Dolor...


Dolor...


Sintió el dolor. Eran puntos concéntricos cuyo epicentro se convertía en círculos cerrados sobre un punto común. Cualquiera de ellos. Cada destello de luz que reflejaban las cadenas desenfundadas de sus cinturas era la variación de un mismo tema. Los golpes eran secuenciales y rápidos, como ya ensayados. En cada patada de aquellas botas militares, de puntera reforzada, en cada puño malintencionado, en cada grito bárbaro.

Tenía todo el dolor del universo concentrado en su cuerpo. No sabía si aguantaría las ganas de morirse pronto. Sus manos se extendían buscando una piedad que no llegaba, ni jamás lo haría, inexistente, olvidadiza.

Deseaba un fin rápido, porque no tenía dudas de que eso es lo que sucedería. En su mente, imágenes. La inmensidad del desierto, del mar. Las vastas extensiones de las selvas, de los glaciares, de las mesetas longitudinales de las tundras. Un par de zapatos de la niñez, un sonido de una voz que lo amó alguna vez, hace demasiado tiempo. Todo en una vorágine en la masa de su mente. Girando en una batidora mortal ante él, encima, debajo. Dejó de oír y ver el exterior. Su cuerpo evocaba paisajes misteriosos y lejanos, archivados en algún cajón de las diapositivas destinadas a su proyección

al instante antes de morir.


Una nebulosa estéril centelleando dentro de sus huesos, vertiendo la médula líquida hacia el exterior. El cielo despreciaba su cuerpo cada vez más semejante a desecho de carnicería. Supurando sangre, trozos de carne, de pelo, dientes, uñas. El también gritaba, se sacudía con temblores inconexos y con el movimiento destinado a guardar la posición fetal.

Patadas y cadenas que sacudían la ceniza que se había refugiado en sus bolsillos.

Un incendio levantaba trozos de trapos volátiles queriendo construir un dibujo hermoso de aquella barbarie. Igual que en un horno crematorio, la ceniza llegó a nublar sus ojos. Nunca supo cual fue el último golpe que le dieron. Pero sí que logró vislumbrar, entre polvo y nubes, en un agónico relámpago la cara del chico que le escupió antes de asestarle el golpe que le rompió el cráneo.

Lo conocía.
Y esto le dolió muchísimo más.

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