Localizador WQ47682.





Va a mi lado. Estoy segura. Es ella. Esa mujer es ella. La que me respira en la nuca. No existen dudas. Es grandota y fea como me dijiste. Quizá exageraste a propósito para seducirme de nuevo. Nuestro mundo al revés, "no te asustes, pequechiña, todo volverá a ser igual que antes", me advertiste. ¡Querías tranquilizarme, qué considerado!
Está gorda, es grande. Que le gusta comer, aseguraste. Que nadie la deseaba y que tú necesitabas una mujer que atraiga miradas. Miraste mi escote mientras sonreías. Olvidaste mis ojos. Esquivaste mi alma. Dijiste que era morena, alta, de aspecto sólido, capaz de no perder el equilibrio ante una ciclogénesis muy, pero que muy explosiva. Eso me pareció al vislumbrarla. No saludó esta vez. Tan empeñada ella, disminuida desde su altura, en hablar en el pasado conmigo. Quizá para advertirme, quizá para burlarse, quizá para desaparecer o reafirmarse. Pobre mujer. Triste mujer. Maldita mujer. Estoy sufriendo este viaje, creyendo que lo es y que lo sabe. Que conoce que soy yo. En cualquier momento girará la cabeza y me saludará por mi propio nombre. ¿Porqué le has hablado de mí? ¡Lo nuestro era nuestro! Quisiera huir bien lejos. Ha tenido que tomar un asiento contiguo al mío. Maldita sea. Tal vez lo hizo a propósito, yo que sé. ¿Será posible eso? Son asientos al azar tecnológico. Localizador WQ47682. Ni siquiera saluda esta mujer; entre desconocidos que compartirán cinco centímetros en distancia de espacio vital, con lo que conlleva; es de buena educación. Seguro que estudió entre monjas. El colegio público es más estimulante. Yo en rebelde ventana y ella en sumiso pasillo. Así puede apoderarse de un trozo de capacidad ambiental para estirar una pantorrilla. A mí, el asiento me mantiene dentro de su margen de cuadrícula y resultaría muy cómico que estirara mi chicle. O hiciese aviones de papel invadiendo territorio enemigo. Que la procesión de este humor tan mío, va por dentro y ocupa también hueco para la carcajada con guiño. Muy segura se muestra, dejándome abajo de sus piernas mientras alcanza la balda para colocar el equipaje en este tren hacia Madrid. Empequeñeciéndome. Situación no ejecutada por mi por falta de altura y donaire con el peso exagerado de mi maleta. No hay duda, es ella, la otra, la tuya, la nada mía. Esa insignificancia catastrófica en mi vida. La odiada y perdonada, la fea y amable en silbido a la hora darte asilo. Zarpazos interiores con derecho a sexo. Por eso viaja sola. Yo también. Sin tí, vamos. Circunnavegando paranoia soy unica. Quisiera desatornillarme la cabeza, así necesitaría el asiento contiguo para apoyarla. Se repantinga a mi lado con los auriculares, yo me encojo: ella no compara el diámetro de sus rodillas con las mías. No pienses, no pienses. Pienso, maldita sea. No me amortajes. ¡Déjame pensar! Tus manos ahí. Tus besos ahí. Tus piernas enredadas. Tu abrazo completo. Hacer nudos marineros con los brazos y piernas. Aquella felicidad. Ella no está sufriendo esta paranoia porque no es ella, jamás debería serlo en mi realidad autosugestionada. Parece tan perfecta que no sufre pensando hasta la tortura, yo sí, por haber cometido la torpeza de situar tan lejos y desprotegida la maleta. La que contiene mi vida presente sin tí y de la que no deseo prescindir. Un robo sería el fin de mi estabilidad. Tengo mil cosas empaquetadas que sin contenerte, eres su contenido. Supongo que si continúa el viaje a mi lado, ella pasillo, yo ventanilla, me veré obligada a preguntarle por las gestiones para acceder al tren combinado de cercanías. Porque no seré capaz de ver a nadie más, de escuchar otra voz, más que conocer la suya, que buscar la aprobación de quién me hiere con sólo existir. Va a mi lado ¿sabes? Es igual que lo haya evitado en mi mente. En su ciudad. Me persigue. Me persigues. Cesa el tren su marcha. Una parada compasiva que no aprovecho para desaparecer lejos. Tampoco se levanta, se encuentra bien a mi lado. ¡No te fastidia! La maldición de la huesuda confortable. Igual te encontrabas tú. Conmigo, con ella, no. No soy yo. Ponemos de nuevo el tren en marcha. Qué ironico que nuestro amor naciera hace años en las vías ¿Te acuerdas? Así lo escribí en "Rastreadora de trenes" Tuvimos un hijo pendiente. Tenemos un hilo rojo atado a los genitales todavía. Hay nieve afuera. Sin frío. Igual que en Asturias aquella vez. También recuerdas. Solo olvidas lo que soy. Amanece para los amantes en la calidez de las sábanas compartidas. Añoro terriblemente hasta el dolor. Se hace la loca mirando el móvil. ¿Y si está hablando contigo? ¿Y si le respondes antes que a mí? Acaso te está diciendo amor y ya estoy estrujándome el alma al suponerlo. No estás en línea. Ya me vale. ¡Cuántas horas me esperan! No lleva anillo. Yo ahora, tampoco. Ni se pinta las uñas para lucirlo, llamando así la atención. Eso lo hacía yo. Me es propio tal orgullo. Está quieta mientras me muevo todo el rato. Es una mujer de espachurrarse contra algún tapizado devorando hidratos. La imagino compartiendo sofá y manta. Enloquezco. La miro de reojo. Ojalá pudiese empujarla a las vías. O ahogarla con el bocadillo que se está tomando ahora mismo. Metérselo por la boca hasta hacerla llorar y mezclar sus lágrimas con sus mocos. Ya no temo que roben mis cosas, ésa vida nueva que he conseguido lejos de tí, pues imagino que soy una terrorista que accionaré un paquete bomba guardado en su interior. Un atentado con una sola víctima. ¡Vaya, qué pena! Sonrío hacia el paisaje de mis tontos delirios. Pobre muchachota, seguro que es otra mujer distinta, sin nada que ver con nosotros. Contigo y conmigo. Otra anónima con distinta vida. Otra, ninguna con nuestras respiraciones.
Me sosiego lo justo. Mi mente maquina inconsolable.

P.D- Llegaremos al destino y dirá ante mi horror " Adiós Susi"

Decididamente debo continuar en terapia.

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