suben a un podio, dirigiendo hacia necias orejas amigas, miles de palabras ideológicas de júbilo, ánimo y resistencia. Dicen que es un mártir vivo de la causa.
Ante los aplausos, micrófonos, gritos alentadores, ése hombre, asesino de un niño de diez años, ciudadano libre con derecho a vociferar su orgullo, alza el puño inflamando una proclama. Una confusión atroz me hiere.
Contemplo mi pierna paralítica, absurda, deforme. Observo mi mano, engarrada, ganchuda, inútil. Sé que hasta mi rostro está desfigurado con media sonrisa que nunca quiso existir, con un párpado caído, desmayado sobre la ojera abolsada, ya sin lágrimas.
Treinta años muriendo; venganza completada.
Solo deseo… cesar de morir.









 

Comentarios

Laura Treviño Ruiz ha dicho que…
Wow, qué maravilla de relato, que forma de describir la miseria humana. Un abrazo Susi, y sigue compartiendo esas letras :-)
Sir Bran ha dicho que…
Que tema tan delicado y triste, casi desgarrador, nadie debería tener el poder de arrebatar algo así... un hijo es alguien que debe perdurar después de nosotros, y nadie debería poder cambiar esas directrices naturales.
Quizá la justicia no sepa ser justa con quienes malversan los fondos del amor fraternal.
Como siempre... increíbles y profundos hasta el alma...
así son tus relatos.
Besiños Susi.
corazón de letras ha dicho que…
Conmovedor Susi amiga, solo deseo que no solo sea un relato y no algo vivido, pues debe ser algo insufrible, como padre me pongo en ese lugar y bueno la venganza a veces pienso que es necesaria, un abrazo.
Juan
Alexandra ha dicho que…
Tan solo quedas atrapado con la foto cuando divisas la palabra. Ya sabes a lo que va, me gusta este relato como empieza en una dulce descripción de los diferentes puntos de vista para la venganza. Un deleite como siempre leer tus relatos, Susi, y en especial el final.
Mariluz GH ha dicho que…
No creo en la pena de muerte ni la acepto. Tampoco creo en la reinserción de esa clase de asesinos. Realidades como las de tu relato sacan mi lado menos civilizado...

Escribes desde elfondo, Su. Conmueves ¿sabías?

dos besos y un abrazo
Elena ha dicho que…
Uuuuuuuufffffff...intenso y duro.
Me gusta. Me gusta mucho.
María ha dicho que…
Un placer volver a leerte.

Un besazo.
Nosotras ha dicho que…
Susy, te desbordas para placer de quienes disfrutamos tus letras y lo sabes hacer. Compones sinfonías de versos en prosa, con libertad y belleza. A veces desgarrante otras exuberantes, algunas mágicas. Todas muy buenas. Extrañaré estos ratos de buena lectura.
Nota:
Las limitaciones de acceso a Internet en mi país Cuba, hacia donde retorno luego de 15 meses, me privaran de leerte, así que quiero agradecerte el inmenso placer que me produjeron las lecturas de tus letras. Si alguna vez estas limitaciones, me lo permiten, no dudes que volveré con gusto a navegar por tu espacio.
Un abrazo, Mila Roldán.
Anónimo ha dicho que…
Es un gran texto, sisisi. Ser civilizado empieza por uno mismo..
ALBINO ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Marisa ha dicho que…
Qué bueno Susi, ponerse en las
carnes de un padre al que le asesinan un hijo, fué para ti coser y cantar.
Cuando la justicia terrena falla
creo que ya quedan pocas fuerzas
para creer en la divina pero
para no desfallecer, a ella
habrá que agarrarse.

Un abrazo enorme.
ALBINO ha dicho que…
REPITO simplemente para corregir erratas. No se puede andar con prisas:


Un extraordinario texto en la forma y sobre todo en el fondo. La idea que quieres transmitir es tan realista que, sin necesidad de poner demasiada imaginación, llegaría a lograr nombres actuales en los dos bandos.
Creo que la mentira, en algún caso, si es como se suele llamar "piadosa" puede ser algo venial. La venganza, nunca.
Enhorabuena. Es obligado decir que "una vez más".
TORO SALVAJE ha dicho que…
Las víctimas merecen toda mi comprensión.
Quién les devuelve al muerto?

Besos.
fonsilleda ha dicho que…
Lástima queridiña, lástima que tus lectores seamos "limitados". Tendrían que leer tanto dolor otros y otras liberados de responsabilidades por un castigo que nunca será justo para el que ha perdido un hijo.
Has conseguido traspasar la limitación de las líneas y la inmovilidad de las letras para trasmitir esa vida que sigue latiendo pero que ya no lo es.
Impresionante.
Bicos.

P.D. Intentaré "cumplir" más a menudo. Las cosas no son fáciles por aquí.
Esilleviana ha dicho que…
Qué duro!
esto es lo único que se me ocurre. Pensar en el sufrimiento de un padre que ve morir a su hijo por el estallido de un coche bomba, con el único motivo de una simple ideología politica, es incomprensible.
Pero todas las historias tienen dos versiones, dos partes, dos caras, no sé si el bien y el mal; por tanto, el otro frontal de este mausoleo es que una persona que ha cumplido su condena, treinta años, debe comenzar su reinserción y reintegración en la sociedad. Lo sé, es un tópico pero no se puede encarcelar de por vida a una persona, aunque algunas se lo merezcan...
es un tema muy polemico el que planteas, difícil decantarse por un comentario cohrente.

Igualmente, gracias por tu visita y es un gran placer leer tus historias.

un abrazo
merce ha dicho que…
Impotencia, rabia...dolor infinito, descrito como solo tu sabes hacerlo.

Y la frase final.... genial!!!


Un abrazo Susi
Ricardo Miñana ha dicho que…
conmueve tu escrito, todos tenemos derecho a la vida y que la ley
descargue toda su fuerza con los asesinos.
Pasaba a dejarte mis saludos
y que tengas un buen fin de semana.
un abrazo.
Unknown ha dicho que…
Cuanto dolor, injusticia, desgarro e impotencia en una madre, desfigurada por fuera y por dentro, que lo único que desea es cesar de morir.

Nos pones Susi en su piel y en sus entrañas y he podido sentir su dolor hasta lo hondo. eres una artista de las palabras!!!.

Gracias, un beso enorme!!!
Rapanuy ha dicho que…
En esta época de demagogia en la que impera lo políticamente correcto, el exceso de talante, el imperio de lo legalmente establecido y el ridículo aborregamiento de las masas, a veces se echa a faltar aquello del “ojo por ojo”.

No todos somos buenos por naturaleza ni el tiempo nos cambia para mejor, por lo que a veces la vendetta tiene su razón de ser. Pero hay que verse en esa situación para conocer de primera mano la fuerza de las ideas, y saber si los conceptos morales prevalecerán sobre el primitivo instinto de la venganza.

Un texto muy logrado.

Abrazos.
LaCuarent ha dicho que…
Sussi tu relato es intenso y muy pero que muy duro, te retuerce el corazón y te provoca congoja. Magnífico amiga como siempre son tus letras

Te he leído y no te podía comentar parece que hoy me deja
Aprovecho para decirte que tienes un premio en mi blog, no se si eres de las que los recoges o no, si eres de las que no les gustan estas cosas en fin es tuyo es así que si gustas...

Besotes guapa
Manuel Torres Rojas ha dicho que…
Una vez, un labriego de Siracusa me explicó la ley moral de la mafia local: "si tú pisas la linde de mis tierras, yo te mato una cabra. Si tú me matas una oveja, yo te mato a ti."
Tu relato es doloroso y tan bien escrito que asusta. Te abrazo y te agradezco.
Unknown ha dicho que…
Susi es brillante lo que escribiste!!!. Sumamente inteligente y creativo, por muy duro que sea. Me ha super requetesuper encantado!!!
Un abrazo grande ;)
Allek ha dicho que…
que tal..! pasaba a saludarte
y a invitarte a pasar por mi blog..
he subido un texto nuevo..
te dejo un fuerte abrazo!!!
Luis Antonio ha dicho que…
Te devuelvo tu gentil visita y, tras la lectura de este relato impactante, seguro que vuelvo por este espacio.

Un saludo muy cordial, Susi
Esilleviana ha dicho que…
gracias por tu visita
pero :)
después de leer tus historias,
no creo que mis humildes palabras te puedan sorprender jajaja.

un abrazo
y feliz fin de semana.
Unknown ha dicho que…
Treinta años dan para pensar y morir muchas veces. Saludos.
Mercedes Pajarón ha dicho que…
Nunca me cansaré de admirar esa manera que tienes de sacudirme con tus relatos, y todo gracias a tu talento como escritora y a tu profundo conocimiento de las glorias y miserias del interior del ser humano.

Un saludo!

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