Vaya!
( Revisión )
¡Vaya por Dios!
Hizo un gesto con la cabeza, sin darse cuenta que transmitía todo el pensamiento que albergaba su interior.
¡Vaya por Dios!
Queriendo decir que… ¡Vaya, menuda mujer!,
Vaya,… si yo fuera otro… Otro hombre, más alto, más joven, más rico, más seguro de mí mismo, más simpático, más otro y menos yo.
¡Vaya por Dios!
La vio desvanecerse entre la gente y le quedó la pena de no haber sabido retenerla a su lado. Con cualquier excusa, con un saludo, con un ofrecimiento de refugio en aquel portal, en un rincón iluminado por alguna farola solitaria, en porche ajeno lleno de exilados de la implacable lluvia.
Hubiera fingido un mortal y fulminante infarto si, dos minutos antes supiera la desazón que resultó dentro del pecho, alborotado en sus latidos, al verla marchar.
¿Volverá a ver a aquella mujer? Seguro que no.
La ciudad y la lluvia le habían dado un cruce de pestañas, un solo momento de hacer coincidir los pensamientos.
Los mismos, espero, se dice…
“Estoy mirando a una mujer que avanza por la calle en ésta acera llorada de lluvia, con altos tacones y paraguas.
Me mira… y ¡vaya por Dios, que forma de mirar!
Se sorprendió en el espejo que convertía el cristal en lámina opaca, testigo callado pero elocuente, de sus razonamientos. La imagen era la suya; era él, con sus ropas grises, su pelo gris, su personalidad gris frente a los colores que adornaban, excesivos si acaso, a la gente que lentamente iban cerrando los paragüas, como desaparecen las estrellas del cielo cuando el amanecer las sustituye. Se apagaban como farolas ante la luz natural; el caso es que había dejado de llover y ni siquiera un goteo terminal le retendría bajo aquel edificio.
Ella no estaba allí.
Su imagen quería quedarse y él deseaba escapar.
Despidió casi cabizbajo por la vergüenza su fotografía en mustios grisáceos y a la vez… la del mendigo refugiado en aquella esquina de la ciudad:
“Una moneda”.
Un reflejo en el cristal del escaparate de otra realidad.
Mientras arrancaba su caminar, se le ocurre pensar en la desconocida. No en “cualquier desconocida”, no. En esa, en la suya propia, aunque no tenga más de suya, unos segundos ya pasados en los que se miraron, descubriéndose. ¡Vaya por Dios! Sus músculos se tensan sobre la acera sucia deseosos de salir corriendo calle abajo, para atrapar la posibilidad de encontrarla de nuevo. Dudó sobre la conveniencia de volver de nuevo al sitio exacto de la mirada, y a partir de ahí, rememorando ese punto, disponerse a batir la ciudad en círculos concéntricos, centímetro a centímetro, grado a grado, latitud a latitud, con la desesperación de un marinero que ha perdido el rumbo que dirigía su navío en medio de un mar infernal.
La esperanza de poseerla en otra tarde lluviosa, en una gota de tiempo, colgándose de su pelo negro y quedar a vivir durante un minuto bajo aquellas cejas arqueadas, haciendo refugio del tejado de sus pestañas, le recuerda las numerosas esquinas, de calles, de aceras, de portales donde pudiera estar en ese mismo instante.
“Y yo aquí”, aspirando cigarros nada tranquilos, uno tras otro.Las colillas que genera mi esperanza no me hablan de otra cosa. Fumando una tras otra de las razones que me hacen no salir como un poseído hacia un suceso que quizás no pasó, hacia esa aparición más sublime de todos los años de ésta mi vida.
Sintiendo un revoltijo en sus tripas, intenta sosegar su respiración. Su corazón ya late por cuenta propia, a ése no hay quien lo pare, es un caballo terco y desbocado.
“Tengo latidos pisoteando una angustia ausente por una mirada circunstancial. Soy irracional, iluso, ilógico, absurdo, patético, un hombre que tiene vergüenza ante sí mismo por haberse enamorado en dos segundos de alguien con quien no ha hablado nunca.
De una perfecta y absoluta desconocida.
Otra calada le hincha el pecho, junto con los suspiros y las palabras no dichas. El humo revolotea en sus pulmones y llena de brumas boca y estómago.
Alguien habla a su lado. En aquella calle sin sol, en esa porción de la ciudad iluminada por un remolino.
“Esa mujer anda, camina, piensa, sueña, canta, vive sin imaginar que estoy pensando en ella”.
Es probable que no la encontrase en ninguna de las cien mil veces que recorriese las baldosas y los locales esquinados; en aquellas laberínticas manzanas de casas, marañas desconocidas y tortuosas en el mapa general de sus pensamientos.
Pocas posibilidades flotaban en el océano de su cerebro, pocas de mirar las farolas que convertían en decentes los bordillos tras las noches oscuras, y ver su sombra escapando del haz de luz que convierte en lunas las sombras de errantes fantasmas.
“Vaya por Dios, estoy perdiéndome”.
Tenía incrustado dentro, en algún lugar entre los huesecillos óticos, el sonido ensordecedor de unos finos tacones creados para elevar la belleza hasta su máximo nivel, para inventar una diosa distante y acercarla a su verdadero hogar, al Olimpo dónde moran las orgullosas dueñas de los hombres, aunque nunca ejerzan su poder, incluso no sean conscientes de su dominio.
Aplasta la colilla contra el suelo, la suela se desgasta, tolerando un cerco de ceniza. Se mesa los cabellos.
Con rumor de agua se formaban charcos mostrando la estrella polar, la más madrugadora, atrayendo la idea de permanente reflejo del dorso de un maravilloso pez que jamás habitaría en un charco cuyos límites estaban conformados entre restos de envoltorios de bolsas de chips y latas de cerveza machacadas por algún automóvil.
“Quizás sean de los vagabundos”. Había visto algunos de los sin techo, entre rayos claros del día, entre la frondosidad de piernas y bolsos, miradas perdidas, pensamientos inconexos, luces sonoras de los semáforos y ruidos de locales. Como una postal a la sensatez, un post-in.
Seres abandonados de sí mismos, al igual que se sentía él en aquella música ambiental de voces, pitidos, destellos de neón, paranoias de gentes siempre iguales o parecidas, moviéndose al unísono, con el rumor que da el no pensar, el no dejarse atrapar por una idea recién nacida. Pese a todo, los líderes no existen, pensó con amargura en los ojos mientras la marea incesante bajaba la guardia ante los escaparates.
No podía dejar de pensarla.
“Vaya por Dios, yo ateo confeso, yo laico, yo apóstata, yo aconfesional, estoy a punto de reconocerme religiosamente hechizado, exorcizado en un destino efímero, me ha mirado esa mujer y…
¡… Oh, dios cotidiano y mío… que forma de mirar;
ha despertado en mí algo que sospeché que no poseía”
El tiempo seguía discurriendo como un río que llega tarde a su cita con la desembocadura en el mar, llevando una angustia instalada ya en las perneras de sus pantalones, obligándolo a salir, a dejarse llevar calle abajo más aprisa, más aprisa, cada vez más rápido, igual que la aceleración de los cuerpos que se rozan. ¡Venga, vamos!, ¡encuéntrala!, ¡búscala!;
¡Indagándola, escudriñándola, olfateándola; la persigo, todavía sin saber porqué ni por dónde… devorando la imagen que ha dejado en mí, es el resto de tu vida lo que te juegas…! ¡Un recuerdo que llevarme…! Todo a golpe de reloj de arena, descendiendo los granos amarillentos y finos, hasta cubrir la totalidad del recipiente vecino; su cuerpo cristalino.
Bullían sus entrañas dándose cuenta del sentido desquiciado de su petición absurda: “Señor, si la encuentro, si me la das…¡ prometo creer!
Negociemos estos términos, este ultimátum del que depende mi futuro. ¿Acaso no eres el de los milagros? El que todo lo ve, el que todo lo sabe,
¿Aquél que todo lo puede? ¿No te vendes así¡¡¡? ¡Dámela!
Necesito esa mujer para mí, para obtener el valor preciso y hacer realidad los sueños; de qué te vale, señor, un hombre vacío repartiendo decaimiento y pesadez a otros, impregnando de aceitoso asco, de hastío absoluto, mezcla de niebla y desasosiego al resto del mundo.
¡¡Dámela!!
¡A tí poco te cuesta y a mí mucho me vale…!!!
Comentarios
Muy bien escrito, con fuguras e imágenes preciosas. Hoy te has gustado en las descripciones.
Un abrazo
La aparición de una mujer imprevista en la vida de un ser taciturno es nada menos que comparable con la aparición de una imagen milagrosa.
Un saludo afectuoso desde más allá del Atlántico,
D.
Pero tiene muy baja la aotestima...
Excelente relato!
UN placer leerte, como siempre.
Un besiño.
Besos corazón.
pida algo que no merece.
Quizás necesite crear
un mundo fantástico para
poder sobrellevar la
carga de un ser anodino
que vive sin luchar.
Como siempre has sabido
crear un personaje que
llega hasta el lector
fácil de imaginar.
Un estupendo relato.
Un abrazo fuerte.
Todos sentimos, poseemos esa necesidad, en nuestro interior, en mas ocasiones de las imaginables de tener a alguien a nuestro lado.
La soledad buscada no es mala compañera pero cuando se cuela en nuesta vida es cuando nos damos cuenta que queremos compañia.
Biquiños meigos Susi e unha grande aperta, mereces todos e cada un deles.
Saludos
Querida Susi un abrazo grande.
¡EStupendo!.
Bicos.
Mil besos Susi.
Me fascinan tu originalidad y tu estilo!
Un saludo!
Encantadenas con tus palabras. Enganchan!
Saludos y un abrazo
Abrazos.....
Días de remolino, horarios y giros vertiginosos, me hicieron alejarme un poco...
Gracias por los comentarios sobre esta reposición de algo que ya estaba escrito y presentado, pero que retomé por algún latido especial!
Un saludiño enorme....
Vaya por Dios, se me ha hecho muy tarde.
Un beso y feliz fin de semana.
un beso. Marea@
p.d. Vaya por Dios... ojalá el destino cruce de nuevo sus caminos... aunque dice q los trenes solo pasan una vez en la vida... eso es mentira... que yo de trenes algo sé..
Gracias por compartir este hermoso relato.
Saludos
Un placer.
Un beso grande