Cortando recuerdos para alejar olvidos.


Aquella mujer pequeña y con el cráneo rapado,
salió del hueco como un ratón entre las cañerías.
Poseía todos los años del mundo. En su espalda,
el peso de miles de historias.
Podría ser la imagen de una prisionera en un campo
de concentración, de haber viajado en el tiempo,
en las coordinadas adecuadas para llevar un destino
escrito en su rostro.

Su falda arrastraba la largura de la tela por el suelo,
llenando de barro y porquería el bajo de su figura,
dejando entrever unos pies calzados con gruesos calcetines.
Apenas unas suelas de unos desaparecidos botines.

Un gran chaquetón ocultaba el resto de su cuerpo,
envolviéndolo tal y como hacen los capullos de seda
con su animalito interior.
De color rojo. El color de sus mejillas, con sus capilares rotos, desconexiones tímidas que nadie sabría ya reparar.

Su hermano dormía. Se le habían metido sus ronquidos etílicos entre los oídos y el cerebro.
En aquella choza fabricada con restos de una obra de la zona residencial, los materiales
parecían consolarse unos a otros, de puro decaimiento, especie de destartalada acumulación cuchicheante. En su interior, el hombre dormía bajo una manta gruesa.
A sus pies, un perro hacía lo propio.

En paredes manchurrentas, centenares de fotos, recortes de revistas y periódicos
ya amarillentos por el paso de los días y los desgastes de las sucesivas caricias de reconocimiento.
Todos tenemos miles y miles de fotografías almacenadas en las escleróticas. Un montón de recuerdos retinianos que nos permiten saber quienes somos y quienes fuimos en otras épocas.

Si alguien se siente capaz de perder la imagen de sus padres, de su lugar de nacimiento,
del sitio que deseará visitar aunque sea en sueños, de los ojos de su mejor amiga,
¿que hará por no perderla?.

Almacenar papeles de antaño.
Acumular.

Recortes de viejos diarios, de personajes que gustan, que se admiran o han pertenecido
al hilo que tirará de otros recuerdos ligados por sentimientos hirientes que nadarán
para surgir a flote en nuestra mente. Aunque lastimen como arpones.

Entre aquel mosaico de manchas de humedad, flores secas, trozos de un vestido
de la novia que fue, un chupete gastado, un retrato joven en un lienzo viejo,
unas entradas de cine casi quemadas de tanto verlas,
de tantas lágrimas vertidas al renacer el rostro de un amante que nunca lo fue.

Necesitaba salir, que le zarandeara el viento que poseía el otoño recién llegado.
Daría el espacio de su diminuto cuerpo al sonido rem del durmiente en brazos de Hypnos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Interesantísima muller/memoria.
Susi DelaTorre ha dicho que…
Un saúdiño para tí, náufrago!

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