ODANEA
ODANEA
El hombre arqueó el cuello, tensando su
espalda y fingió alcanzar el clímax rechinando con fuerza los dientes. Una
serie de gruñidos amenizaron la bóveda zurcida, dando patética cobertura al final
de la escena. La mujer sintió una oleada de vehemente furor naciendo del
gurruño en que la prisa, convirtiera la ropa. Miró hacia el extremo de las
remendadas cortinas, buscando ya el aire que precisaba, sin decir nada o
diciéndolo todo. Su presencia le pareció superflua, consciente de que un hombre
que finge un orgasmo, tomando ésa decisión tan drástica, sólo puede obedecer a profunda
vergüenza en su género. Ni siquiera lo intentara el amante con ganas, negando
la posibilidad de que ella recurriese a otras prácticas amatorias si la sospecha aflorara. Indignada por el
egoísmo masculino, airada, sin dejar de fruncir los labios todavía de estreno, desamparó
el carromato deslizando con habilidad sus nalgas, apenas cubiertas por una
arrugada falda resistente a lisuras gravitatorias, hasta tocar zona firme.
Desoyó el insulto que la persiguió, y otro
insulto, y otro grito, hasta que por fin, cesaron en otro gruñido frustrado. Orientándose
en la penumbra, inició el regreso pisando con determinación.
El carro no
perdiera las hendiduras originales sobre el terreno, pues los embistes más las posturas, no se
realizaran con canallesca intención ni con salvaje ímpetu. Mejor le hubiera ido
si no la hubiera molestado; ella ¡con tanto que hacer, tanto que preparar! Era
la encargada de dirigir las clases de malabares con el aprendiz, la valoración mañosa
a la nueva chica del girahilos, incluso retorcer los pocos sueños que le
desaparecieran, tareas, todas ellas, más dignas que soportar un cuerpo blando que,
al fin, nada aportaba.
-¡Idiota!- pensaba mientras se bañaba
en noche- ¡Idiota! No estoy para perder
tiempo en juegos individuales, que para eso no necesito que alguien me oferte
un jergón descosido. ¡Ni para actor sirve, qué asco!
Recompuso su melena rizada con un suspiro
sin espejo, logrando un recogido desprendido con mechones bailarines sobre su
óvalo. Ya no era joven, aunque a ella no le importaba en absoluto envejecer, independizada
de los cataclismos colaterales propios de la juventud. La libertad que le
otorgaba sus aradas líneas faciales, estaba ampliamente compensada por el
acometimiento agradable de una solidez plena.
Continuaba lamentando el encuentro
desafortunado, diciéndose que no se pueden “abandonar las ovejas sin pacer”, expresión
heredada de su bisabuela, quién supiera si llevada por igual motivo que su
descendiente.
- ¡Cuándo pienso en
ése hombre insignificante, persiguiéndome durante semanas! Total, para qué…
¡debería haberme dejado pasar sin prometer lo que me prometían sus manos, su
apostura, su roce!
El camino era desnivelado, hacia el
racimo de casas menos temerosas, que lindaban con la llanura. Alcanzó el quinto
tejado por la derecha y dobló huellas dirigiéndose hacia una pequeña casa, tímida,
casi escondida carente de vallado protector. Destacaba el roble que distraía su
entrada, pues el poderoso tronco hacía pensar en un custodio atento, un
guerrero dispuesto a entrar en batalla si la persona que iniciara el paso bajo
sus grandes ramas, contuviera alguna sombra diabólica presta a manifestarse. El
ramaje formaba un respaldo que impedía distinguir con facilidad el resto de un
sotechado de tapias blanqueadas, hasta la ofensa de las contraventanas, con matiz azul.
Sobre un alero de orden escrupuloso, una
claraboya oteaba desde lo alto, signo del reto de una buhardilla chismosa. El
tejado se deslizó en dos aguas antes de que los pies de la mujer alcanzaran la
puerta de entrada.
Una piedra recibió un puntapié con más
energía de la necesaria, para ser testigo de cómo la dueña se dejaba caer al
final del sendero.
Se echó a llorar, junto con la piedra,
la buhardilla, el camino, el árbol y el recién llegado amanecer.
Odanea.
Comentarios
Y ¿si es una metáfora de quién crea en otra persona, expectativas que se frustran? ¿Y si han prometido en vano, conociendo con anterioridad su incapacidad? 😯