Tasca de navegantes tristes.
El viejo pirata secó la boca con la manga de su roída chaqueta. Unas gotas se escurrieron presurosas, huidizas, desde un lugar piloso bajo su barbilla, tiñendo de color granate el pecho, apenas cubierto por una fina tela de una casaca que parecía formar parte de su piel.
Sus ojos estaban sepultados en un mar de olas profundas. Las velas blancas de sus retinas formaban un tendal cara a una brisa inexistente en aquel lugar, amarillentas y hepatíticas, síntoma inequívoco de alguna enfermedad biliosamente oscura.
El matasanos, barbero por mas señas, le prohibiera muchos de los placeres de los que había disfrutado, entre otros, el de corretear tras las sirenas de pechos desnudos y corales en sus labios, sustituyéndolas por la ingesta de frutas de color semejante pero jamás tan sabrosas. Le había contestado con un salivazo que no pensaba seguir ninguna indicación semejante.
El que tenía delante de sí, aquel jarro de brebaje Ni siquiera tenía la capacidad suficiente para compararse a uno de esos placeres prohibidos, pues era pequeño, raquítico y escaso. Ridiculo.
Lo tomó entre sus enormes manos manchadas con el salitre incrustado de la mar, en sus poros tantas mareas como marineros caídos en la cubierta de su mejor y más rentuable barco. Las batallas le habían dado dinero y fama. Quizás no buena reputación, pero el oro abre todas las puertas.
Le dio vueltas entre sus dedos como si pudiera proporcionar con esta acción un paso atrás a las agujas del reloj: el cántaro se colmaría de nuevo y él tendría veinticuatro horas más y otro tercio de líquido sangrante le quemaría la garganta con su descenso a las profundidades de un alma que ya no tenía.
Desde que el mosquetón dormía sin pólvora en su cintura.
Bebió un trago, paladeado con la lengua en el cielo de la boca, chasqueando con mala educación, consciente de que a nadie le molestaría.
Las tinieblas del local se disiparon en su mente. Le pareció abandonar la opresiva certeza de estar encerrado en el estómago de una antigua galera.
Olía a sudor aquella bodega, a podredumbre, a descomposición de pasados de sangre y fuego. No había más consumidores de tiempo sentados en las bancadas, pero bastaba que alguna vez estuvieran allí para impregnar de malos presagios los hálitos que gravitaban tras los barriles.
A su lado, haciendo equilibrios encima de un alto taburete, una sirena apoyaba su cabeza sobre un brazo, tras un plato vacío y desportillado. Una porcelana, que al igual que su piel, ya no era alabastro, sino amarillenta pasta mal cocida. Una copa casi vacía pone el punto a su nombre.
Los años le robaran tersura a sus senos, huidizos y escondidos bajo unas costillas que prometían traspasar la epidermis hacia el aire exterior. La grasa formara un oleaje nuevo en la anterior suave curvatura de su talle.
Sentada, o en postura parecida, manteniendo erguida la cintura a la par de la barra, en aquel rincón escondido entre alcohol y brumas.
Tenía los cabellos largos, como toda sirena, pero canosos, que le ocultaban parte del rostro que no conseguían cubrir una cola de pez que se enroscaba, como queriendo huir, tímida, en el armazón de su asiento.
Una isla es la vieja sirena, un refugio en el que nadie piensa naufragar jamás.
Un cofre sin tesoro.
Salvo en una tasca de navegantes tristes.
El pirata jugueteó con sus dedos sobre la superficie del mostrador, encontrando huellas de los que antes le precedieron con filosofía semejante ante un cáliz de ron.
Raspas y migas endurecidas por el temporal del que se refugiaban, se toparon con las yemas de sus dedos. Huellas dactilares nacidas entre vetas de madera oscura que jalonaban en líneas horizontales el tablero del negocio.
Huellas de cuchillos que pasearon en disputas y reyertas.
Carraspeó un par de veces, escrutando bajo la oscilante llama de una mecha de cera, la cabellera desparramada unas yardas más allá de donde él se sostenía.
Nunca tuviera una mujer, aunque no fuera deseable, tan lejos de sí.
Adivinó, antes de verla, una estrella de mar que se ahogaba entre las estelas del blanco pelo. Tuvo ganas de cogerla y salvarla de resbalar desde aquella mujer rancia con postura derrotada, cayendo de un cielo, abandonándola hacia otra sombra.
Una sirena sin su broche estrella, deja ya de serlo, por mucho que conserve la juntura escamosa de sus piernas.
Cuando movió su mano hacia ella, a punto de varar en la celestial orilla, se encontró con una mirada fría y acuosa, casi transparente en el iris.
Parpadearon esos ojos un par de veces queriendo fijar bajo las cejas, un odio dirigido hacia el hombre que la contemplaba confundido y casi turbado.
El tabernero, recio y agrio, dejó el trozo de trapo en que ocupaba sus asuntos, abandonando la vajilla que enjugaba con tedio en sus ademanes, deteniendo su tarea para observar a sus clientes.
La silueta de una daga se dibujó bajo el mandil.
Una ola gigante trajera a sus dominios, un decrépito anciano y una ruinosa cola de pescado.
Alguno de los dos individuos se dio cuenta de la naciente catarata que surgía de aquellas trascendencias.
Una vieja sirena con manantiales salvajes, bajo una cascada de cabello canoso, desteñido tras un vaso que ella ahora apura con cuidado de no perder una sola gota.
Añora el mar, se dice a sí mismo el marinero, todavía resuena en sus oídos la música de los corales bajo el roce de las algas.
Me recuerda a mí, que contemplo dos ríos de agua que anegan sus tersas mejillas de antaño y navego en recuerdos de un tiempo que navegó y se hundió junto con una juventud que no pensé nunca en sacrificar, en un abordaje. Aún ahora conserva la sal del mar antiguo en sus bolsas lagrimales.
Cree que le atisba con reojo sesgado. No se atreve a mirarla con una franca y directa pregunta, hace demasiado tiempo que el contenido sincero de su alma se vació en las profundidades. Ahora también posee esa forma de mirar, sin ver, arrugando los contornos de los huecos vacíos que tiene como enfoque, para que la luz no le traspase, ni dañe el corazón de a quien mire.
Se lo debe al resol de estelas que adornaban la marcha del navío.
El hombre, naúfrago de un tornado plateado, liquida la bebida. Llega el fondo abisal del vidrio donde mueren las quimeras y las cataduras de fantasmas olvidados. Queda apenas una espuma como si tocase una playa una de las ondas en el vaivén de mareas.
La mujer se ha dormido sobre su brazo, sus océanos cerrados sueñan sobre la tabla de cuerpos cristalinos.
Afuera, se oyen ecos. La marea de la noche está subiendo.
Van y vienen, con resacas, trayendo reflejos que la gente confunde con tesoros escondidos. Botellas Sin mensajes en las bases de los estantes del bar.
Ya sus tiempos de pirateo han pasado, no fantasea con puñados de monedas en el galeón que podrá abordar mañana.
El todavía las busca, escudriñando el fondo de los cristales de las jarras de licor.
Continúa dando giros al recipiente, extasiándose, dejando a la vista del aire viciado un tatuaje desvahído, tan gastado y envejecido como su dueño, que se aferra a las hojas de tabaco para salvar al navegante de la sima azulada y gelatinosa de las pupilas profundas de la sirena. No tiene fuerzas para escuchar la respiración del mascarón de proa varada sobre su cola gris, flotando sobre un mostrador, desgranando cabellos con una sola estrella a punto del suicidio.
Carraspea el viejo navegante, intentando deshacer telarañas, a las que se pegan sus recuerdos pasados...tose ligeramente el tabernero.
No sabe bien el porqué, mas recuerda el grito de pánico de hombres rudos cuando se avecinaba el asalto a otro navío. Había sido sordo y ciego, impasible, ante los miedos de los recién enrolados y despiadado con los fachendosos aventureros que se acorbardaban ante la inminente llegada del dolor. Le gustaba empujarlos hacia las espadas de los enemigos, o incluso herirlos él mismo. Pensaba que así curtirían sus mandíbulas y rechinarían sus dientes, prestándoles el suficiente valor y rabia para hincarlas con toda la fuerza del odio en el enemigo. Sus hombres eran invencibles hasta que estaban rígidos, tiesos, formando seguidamente parte de la manducatoria de los tiburones.
Era ley de vida, la del más fuerte y del que mejor coqueteara con la parca, esa caprichosa masa de agua que los zarandeaba a su antojo.
Sí, había sido despiadado y feroz, un joven pirata arrogante, dueño desdeñoso de un cuerpo musculado y de mujeres hermosas, cofres pesados de puro tesoro.
Al olor de la sangre de los asesinatos y del frenesí de los botines de los saqueos, devenían las cosas hermosas que la vida le otorgaba, la riqueza de las telas, los diamantes, las especias.
Por desgracia, todas las costas tienen su bajamar, influenciadas por la luna, y, en esta noche, sus dientes se encontraban mellados y musgosos, perdidos de agresividad, de blancura, de viveza.
El pecho, se le hundiera como hacen las grandes naos, hacia dentro, formando un hueco que no conseguía llenar con aire, con sal, con armas. Nada disimulaba las mejillas hundidas como velas hechas jirones colgando de los mástiles de su barba rala.
Su decadencia era la imagen de una nave desguazada por los rompientes rocosos de una costa abrupta.
El posadero ajustó el cabo de una vela en uno de los huecos entre las maderas del tablero, con un sonido bronco y autoritario en su ademán, seco, quizás destinado a despertar a la mujer de rabadilla de pez a la que no se le escucha respirar desde hace rato.
Semeja agonizante, ballena varada en una orilla adornada con un charco de botellas, pensó cada criminal navegante de lujurias incompletas.
Si aquel local era el averno frío y gris con el que le maldijeran tantos antes de pasar por la quilla, trataría de disfrutarlo.
Allí estaba, una sirena. Rancia en su cuerpo, pero próxima a su mano en esta isla.
El viejo lobo de mar sonrie bajo la nariz, colorada y alcohólica, recorrida por senderos azulados y borrachos afluentes.
Se atreve, por fin. Su mano, decidida, contando con el permiso mudo del dueño del garito, sacude el brazo de la sombra de sirena.
Una exclamación que no se pronuncia: señora, eh,… ssshhhiiiissss, escuche….
Una figura humana, mitad pez, cae con pesadez al césped de serrín, levantando una humareda de virutas que acoge el cuerpo en el suelo. Los hombres paran sus corazones un instante, viendo la escena que se acaba de producir.
Cadáver era, sin duda, aquella a quien quería haber logrado despertar. Se levantó con cuidado como si tuviera temor de despertar a la durmiente. Está decidido a salir del aire nauseabundo que los envuelve como un sudario, lejos de aquella anciana recién acabada en la cubierta de un antro, lejos de su masa de agua.
Perdiendo si fuera necesario la posibilidad de otro trago.
Un cruce de miradas basta para que los dos hombres, con su pasado tormentoso y sus bagajes vitales, se entiendan sin pronunciar una sola palabra. El de dentro, empuja una de las tablas para dejar pasar su delantal grasiento, borracho de manchas etílicas.
Dos antiguos asesinos y el cuerpo de una vieja ninfA.
Agarra con sus brazos firmes la pescada de color mate, que tan brillante había sido en medio de cantos seductores, tan perfectos en desgracias a inocentes locos que no tuvieran la precaución de recubrir los oídos o atarse al mástil de la embarcación.
Comenzó a arrastrarla, los cabellos como arado, dejando surcos entre las losas irregulares del suelo. Camino hacia la trastienda.
Muñeca muerta.
Sirena enredada en una red sin escapatoria.
Sus baladas ya no enloquecerían jamás a ningún desdichado.
Los hombres empujan por su cuerpo, arrastrando su rostro sin contemplaciones, rudo y brutal su movimiento, mientras la introducen entre dos barriles, ocultándola de alguna alma perdida que entrara en aquél justo momento, desconociendo el galeón en el que se podria embarcar, enrolándose sin quererlo.
Después de ocultar a la muerta entre los toneles, cajas, botellas vacías y basuras varias, el bodeguero pone otra jarra de ron frente al pirata, y ahora, cómplice. Con un guiño, se gira a la vista del compañero y una botella nueva, cerrada y con varios años de polvo de llevar encerrada en sí misma, parece surgida de la nada.
Los dos guardan silencio mientras el líquido canturrea.
Una estrella de mar, escolla entre las lápidas del suelo.
Levantan sus jarras al unísono, haciendo resonar sus vidrios transparentes.
Por las viejas sirenas, brindan chocando sendas bebidas, por ellas, siempre!
La noche cae en la gruta, se levanta y vuelve a desplomarse, para todos los navegantes que quieran echar el ancla en su ribera. Hay un nuevo avituallamiento en la posada.
Ron oscuro para los viejos bucaneros.
Y si alguno de los desarrapados quiere saborear algo de comida, el tabernero tiene una sorpresa especial:
Tajadas de cola de pescado para saborear.
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Un viejo pirata ...Busca ....Sirena... Para Amistad…Y lo que surja...
un relato de Susi romero de la torre
Comentarios
Sin duda, una sirena tallada no fue obice, para que surgiera una tentación. Y al final todo son reminiscencias de una vida que sin duda fue mejor, y que ya sólo vivirá entre los recuerdos.
Muy bien narrada, con un vocabulario hermoso y muy acorde con la situación que narra.
Desde luego... un diez absoluto!
Besiños.
Muy bien narrado.
Besitos corazón
Siempre me pregunté cuál sería el parámetro con el que los escritores profesionales eligen sus textos para la editorial.
Felinamente
Lu Folino
Muy buena historia. Atmósfera oscura, húmeda, salina. Escucharé "la Sirena" de Luis Ramiro y acariciaré los lomos de las novelas de Conrad, London y R. L. Stevenson que amarraron sus naves en mi estantería.
Felicidades
Qué excelente estampa la de la sirena añosa, con las décadas de obsesión que le llevo impreso a ese ser fantástico jamás leí de nadie que lo ponga a envejecer.
Extraordinario, una vez más.
D.
Pobre sirena, pobre pirata, pobres navegantes tristes.
Nada ni nadie es inmune al tiempo.
Atrás quedaron peleas, botines, días de sol y días de tormenta, atrás quedó la sangre hirviendo en las venas...
Ahora cada día es un regalo inesperado.
Cuando las sirenas envejecen y mueren a nuestro alrededor algo de nosotros muere con ellas.
Besos.
Las viejas tradiciones y leyendas aún se conservan, valga la redundancia.
Tiene mucho sentido tu relato y lo importante es estar en los sitios.
Cuídate y feliz día.
Besos.
Cuando termine de leerlo volveré, Saludos
entre botellas y cristál sucio,
es posible llegar...
Pero hasta el último instante, si alguna vez lo fué, Sirena hasta el final....
Me encanto!!!!
Abrazos...
ocurrir en cualquier
taberna del puerto, a donde
recalan los viejos lobos
de mar.Su decadencia sus hábitos
y su mascarón de proa no pudieron
narrarse mejor que como tu lo
has hecho.
Me descubro ante tí.
Un abrazo muy grande.
Un beso.
Me gusta todo lo que escribes pero esta vez te has superado mi niña, vale la pena esperar por tus relatos.
Biquiños meigos ruliña
Saludos
Saludos!!!
No tengo palabras hoy, solo la emoción que me queda por dentro, despues de leer, como una visión fugaz y poderosa del instante de vida, del todo y la nada.
Un abrazo Susi.
Un sorpresa agradable y maravillosa!
Un abrazo para cada uno de vosotros!
Vuestras palabras han hechido de viento propicio las velas de este blog, haciéndolo valioso.
Saludos!!
Yo en otra vida tuve que ser hombre-sireno, porque si no, no tiene razón que me gusten tanto el pescao... jajaja
Saludos y un abrazo
Y tiene magia.
¡Cuánto juego dan las sirenas, hay que ver! ¡Je,je,je! :)
Desde el futuro, es increíble encontrar la musa que te inspiró, encontrando refugio en mi papelera, meses después...
Podemos avisar al pirata, que ya la hemos localizado!
Gracias por tu empatía!
Te envío una sonrisa!
¿Viste alguno por tu isla?
Besos
No me cansaré de decir que tienes EL DON para escribir!
Un saludo cariñoso!
Su casa aún se mantiene en la ciudad de Pontevedra, con la promesa de no haber encontrado aún su tesoro.
Una razón más para darle importancia...
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Siento no poder decir lo mismo de las sirenas. Ni siquiera una he encontrado en las costas, ni nadie me ha sabido dar noticias.
Pero ya me gustaría. No perdería ocasión de entrevistarla...
ALATRISTE,
Me alegro de tu vuelta.
Saludos a todos!
Mis felicitaciones.
Emilio.
No volverá -espero- a ocurrir.
Un beso.
http://joselop44.blogspot.com
Feliz domingo