Las sirenas no existen...
Total… las sirenas no existen…
¡Qué bonita has debido de ser, maldita bruja!
gritó el cocinero mientras ella se agitaba con todas sus fuerzas, tratando de escapar, pese a conocer la inutilidad del esfuerzo.
Extraía más ausencia que derroche, al reclutar potencias defensivas de sus desmayados músculos.
La deja caer desde su altura con extrema violencia, deseando verla aplastada encima de los sucios tablones que servían de mesa. Se quejaron con bronco sonido, crujiendo en humaredas de estopa y serrín, que se alzaron en el penumbroso interior del barco.
Al suelo cayó alguna abollada escudilla, alzhémica de alimento, pero sobrada de ruidosas rebañaciones digitales que le atorgaban desgastados brillos.
Un trozo de blanda cera, casi exiguo, decide alumbrar un poco más, llevada por la curiosidad. Iza su mecha, simple cordel, con intenciones de espectadora, resultando una luminosidad no tan impúdica, pero más acuciante. Revelando detalles que no se percibían con anterioridad.
Le gusta el juego recién descubierto y se alarga, naranja y rojo fuego, un poco más. Alcanza su resplandor a iluminar la elevación del cocinero que se inclina sobre la pequeña imagen de la anciana sirena. Se sobresalta el resquicio céreo, haciendo vacilar la llama, al ver el encaro con que se miran. Una con arrojo y orgullo, el otro con hostilidad manifiesta.
La vela con atuendo de cera ensaya, divertidamente trágica, sombras oscilantes en los rostros presentes. Los revierte en fantasmales presencias, descubriéndose apenas humanos en la simpleza de sus mejillas replegadas bajo los ojos, de los que cuelgan desánimos.
Los horizontes apenas se distinguen del cielo, huidizos de tormentas, alcanzando el mismo fulgor e igual sensación de desamparo. La cubierta ha sido bañada con sangre de mil motines, consecuencia lógica de cuerpos podridos y mentes exhaustas.
La sirena, vieja dueña en mil experiencias, acusa el golpe y gime lastimera. Su amplio y canoso cabello se enreda y se alquitrana de indefinibles residuos. Conoce cual es su fin y destino. Los hombres que han realizado la cacería de ratas en el barco, vuelven a las doloridas laceraciones pertinaces en el abdomen, digerida la escasa pitanza entre los arrugados pliegues de sus tripas.
Está cansada de huir, primero perseguida por su parte humana; después por su larga cola de pescado que ha desvestido el azul y verde de un mar que sólo le trae tristezas de recuerdos. Ya sin juventud, sin sueños, sin voz, sin belleza, sin dulzor entre sus pechos marchitos. La muerte ha conseguido ser su amistad más deseada. Bienvenida sea, mujer liberadora que se acerca invisible, pese a saberse invitada.
La convencerá, en caso de que titubee, con todos los argumentos posibles.
Agarra uno de los afilados cuchillos que el abandono puso a su alcance. Coloca su aguzado filo, resuelta, bajo la mandíbula recia y abrupta del hombre, más que amenaza, presentando ofrecimiento.
El resto de la tripulación observa con evidente ferocidad mordida entre ennegrecidos colmillos. La bodega del barco, encierra el suceso con facilidad, dada sus carestías y la zona añadida de que dispone. Algunos ríen sin alegría, socarronamente, mostrando la amargura y el esfuerzo de no mostrarse sino animales brutales. Otros alentaban la lucha.
Dicen que las sirenas no existen.
Se darán mordiscos feroces para conseguir un trozo de carnosa dureza en color desvaído, tan conservado en salazón, de una aleta que se desdibuja en sus contornos rotos.
Voces de hombres con degradación escorbútica, en medio de una tempestad que les dejara sin velamen, sin víveres, sin agua. Sin esperanzas. Con la insignificante amenaza, o esperanza, de que una solvente epidemia mortal los convierta en lo que ya son.
¡Cállate! grita la vieja sirena.
¡Cállate!
Le escupe con la rabia de quién sabe la última que poseerá antes de la muerte. Salivas que se adhieren pastosas en la faz y en los labios abiertos del hombre.
¡Haz tu trabajo!
El cuchillo cambia de dueño. Los hombres corean con aullidos, sin apartar sus ojos de la parte inferior escamosa. No dan tregua. El hambre, el frío y sinrazón ha convertido en saco vacío sus mentes.
El capitán abandona el maloliente tragadero del navío, saliendo al exterior. Las olas, junto a un desbordado viento, le reciben.
No siente hambre… pero sí algo parecido al vómito, que lo ensucia por dentro. Lo ahogará en ron compañero. Escondido bajo el timón, sin aguar, alivio y eterno confidente de emociones.
Da igual, se dice para sus adentros… las sirenas no existen…
ni han existido jamás.
Comentarios
Es muy bueno.
Mucho.
Me ha gustado.
Y yo conozco sirenas.
Besos.
Muy bueno.
Te echaba de menos. Un besin.
de lobos de mar y de
sirenas yo creo que existen,
y que cada marinero tiene
una en cada puerto.
Un gran abrazo
Las sirenas...fascinante ser...que habita en el fondo del más oscuro mar..
Besos
Ya se te echaba de menos.
Que todo esté bien.
Besos cariñosos.
Cuídate.
Te leo en horas nocturnas casi siempre y, a veces, un escalofrío se me posa en los hombros.
Bicos.
Además, esta vez me quedo con algunas frases.
Yo, como Luis Ramiro, sí creo en las Sirenas. O creo, creo... desde que escuché su canción antes y leí tu texto, después.
Un abrazo.
Claro que existen.....!!!
Besos Susi
Claro que existen.....!!!
Besos Susi
Es tan visual tu relato que he estado presenciando la escena como si estuviera presente.
Gracias por tu impresionante historia.
Muchos besos Susi
Aunque no existan las sirenas las inventamos… ¿o no?
Un fuerte abrazo.
Un abrazo también para mi admirada autora de este blog, que se suma a las filas de Homero, Quinto Horacio Flaco y Hans Christian Andersen, entre otros valientes que desafiaron a las sirenas con su pluma.
Gran alegoría la de la sirena envejecida y derrotada en este joven siglo donde los mitos mueren... y la magia amenaza con morir de tristeza y soledad.
D.
Siempre relatas con una realidad tan sutil, que hasta los argumentos menos esperados, se acercan a la existencia más natural.
Es cierto que el hambre puede vaciar los cerebros, e incluso la empatía.
No obstante hay muchos aspectos bonitos en este relato.
La sustancia olvidada de un ser que no debería existir.
Pero que asume su senelitud, e incluso su muerte.
Me recuerda a aspectos de la leyenda de Ulises que quedaron sin matizar, como si le hubieras dado una extraña continuidad pasados muchos años.
La necesidad de alimentarse hace ver ciertos espejismos.
Menos mal que el ron de tu escribir termina dejándolo todo en su sitio.
Fenómeno.
Ha sido precioso ver como has desordenado la lógica sin perderla de vista en ningún momento.
Besiños.
Oye, qué imaginación y qué bonito cuento. Para dormir en una papelera no está nada mal... :)
maravilloso por cierto.
Un beso
Soberbio y muy original, Lasosita! Vuelves a tener mi aplauso.
Un abrazo!
abrazos.
http://www.lafraguadeltrovador.com/
Felicidades me ha encantado
Biquiños meigos y perdona mi ausencia
Buen texto.
jajajaj
saludos y un abrazo enorme.
Un placer visitarte.
Un abrazo, josef.