Troceando donaciones.
Troceando donaciones
¿Quiere usted donar sus órganos?
La pregunta queda flotando en el aire, como mercurio líquido que alguien ha esparcido etéreo entre sus ojos acuosos y los míos, muy secos. Intento centrarme, visualizando la frase, letra por letra, palabra por palabra, atrapando todo su significado. No lo consigo. Mi mente lo ordena en forma de dibujo gráfico, apenas volutas góticas, sin florituras de iluminador de época renacentista pero sin alcanzar la belleza clásica que tanto admiro, bajo las axilas explicativas de guías turísticos que me adoptan. Siempre huyendo para encontrarme a mí mismo y siempre perdiéndome, a sabiendas. Queda suspendida la frase, mirándome fija, con descaro, con apremio, con rencorosa ira. Valioso su tiempo, sin duda. Giro la cabeza en otra dirección, tratando de escaparme de su desgarrador hechizo. Pero es incómodamente fuerte, ha surgido de la nada que se ocultaba en la garganta de aquél hombre, adquiriendo volumen y forma, resistencia y fuerza. No se irá a menos que la empuje o sustituya por otra grafía más grande, más determinante, más rotunda. Algún monosílabo que todavía no he aprendido. Soy un niño desvalido en éste momento. Hace muchos momentos.
Desde mi regreso soy un pálido papel dónde sólo alcanzo a leer pecados. Aunque sean contenidos y mudos. La frase pronunciada por este hombre, que me escruta con rostro actor, me aterra por su impresentable viveza.
Quisiera, al cerrar los párpados, huir de esta realidad que se me antoja mentira. Escaparme bien lejos, no permanecer aquí con este cuerpo, con este sentir muerto, porque sé que hay luchas que no soy capaz de vencer si no es amigándome con la locura. Es inútil. Todo es inútil. La frase troceada (sujeto: usted, sangrante servidor. Yo; verbo: querer; encima de querer, donar; predicado: explicativo, como si la división de la palabra “órganos” integrara la fracción de un mecano susceptible de desconstituirse, pero que guarda memoria de lo constituído) aparece tras mis párpados cerrados, aun brillando en plena oscuridad, nebulosas retorcidas que se acercan serpenteantes, tan sugestivas, terribles y orondas para desgarrarme después con zarpas de hierro oxidado. Omnipresentes.
Escucho, descubriendo que no he asido la locura suficiente (debería ya encontrarme con alguna amante en algún tren, alcanzando horizontes, quemando huellas interiores, en la búsqueda incesante de un más allá que sé irreal e incierto) me llega la voz que dibuja contornos punzantes en el aire. Un murmullo sordo y afónico. Algo sobre la posible conveniencia de dejarnos a solas. A ti y a mí. Estoy a punto de iniciar dos acciones; girar sobre mí mismo y gritarle que no se vaya. Rogándole incluso. No quiero encontrarme solo, por muy hijo mío que seas y muy muerto que éstes. Tras un segundo de vacilación no emprendo ninguna de las dos.
Soy un cobarde; nada nuevo. Me aterra quedarme solo, contigo; doble soledad y doble tirabuzón de reproches. Te observo tendido, con juventud inquietante en tus largas y musculosas piernas. Apariencia de buen chico lleno de energía rápida y sonrisa fácil. Rápido, vivo. Atrayente. Al igual que un devorador y sanguinario carnívoro. Un animal de estructura perfecta, de anatomía laudable de inmortalidades. Recuerdo cuando te rechacé por primera vez. Tú sabes de lo que hablo. De nuestro tiempo incómodo.
Podía haber llegado tu rebeldía púber cuando yo estuviese preparado, aunque presumir de madurez es una idiotez por mi parte. Jamás encajaré en la cuadrícula de hombre sensato. Ni tampoco en la de padre. En mí, parece un accidente, algo que ha sucedido sin que mediara mi voluntad. De hecho, así es. Así fue. Una insoportable molestia que luego se convirtió en implacable pesadilla. Iniciándose repentina, igual que nacen espontáneas las obsesiones. Tus ideas debutaron fastidiosas, me desbordó tu actitud hostigante con la que me observabas. Con sed, con hambre, con instinto de asedio. Con ira, con saña, con maldad sublime, porque sólo poseyéndola se puede desear que tus semejantes caigan y que jamàs se levanten. Seccionando mi nombre continuaste con la tarea de entrecerrar la mente que te había concedido, desde el primer columpio, a la última batalla de almohadas. Tu mente. Abierta y libre, eso quería para ti. Creyendo siempre que era la mejor herencia que podría dejarte. Algo muy cómodo para mi egoísmo, lo reconozco. El día aquél fue la desnivelación de nuestras personalidades. Yo te temía, y azotaba tu comportamiento con más fuerza. Tú te envalentonabas ante mi desaliento, no doblegándote, sino acrecentando. Finalizamos exánimes los dos, llenos de cansancio, miseria moral y orgullo. Luego, nos alejamos. Yo vencido, tú incapaz de construir en mí el padre que ambicionarías que fuese.
Jamás quisimos volver a encontrarnos. Hasta hoy, que dialogo contigo porque sé que no puedo temerte durante más tiempo. Se presenta el destino en forma de finiquito de mis responsabilidades paternales; remordimientos genéticos con que siempre he cabezoneado. Lo suscribo presuroso.
Tu muerte me hace libre. Me salva la vida.
A mí y a otros. Nadie conocerá el secreto que te llevas. Respiraré tranquilo.
Te contemplo sin aproximarme. La distancia siempre ha funcionado contigo. Lo sabes. Era necesario y casi determina mi existencia. Yo, descubriendo tu oculto veneno. Al comienzo fue una leve sospecha. Un breve y finísimo hilo de duda que se fue entretejiendo con tus silencios, con tu desprecio soterrado en la cotidiana rutina del vivir, fabricándose fuerte, redondeado, voluminoso. Hasta que se convirtió en un fiero animal que se abalanzó sobre mi cara, rasgándola en mil pedazos con obligados puntos de invisible sutura. Una certeza con garras.
Así me expliqué el porqué eras tan popular. Engañoso, seductor. También la razón del porqué tus mejores amigos desaparecían siendo sustituídos por otros, tan parecidos, casi intercambiables. El jardín trasero de nuestra casa sabía mucho sobre eso, abonos exquisitos en materia orgánica.
Envenenado, hijo mío. Naciste envenenado, cruel y asesino.
Ahora me debato entre la conveniencia de consentir que tus órganos empozoñados se distribuyan a otros seres indefensos, inocentes ante la carga de maldad a la que puedo conceder permiso. Asqueroso. Me sentiré asqueroso, repulsivo. Debería de pensar en otras vidas, ésas que aguardan un milagro para continuar con el contrato de temporalidad. Pero deposito mis posibilidades en una balanza y me resulta importante no ser crédulo con la biología. No tiene porque suceder pero puede; eso me atenaza la garganta y el pecho. Rechazo totalmente volverme distribuidor de empozoñamientos criminales. Todos los receptores se convertirán en asesinos. O no. Existe una duda razonable. Un dilema ético. Palabras. Solamente vacuas palabras que no me ayudan a elegir lo correcto. Si existe lo correcto.
Tu muerte me libera, mas me sumerge en un papel que siempre he rechazado. Cada uno tiene su destino, el mío parece abocado a ser padre y repartidor de un troceado asesino.
O no.
Comentarios
Así todo queda en familia.
Bon appétit!!!
Besos.
Saludos!
Intenso relato!!!
Un abrazo Lasosita.
En cuanto he terminado de palparme y comprobarme, he empezado a pensar en la pregunta, si ayudaría a otros monstruitos futuribles a componerse, recomponerse, serse...
Es, sin lugar a dudas, uno de los textos que más me han intrigado. Intrigado, entiéndeme, quiero decir que me ha gustado en grado sumísimo.
Creas una atmósfera sin aire. Envenenas en una frase y nos das el antídoto en la siguiente.
En fin, gracias por donar a la ciencia literaria este texto íntegro.
Abrazos "laudables" (tremendo antídoto, la utilización, por tu parte de este adjetivo).
Mario
Triste y amargo final para un padre.
El texto mantiene la tensión y transmite bien la sensación de impotencia y fracaso que siente el progenitor, que al final parece, sin duda, aliviado.
Me gustó... un saludo.
Ademas te digo, gracias por tus palabras en mi blog :)
Un besitoooooooo!
encontrados.Es tremendo
sentirse liberado de ser
padre, en el lecho mortuorio
del hijo, quizás eso demuestre
que nunca ha sido capaz de serlo realmente. Y por medio
las donaciones.
Esto me supera, me has
sumergido en un mar
de tremendos pensamientos.
Cada día lo haces mejor, me voy pensando en esa hipotética y terrible situación.
Deseando un próximo abrazo.
Saludos
Cuentapasos.-
Un abrazo más admirado que nunca!
Luchas que se acaban mientras otras, tremendas, solo hacen comenzar.
Es una mente que debía ser libre, y son muchas preguntas que mueren en ese inconformismo... y en esos impresionantes pensamientos.
La donación es un acto que no debería debatirse, porque sólo hay que ser aspirante a receptor, para entender hacia donde se debería inclinar la balanza.
No obstante en tu relato se analizan muchísimas cosas más, como la pérdida y la ganancia.
Los reproches y las satisfacciónes.
Los anhelos inacabados.
Y las rabias que han de quedarse calladas para siempre.
Sólo tú sabes acercarte a escribir así... en temas tan peliagudos...
Besiños. (Un 10)
Supongo que es posible que eso pretendieras así que ¡felicidades!.
Terrible, tenebroso, y físico.
Bicos.
Pero a mi edad, creo que ya poco se poda aprovechar porque todos andan más o menos escacharrados. Como mucho, los audífonos que llevo puestos y las gafas si le coinciden a otro las diptrias.
Besos
Tu relato recoge muchos miedos y angusias...Me ha gustado.
El miedo de este padre supera la tristeza, o quizás la duplica al no querer sentir esa libertad que jamás debiera proporcionar la muerte de un hijo.
En mi humilde opinión, los órganos dan la vida a quien los recibe... cayendo únicamente en el receptor la entera responsabilidad de todos sus actos.
De cualquier modo la situación es extremadamente difícil.
Te dejo mi admiración y mi silencio...
Un placer estar aquí.
Un beso.
Muchos besos.
Inquietante relato, me ha gustado, pero más me ha gustado cuando al terminar de leerlo he comprobado que estaba entero, que no me falta nada de lo que ya tenia.
Un fuerte abrazo.
Saludos y un abrazo enorme.
ha sido un placer leerte.
que tengas una feliz semana.
Como siempre me enganchan tus textos desde la primera palabra hasta la última.
Yo si soy donante desde hace muchos años y animo a todo el mundo a que se haga nunca se sabe si algun día uno de nuestros seres queridos necesitará un transplante de órgano.
Bicos meigos
Saludos!
Un fuerte abrazo
Recuedo en que mi licencia de conducir dice que soy donante.
Viviré en otra casa.
Vengo desde mi otra orilla, un nuevo comienzo...
Un abrazo grande Susi...
...merce