Antifaz genético.






Antifaz genético



Recorro el callejón gris con la mano apretada. Se incrustan las monedas en la palma, fatigada y obediente. Tengo un recado que hacer, algo importante. Los mandados son así, tareas que pueden considerarse grandes misiones. Me siento un poco libre de mi encierro rutinario.

Otra vez se encuentra mal, mi madre. Lo supe al despertarme, en el silencio extraño del amanecer. No sacudió el tibio lío de ropas con gesto de fastidio, dividiendo cortinas y sumando luces despertadas con legañas pegadas a sueños. No vociferó fuerte ni alzó la voz para aturdirme con los sonsonetes insoportables de algunos días. Hoy me levanté sin pensar que mentiría sobre la hora que era, apurándome y apelando a mi sentido culpable. Callaba.

Hubiera esperado alguna cosa mejor para el día de mi cumpleaños, pero tal vez a ella se había olvidado. De mí se olvidaba con frecuencia, mi madre.

La encontré en la cocina, sentada muy rígida, ensimismada en un aro humeante del cigarrillo que se iba consumiendo en su labio inferior. A su alrededor pude observar pensamientos con formas caprichosas y fantasmales. La adivinación de su pecho era una curva derrotada sin sostenido, al igual que las bolsas sin soporte de maquillaje en sus ojos. Me miró sin verme. Los pensamientos eran tan opacos, tan espesos que le impidieron visualizarme tras ellos.

Siempre supe que en realidad, ella me consideraba transparente, mutilada de algo que pensaba no había heredado de su persona. Una carencia. O un sobrante. Quizás la idea era de su espejo, aquel que se reía de ella cada día, sin faltar uno sólo. Decía a media voz que era una risa insolente y desmayada, al igual que ella misma; una clave de sol desafinada.

“Tengo la cara que me merezco”, recitara en alguna ocasión tras escudriñar cada pliegue en su rostro, cada mancha solar, cada lunar fragmentado en mil, cada vellosidad menopáusica. Suspirara aquella vez, mirándome de forma indefinible, tanto que se desmayaron mis rodillas. Creo que se cuestionaba si quererme pese a todo, a aquello no definido con claridad, ganando la negativa. No me solía pegar, pero aquella le pareció buena ocasión. Se decidía así. Yo tenía doce años y pocos pensamientos.

Todavía.

Ahora camino con mis sandalias, que amenazan con perder la integridad de alguna de sus cintas, de puro viejas. Por suerte, no temo andar descalza sobre los adoquines; es verano y ni me enfriaré ni me quemaré. No es mediodía y las sombras de la noche aún no se han agazapado bien en los rincones de las paredes de las casas. Continúo apretando bien los dedos, cárcel de recados y llave de paseos.

Pero lo tuyo es peor, dijo, tras volverse, despreciando su imagen reflejada. Muchísimo peor, susurró quedamente. Era su frase favorita para dirigirse a mí; “Eres lo peor. Lo tuyo sí que es grave, es la genética que te sale, que se muestra, que te habita sin poder escapar, que te posee y te deshilachará desde dentro al igual que hizo conmigo. Tienes una maldición permanente en tu cara, hija mía; naciste así porque así fuiste concebida”.

Siempre el mismo cuchicheo, con la certeza de que le soy desagradable; jamás se ha recreado en mis mejillas, como hacen otras madres, ni siquiera tras apurar el vaso, llenando con besos incómodos los huecos óseos inexistentes de la infancia. Fui la única niña del domingo con olor a misa, que no llevaba el pelo trenzado, coleteado, brillante, desenredado con maternal pulcritud: escapando para no mirarme demasiado mientras llevaba a cabo este menester que a todas las mujeres que son madres, menos a la mía, parece agradarles.

Alcanzo la tienda, un destino, casi descalza, rozando con la punta de los pies las piedras de la plaza. Me acerco al mostrador y me alzo; siento el suelo frío en los dedos gordos.

Pido a la tendera una hogaza de pan. Ella clava sus afiladas pestañas en mí. Dejo las monedas encima del mostrador y le soporto los alfileres que puntean el arco de las cejas. Siempre mira con mala impertinencia, con curioso ensañamiento, antes de atacar como las fieras que avistan una criatura fuera de la manada, presa solitaria, trémula y fácil.

Procuro olvidarme de las veces en que me pregunta si ya sé quién es mi padre. Esta vez apunta que estoy muy mayor; no me pregunta nada, y ante mi gesto de extrañeza comienza a hablar. Es que ya lo sabe, me asegura. “Tú… no tardarás mucho”

Amenaza, advertencia o información.

Pues yo no lo sé, pero en realidad no me importa. Alguien, ese odioso ser igual a mí, que se perdió durante algún camino. Si yo me perdiese, tampoco sucedería nada. Esas cosas ocurren. Yo me he perdido muchas veces, sobre todo por la vereda hacia los frutales, a remolque de los niños mayores del pueblo, que terminan huyendo de dueños con largos palos y broncos gritos.

La respuesta parece estar entre mi nariz y los ojos. Igual que un antifaz. Si consiguiera arrancármelo, pienso a veces, todo estaría bien. Todo sería tan normal como debería serlo. Así ella, mi madre, no necesitaría una botella bajo el fregadero al que agarrarse a cada melancolía. Volvería al colegio, de dónde llegué un día llena de moratones. No me dejó ir más, mi madre. Algo que me llamaron le mordió inoculando con veneno, empozoñando nuestras salidas. Aunque desconozco, intento no escuchar qué dicen ésos mal disimulados:” Es su vivo retrato, hay cosas que no se pueden ocultar, cosas que culpan al mostrarse, qué vergüenza para el pueblo, así lo echemos fuera para no permitirle volver, pensar que no la creímos, fue verdad todo lo que dijo la muchacha, maldita sea y nadie le hizo caso.”

Dejo de pensar, porque estoy deseando acurrucar el tierno pan contra mi incipiente pecho, todavía suave y algo más que cálido y maternal, para volver a casa. Buscaría esa oleada caliente en el corazón si tuviera la certeza de que no corresponde a la misma herencia maldita que configura mi desgracia. Espero que ella no haya fregado la vajilla todavía. Le recordaré que es mi cumpleaños, le recordaré que ha olvidado abrazarme al igual que lo hacen el resto de las madres. En todos los cumpleaños, con todos sus hijos, por muchos que tengan; sin importar que sean desobedientes, tercos para comer, para andar, para estudiar. Que no sepan ni quieran.

Claro que ellos, sus hijos, todos los del mundo, no tienen otra cara que no es la suya propia.

Le recordaré que soy una hija, la suya, aunque mi rostro sea prestado, robado; retrato estigmatizado de alguien que se perdió tras encontrarla demasiado cerca para llenarla de vacíos y vaciarla de alegrías.

Que necesitan, le recordaré, todas las hijas del mundo, una tarta, un dulce, un beso. Alguna canción tonta con sonrisa. Entonces sonreirá, mi madre, y beberá de su botella, otorgándome una tregua, tal vez un roce de sus labios en medio de mi pelo, que dice que es lo único que heredo de ella.

Las sombras de la noche han huido. Pero las del camino siguen intactas, orgullosas, erguidas. Siempre me han amparado en mis idas y protegido en mis venidas. Pero viene de frente alguien y me preocupo porque el camino es estrecho, porque está demasiado solitario y porque sé cuando un hombre vacilante en su caminar, no ha dormido por estar bebiendo sus melancolías durante las madrugadas.

Hay en él un brillo animal que lo rodea. No sólo es el sudor, sino también el pelaje de desgracia moral que lo delata. Lo tengo visto en otras ocasiones. Siempre de lejos, mirándome. Una vez mi madre le lanzó piedras para que se alejase de nuestra casa, pero era yo muy pequeña y no recuerdo el porqué. Bueno, hay gente que roba, maldice, se embrutece y que viven lejos del pueblo y que son malqueridos por el resto.

Yo, sin ir más lejos, estoy vigilada. Cada día me observa los ojos y la nariz la gente que me encuentro. Fruncen la suya y apartan los suyos. A este hombre le sucede lo mismo. No somos bienqueridos por los vecinos. Su estigma lo sé, el mío lo desconozco. No quiero pensar en eso.

El camino no se ensancha; muy al contrario, pareciera que se encoge sobre sí mismo, obligándonos a acercarnos cuando nos cruzamos. De repente, el bien abarcado y redondeado pan cae al suelo, manchándose entre piedras. El hombre resopla, jadeante. Su brazo me alcanza, me agarra con fuerza y acabamos en el suelo. Se coloca gruñendo encima de mí, con su peso inmovilizándome. Una gran mano sudorosa sella mi boca. Trato de retorcerme pero es inútil. Intento gritar, pero no puedo. Me asfixia su peso sobre las costillas. Siento su lucha bajo mi vestido, pidiendo, exigiendo, a pesar de su borrachera o debido a ella. Lo que sigue me espanta, me duele, me aterroriza. Su aliento alcohólico me llena la nariz, las orejas, impregna mi pelo, mis pechos inaugurales. Quedo habitada por ese olor, que ya nada ni nadie conseguirá quitarme. A cada empuje taladra en su gozo, mi dolor, mi asco, deshaciéndome por dentro.

Comprendo que todo acaba, cuando su rostro muta y se contrae en una mueca desencajada, casi inhumana. Se desploma sobre mí unos segundos, los suficientes para que su fuerza se relaje en un descuido. Libero mi boca y grito. Grito con todos los pulmones del universo, con todos y con cada uno de los centímetros de mi altura, de las verdades de mi peso, de mi olor ahora sustituido por el suyo.

Sorprendido, mira desde mi cuello, todavía sin levantarse. Mientras lo hace, veo su cara de cerca, con su nariz, con sus ojos, y creo estar viéndome en un espejo.

Mis ojos, mis cejas, mi nariz.

Comprendo ahora mi maldición, comprendo lo que buscaban los vecinos cada día en mi rostro y sé porqué ella no me querrá jamás, odiándome siempre.

Me escabullo con rapidez, con tempestad de movimientos, nada de mi habitual torpeza, contaré a mi madre. Alcanzo la primera piedra que encuentro. Voy a deshacer esta imagen a golpes, a sangre viva, a furia primitiva, a venganza debida y retardada.

Por mí. Ya no por ella. Por mí, solamente.

Tal vez no haga falta recordarle que soy su hija y que hoy es mi cumpleaños. Con esa carencia bajo tierra, quizás ella aprenda a quererme.



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Comentarios

El Drac ha dicho que…
Excelente relato, atrapante aunque por ser muy racional me he quedado con el sabor a película, a obra de arte que no puede ser verdad. O será, me digo, que no conozco a todas las madres de la humanidad. Un abrazo
Sir Bran ha dicho que…
La genética enfrentada hasta conducirse hasta un incesto salvaje, la genética que vuelve a pisar su propio camino, su pasado... y su futuro.
Es una historia tremenda.
No sólo no vas a menos en intensidad de tus relatos, sino que vas a más.
Me he sobrecogido ante esta historia.
Una violación es, en cualquier tono, un acto despreciable. Pero la historia del relato es aún más despreciable.
Y la historia de nuestras madres, que tanto saben si alguna vez no han sabido.
Un relato sublime en su dolor.
Felicidades.
Y besiños.
AHHH... estupendísima fotografía!!
Mario ha dicho que…
A mi tarde le faltaba una lectura. Un rato de letras y café. Un rato con música de fondo y verbos en la superficie de la conciencia. A mi tarde le faltaba leerte para crecer, y no decrecer. Para inclinarse y proclamarse.

Me gustan los recados y los mandados, y las imperfecciones perfectas que engrandecen las máscaras de la dicción que nace, crece, se reproduce, en tu imaginación... y que nunca, nunquísima, mueren.

Un abrazo.
Rapanuy ha dicho que…
La vida se repite en un bucle sin fin de bienestar y dolor. La maldad anida el lo más profundo de las personas, y en algunas aflora, por desgracia, permaneciendo permanentemente en la superficie. Excelente narración y triste trama.

Un abrazo.
Marisa ha dicho que…
Ese antifaz genético que nos
muestras corta la respiración
ante tanto dolor, eres capaz
de hacer sentir al lector todo
ese drama que envuelve a los personajes. Progenitores que viven inmersos en los vapores del alcohol y llegan a cometer tremendas atrocidades.Esa criatura inocente que vivirá la desventura marcada para siempre.

Una gran historia,narrada de
forma excelente.

Un beso, un abrazo.
Elen ha dicho que…
Desgarradora crudeza, la de este relato. Me gustaría creer que nadie debe pasar por el desprecio de una madre, y una violación incestuosa...
Crudo relato, si.
Besiños
SKIZO ha dicho que…
In your honour and in honour of all the Illustrators and Painters, I published
an illustration.
Taller Literario Kapasulino ha dicho que…
Que atrapante este relato! Es muy ingenioso! me encantó!
TORO SALVAJE ha dicho que…
Jo.
Que pena.
Me ha estremecido el relato.
Está muy bien escrito.
Te felicito.
Pero duele.

Besos.
cuentapasos ha dicho que…
Excelente. Nada mejor para empezar a leer, que un viaje a la matriz de donde traemos casi todo lo que rearmamos siempre a nuestro antojo.
Un abrazo fraternal
Murió el portugués José Saramago en España. Luego el mexicano Carlos Monsiváis en México. Es posible –como lo ha escrito el uruguayo Eduardo Galeano– que ellos sean de los perdedores de siempre... ver más en mi blog y,
por favor,
deja la huella de tu blog como homenaje póstumo.

http://lahuelladelojo.blogspot.com/
Unknown ha dicho que…
Increíble relato, Susi. Me deja consternada, dolida con la parte oscura de las personas, que hace tanto daño...y esto es lo que reflejas tan bien, ese ambiente agobiante, lleno de rechazo y de carencias.

Impresionante!!

Un abrazo muy grande!!
fonsilleda ha dicho que…
Incesto, violación, pesadilla, dolor, rechazo, miedo, soledad y todo ello, quizá mucho más, sin amor, sin un roce de cariño, sin una caricia ni una ternura...
¡Terrible!, pero cargado de verosimilitud y posibilidad, de noticias que siempre parecen ajenas. Buen relato.
Bicos.
Mercedes Pajarón ha dicho que…
Relato muy duro pero escrito con tu pulso siempre firme y magistral!

Un gran saludo!
merce ha dicho que…
Aaaaahhhh!!!
Confirmo lo que dice Mercedes, un relato magistral.
Haces que contenga el aliento...y el dolor me nace en la nuca y brota en mis ojos...

Querida y tierna amiga, no tengo palabras....solo el deseo de volver a verte pronto en las tertulias literarias y darte un abrazo.
marea@ ha dicho que…
Me quedo entre sombras y con una incómoda presión en la garganta... un beso.
Manuel Torres Rojas ha dicho que…
¡SUSI,REINA DE LAS BRUMAS CELTAS!... BESO LAS LETRAS QUE ESCRIBES CON MANO TELÚRICA ¡CADA VEZ MEJOR!...SIC IGITUR AD ASTRA...SIEMPRE ME SORPRENDES...
mariarosa ha dicho que…
¡¡Impresionante historia!!

Muy bien relatada, he quedado sin palabras. Por esa madre tan bien narrada, la hija y ese ser brutal que aparece desde el ayer y el hoy.
Te dejo mi aplauso.

mariarosa
Juan Escribano Valero ha dicho que…
Hola Susi: Como quiera que a mi hija se le acabó el permiso de maternidad mi mujer y yo tuvimos que irnos a su casa para cuidar de los chicos y ya conoces el dicho “O TIENES EL CHICO O PELAS PATATAS” y yo como me gusta más tener el chico pues es lo que he hecho jugar con los chicos pero esto me ha obligado a dejar abandonado el mundo bloguero.
Durante lo que resta del mes de julio y agosto estaré fuera de casa por lo que también estaré lejos de mi ordenador.
Deseando que también te lo pases de PM para arriba, te dejo un fortísimo abrazo.
Un relato que engancha al menos a mi

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