Silencios fríos.
¿Crees que alguien vendrá a buscarnos? Comienzo a tener miedo.
No quiero que me llames pesada, pero tengo mucho frío. Y tú, estás helado.
Venga Bruno, contéstame, hombre. Qué rencoroso eres, aunque no sé de qué me quejo; siempre fuiste así. Tú, con fachada de chulo, que por eso, y quizás por nada más me encandilaste sin remedio. Ay, sabías estar en dónde te pusiera la suerte y el destino, claro que tienes que convenir conmigo, mal que te pese, que he sido tu resguardo para encontrar el equilibrio y la tranquilidad que tus emociones necesitaban. Recuerdas… fue al comienzo de venir a esta ciudad… yo paseaba sola, sabiendo que me vigilabas. Un tipo con mala pinta cruzó el paseo de parte a parte para salir a mi encuentro. No lo pensaste dos veces, en realidad, ni una sola, ni media, te plantaste en medio de los dos, cuando el individuo aquél me había soltado un “¡guapa, un adónde vas tan sola!” un “Yo no te dejaría andar por aquí, caperucita, que hay mucho lobo…”
No supo aquel lobo de dónde cayeron los golpes que le propinaste, con los puños de quincallero que tienes. Cuando llegó la policía apenas quedaba algún rasgo reconocible en su cara; tuve que declarar que se cayera al suelo de la impresión y el acobardamiento, lijando la arenisca. Nada dije de la suela de tu zapato presionando sobre su mejilla, con un movimiento rotatorio que rememoraba algún ensayo de nuestros bailes. Aquello fue principio de paseos y risas compartidas. Desde aquella, Bruno, te juro que tengo mucho más cuidado, no quisiera que alguien saliese herido, alborotando tu carácter. Pero ya sabes, ahora soy anciana y nadie en sus cabales me diría “caperucita” con voz de macarra. Fuiste acondicionando mi vida para tu tranquilidad, acotando apetencias y despertando prohibires: nada de esto, ni aquello, tampoco lo de más allá. Tiraste mis ropas a la basura del desencanto, con tal maestría que fui yo misma la que prescindió, en voluntaria apariencia, de mostrarme coqueta ante el espejo, del carmín con el que me conociste, llegando a repudiar el arreglo cómodo de una falda mal ajustada a la cadera, del recogimiento íntimo sobre un pendiente deslizante desde el lóbulo hacia el pelo. Desapareció el cruzar las piernas en público y recogerme el pelo, liberando la curvatura sensible de mi cuello. Mis pechos se parapetaron tras telas oscuras. Tenía que salir bien, tanto esfuerzo por agradarte. Las mujeres dábamos sin pedir, nos criaban para eso; confié que nuestra vida te restase los celos que te carcomían. Pero te duró tantísimo, Bruno, que a veces me venían ganas de llorar mirando escaparates, con maniquíes que debían tener más edad que yo y a las que parecía sacar mil siglos de antigüedad. Tener que ocultarme para comprar algún cosmético anunciado en revistas, repletas de brillante vida, algún perfume que me hiciera sentir hermosa y deseada… porque Bruno, Bruno, Bruno… las mujeres jóvenes necesitan ser halagadas aunque solamente sea por miradas casuales de otros hombres. Pero he cumplido, eh, así que dime algo…
Callas… que resentido eres, me obligas a fruncir los labios y a mirar hacia el infinito haciéndote ver la inconformidad con tu enfado. ¡Si al menos viniera alguien! Ni siquiera el cartero llama ya a la puerta. Ni una sola vez, guardando sus timbrazos de antaño para receptores de cartas de amor, con renglones que ya no me dices, Bruno, como antes en la profundidad de las sábanas. Ahora tengo insomnio desde que callas, claro este lugar no es el más adecuado. Esperaré a que te levantes. Tampoco los hijos que hemos tenido, de los que no pronuncias ya sus nombres abren esa puerta por sorpresa, llenando la realidad del pasillo de niños revoltosos y ganas de hacer el amor entre ellos. O con otros. Pero ganas.
Tú y yo, querido… ¡fuimos tan generosos dándonos piel!
Venero aún cada huella dactilar tuya en mis huecos.
Dijeron que vendrían, pero no recuerdo cuándo, ni tampoco el tono en que fue pronunciada la frase. La memoria se desvaneció en el aire viciado de su edad adulta. No sé si volverán a por nosotros, sospecho que nos han olvidado con intensa dedicación desde que somos viejos o desde que nos ven viejos. Tengo frío. También tú tienes helada la superficie de las mejillas; además te niegas a moverte y mi abrazo no basta para calentarte. No pones nada de tu parte, Bruno. La verdad es que no les interesamos, no queremos entenderlos, ni ellos a nosotros. No somos sino una carga incómoda, recordatorio perenne pero caduco de su futuro. Algunos proclaman prescindir de años, antes de convertirse en nosotros, cuerpos encorvados, apoyados el uno en el otro. Les estorbamos en el paisaje. Sienten alivio cuando no salimos a la calle. Me gustaría hoy que esta circunstancia les alegrara, por lo menos se preguntarían dónde hemos ido. Cierras los ojos, claro, para ti siempre fue mucho más fácil no ver, si la visión no es de tu agrado. Debiera darte la razón, pero esta vez no lo haré, Bruno. No vienen a buscarnos porque nos han apartado de su memoria por algo más interesante que nosotros.
El panadero no ha venido hoy, quizás es día festivo, pues no he oído el portazo de la vecina. A veces llama para asegurarse que recibo la factura de la comunidad. Las más, para saber si seguimos vivos. Quiere esta casa para su hijo; aguarda con paciencia menguante; con impaciencia creciente. Es una carroñera que acecha.
Me saben un anexo tuyo, Bruno. Están seguros que velaré tus movimientos, tus gruñidos, hasta tus silencios. Una costumbre adquirida desde la voluntad hasta la obligación. Porque posees en mis brazos la poca fuerza que podemos reunir entre los dos. En mis ojos, pobres luceros glaucómicos, guardo la guía de nuestros pasos. Los años no te han cambiado en lo esencial. Eres orgulloso como lo eras de joven, mantienes esa postura rebelde. Continuaré paciente contigo, amor, esperaremos recordando los buenos tiempos, aquellos en los que demostramos a mi madre que no me pegarías jamás, al contrario que mi padre, pese a tus violentos arrebatos cuando las navidades y las comidas familiares estallaban en fuegos nada artificiales. Tan sólo fue tu pasión la que llegó a herirme la piel. Demostré que, pese a ser un mujeriego, no me abandonarías, privándome del honor de ser una esposa, sin dignidad, sin el recurso de tu cuerpo. Mi madre olvidaba que, aunque ella no me quería, tú sí. “Es demasiado guapo, alto y buen mozo para ti, insignificante libélula…” Libélula, así me llamaba porque confundía tal bonito bicho de alas brillantes con algún otro repugnante y viscoso; seguro que inventado por ella, a propósito para mí.
¿No pueden tardar mucho, verdad, Bruno? Revuelvo la noche con el día. La luz de esta bombilla resiste desde no sé cuánto tiempo. Aguanta más que nosotros. Dime que llamarán a la puerta, o que pasarán por las escaleras y les llamará la atención que no hayamos paseado hoy, sacado la basura o cerrado la ventana al hilarse la tarde.
Tal vez el gato arañe la puerta para recibir mi caricia y mi regazo.
Te ofrecería algo de comer, pero temo que no querrás. Que sepas que yo tampoco comeré hasta que tú lo hagas. Desde que decidiste acostarte en el suelo, pareces ausente. Frío. No me contestas, no me hablas. No te mueves. Yo sigo con mis ideas traducidas a palabras, desgranando el tiempo, despacio, sin apresuramientos, mientras te abrazo. Rodearte apenas con mi cuerpo es un placer tan agradable como perderme por los pasados comunes y por los presentes silenciosos. Tal vez podría tratar de levantarme, pero sé que no podré conseguirlo. Llevamos mucho tiempo aquí, abrazados sobre estas baldosas que trasmiten frialdad y permanencia. Cerraré los viejos párpados que nos han servido para contemplar juntos cada noche, cada mañana, cada día, y dormiré contigo.
El sueño nos aguarda, porque sé bien, Bruno mío, que no estarás enfadado todo el tiempo. En cualquier momento, respirarás hondo y me dirás algo, lo que sea, repetirás gruñidos que incluyan que se nos hace tarde, que soy una mujer lenta, que apenas necesitas de mí para coger el ascensor y que procure no olvidar esta vez, tu bastón. Que bastante has tenido ya que soportar en esta vida para que yo también emborrone tus últimos días. Sé que mi Bruno no habla en serio, que es débil para admitir que me quiere con desesperación. Teme avergonzarse por si acaso alguien descubre la verdad. Disimula, anda, di que no es cierto, responde, grita, envalentónate conmigo, insulta, discute, terquea. Nada, es inútil. No quiero creer lo que ha sucedido. Quieres dormir un sueño compartido, con esta libélula de alas ya arrugadas y marchitas. Te abrazo, repitiendo que te quiero.
Cierro la mirada contigo porque Bruno y yo somos un único ser, y como tal, esperaremos que se acuerden de nosotros.
¿Vendrán a buscarnos, Bruno? ¿Qué memoria nos sobrevivirá?
Nos tenemos el uno al otro. Alguien terminará por descubrirnos.
Durmamos mientras...
Comentarios
Maravillosa narración y no entro a juzgar porque seguro que insultaría a Bruno... y ella es tan igual a tantas "ellas", que duele cada vez que una no sobrevive y es víctima de manos asesinas, que jamás la han amado.
Abrazos y buen finde
Saludos desde otro mundo!
Un gusto conocer tui blog
Ynher
Cierto es que el mundo está lleno de Brunos y de brumas que golpean el amor propio de las mujeres que los acompañan. Esas mujeres que juran prometiendo... que aseguran, que certifican la durabilidad de un amor para toda la vida. Que no conocen el final pero que saben qué harán, dónde estarán y, sobretodo, con quién estarán una vez llegue la negrura silenciosa y fría a adueñarse de la situación.
Con tus textos, a veces, me falta el aire... Se cierran a cal y canto mis poros, y tengo que entrecerrar los ojos para leer según qué cosas-situaciones. Pero su maestría para ponernos en el lugar hace que ahora, justo ahora, esté ahí... en su jardín de letras, tumbado y esperando que su pluma se siga acordando de nosotros. Su pluma, digo, redentora...
Porque sí, porque es un placer leer hasta los textos que carecen de la generosidad humana... o que la tienen animalada y viva, otros.
Este texto, en parte, sólo en parte, me ha reportado de nuevo a la canción de Sabina "hay mujeres..." Claro que también me ha devuelto a una noticia del periódico de hace no sé cuánto tiempo...
Felicidades, Susi.
Un abrazo...
Mario
sangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
TE SIGO TU BLOG
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
AFECTUOSAMENTE
DURMIENDO EN UNA PAPELERA
ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE CACHORRO, FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER Y CHOCOLATE.
José
Ramón...
Saludos y un abrazo.
Sonrío porque hoy la mujer ha alcanzado la victoria de poder ser ella misma... ahora la guerra no entiende hombres ni de moral judeo-cristiana, ahora la guerra es contra el Arquetipo nuevo que nos han endosado. El Diablo se viste de Inditex, (aunque no crea en el diablo)
Devaneos míos, ja.
A parte de ésto, qué poética pueda resultar la voz de la dependencia, de refugiarse uno en sus propios dramas personales, de someterse al otro. Poética, al menos ésta voz, la de tu relato.
Los hay quienes creen que todo drama tiene su encanto.
Me enrollo, un placer, un saludo!
Las formas de amar no deberían de conocer ningun tipo de daño.
Desgraciadamente... está demasiado al día el dolor que se esconde tras una fachada de armonia.
Como siempre... excelente relato.
Tocando excelentemente a la sociedad y sus realidades.
Besiños.
Bicos.
Un furte abrazo
Sin embargo tu relato explica perfectamente el, (para la mayoría),incomprensible punto de vista "ciego" en el que viven muchas mujeres y algunos hombres maltratad@s.
El amor es tan hermoso como complicado, y quizás seamos nosotros mismos quienes lo complicamos. Yo personalmente, no comprendo el amor sin la admiración, y me refiero a la admiración en ambas direcciones. Si yo no me siento admirada por mi pareja..., ¿dónde está el amor?
Por otro lado, el desamparo de estas personas que después de salir de ese estado de ceguera consiguen ver un poco la luz y toman la determinación de poner fin a tanta humillación, suele trasformarse en la prolongación, o, en muchos casos la infinita multiplicación del mismo miedo del que tratan de huir...
Un beso.
Es triste, pero esta maravillosamente escrito!
A veces me pregunto, cómo se sostienen y perduran algunas parejas, y cómo algunos matrimonios, de los que solemos opinar sólo conociendo la fachada, se mantienen unidos durante tanto tiempo. Tu descripción es un punto de vista interesante.
Me gusto, un abrazo.
Lo he leido con atención y me gustó mucho. Enhorabiena.
Cariños
http://ligerodeequipaje1875.blogspot.com/
muchas gracias, buen día, besos.
Sí, seguro, me dormí, puesto que no me encuentro.
Un beso.
Muy bien escrito, un placer leerte.
saludos.
y cielo llenos de azul y sol
desde tierras de Lanzarote
Un abrazo muy fuerte.
Algún día seremos protagonistas.
Besos.
Un gran saludo!
A pesar de toda la crueldad, de las personas de no permitir ser a los demás.
En mi lectura he visto como un núcleo de amor que los une, amor ciego quizá... pero incluso me llevó a imaginar, como seria sí volvieran atrás, al principio de su mal amor, despues de este frio abrazo.
A una segunda oportunidad...reparando este mal amor.
Me encantó una vez más como describes la emoción que envuelve el relato.
Vengo tarde Lasosita, porque sé lo que me espera aquí, no puedo leer sin más...
Necesito tiempo y un estado apropiado para leerte con calma.
Un abrazo querida amiga
que reta, la vida de
tantas ellas que se acostumbran
al helado frío que las
golpea, que acaban por claudicar
al vuelo cortándose las alas.
Excelente Susi, te felicito.
Un abrazo muy fuerte
esperando que sea en persona.
saludos.
Escribes muy bien.
Un beso.
Un beso.
Abrazos del REL
Magnífica, como todos tus escritos, pero completamente desgarradora y espeluzcante.
Siempre resulta grato acercarse a tu papelera y leer con calma cada una de tus palabras.
Biquiños meigos y perdona mis largas ausencias.
Comprueba.
Un beso, Susi.
Qué maravillosa capacidad de narración, mis aplausos.
D.