Vivo, pero seco.



El sol le impedía andar. Temía caer en aquel parque que cruzaba, bajo los altos árboles que dejaban de vez en cuando, hojas secas sobre la tierra. Estaba en el único pulmón de la ciudad. El distrito 6 quedaba tan lejano que nadie que atravesara aquel bosque natural se acordaría de que existía un lugar semejante. Las grandes arrugas de los troncos, se erguían orgullosas de su supervivencia. Miles de estrías en sus cortezas creaban la sensación de rostros arrugados y marchitos. Secos pero vivos. Con una fuerza interior que les convertía en sólidos representantes de lo que antaño fueron los montículos cementados de las avenidas que jalonaban los barrios

El resol hería su andadura. Convertía en imposible lo que hubiese sido incluso un agradable paseo. Matorrales le guiaban por las zonas más limpias entre los diferentes arbustos, para no encontrarse de repente ante la sorpresa de una raíz emergente de alguno de los protagonistas del jardín. Bordillos construídos con cuadradas piedras, rodeaban de forma circular algunas de las plantas, quizás las más hermosas en otros tiempos, o las más representativas de alguna especie que no se daba en estas tierras. Volvió la cabeza cuando distinguió colores de artificiosos materiales en uno de los troncos. Estos chiquillos lo inundan todo como los tsunamis, no tendrán sitios dónde colocar sus pintadas.

Paseaba rápido como si tuviera prisa. No era así en absoluto, no conocía la hora a la que ella estaría de nuevo en el rincón de la marquesina en la que acostumbraba a dormitar algún libro. Los conseguía del vendedor ambulante que los domingos hacía de su sábana extendida el escaparate de una librería improvisada. Pero ante la franja extensa del tiempo, él optaba por esperarla en cualquier sitio, con la esperanza de encontrarla.

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