Infimidades.
Intrigo una pinza con dos dedos opositores. La porción de piel que atrapan me hunde en miles de pensamientos sombríos. Es un gran trozo de grasa la que se muestra, como recién despertada hacia la proyección saliente de mi figura. Igual que un apéndice o forúnculo repugnante. Esta lucha no parece tener fin. A pesar de los retortijones y el dolor de estómago. Esto sucede en mi cintura, pero no me detengo y deslizo mi mano hacia mis caderas. Aquí sí que la maniobra es fácil, un acolchonamiento instantáneo se produce con la presión. Piel de naranja llaman a esto los poetas, yo, le llamo descuido, le llamo vergüenza, me increpo imbécil, me reconozco ineficaz en mi empeño.
Estoy a tres pasos del espejo. Me miro, como lo haría un diseccionador novato con presto cuchillo; escudriñando cada milímetro corporal, en cuadriculadas secuencias. No soporto mirarme entera, temo descubrirme ondulaciones que hasta el momento desconozco. Voy bajando el albornoz poco a poco, verificando los poros que pinzo con dedos mortificantes.
Antes, en la ducha, no he bajado la mirada, para no observar mi vientre cuando lo enjabono, es demasiado pronunciado, siempre duro, pero oscilante. También tengo la costumbre de cerrar los ojos bajo el agua para frotarme los muslos, de la forma recomendada: en círculos que los conviertan en esbeltos y suaves. Nunca llegan a la medida deseada, ésa que a la cinta métrica le gustaría.
Subo en la báscula. Descalza. Todos los días a la misma hora. A veces, más veces. Otras, casi ni bajo de ella. Apenas me he secado el pelo. Aguanto la respiración ante la inminente aparición de los números. He perdido un kilo, debido sin duda al tiempo extra que empleo en el gimnasio y a los nuevos laxantes que recomiendan por internet, las páginas especializadas. Gente como yo, con esta extraña ocupación.
He establecido una competición conmigo misma, y por eso, me veo obligada a ganar. La meta es perder peso hasta el infinito. Todo lo que pueda. Soy organizada, práctica y tenaz. También es una forma de mantener mi cuerpo lo más puro posible, de liberarme de las tentaciones, de perder la palabra mujer que me araña los ovarios, hinchándome los pechos. Hace ocho meses tuve mi última menstruación. Conseguí que desapareciera, pero si me siento igual de gorda que antes, tengo que solucionarlo. Si no el sueño no llegará a arroparme, cariñoso, en la oscuridad.
Tendré que bajar el número de calorías, y de ingesta. Hago un recuento rápido con los dedos: en el desayuno; manzana, la comida; yoghourt y manzana, de cena; manzana. Tal vez pueda restringirla a tres piezas de manzana diarias, o mejor; media al desayunar y yoghourt sólo antes de dormir. La manzana es una de las frutas más saciantes y quitahambres del panorama frutero. Y tiene poquísimas ínfulas energéticas. Creo que entonces me saldría mejor, porque, aunque me fastidia reconocerlo, el sabor de un buen lácteo desnatado color limón, me encanta. Sería una pena dejar de paladear ése manjar, pero estar lo más delgada posible es un objetivo del que dependen otros muchos que deseo alcanzar.
Aparecer delgada. Elegante. Alta. Esbelta. Ser especial, ser distinta, ser perfecta. Un hilo vertical, sin necesidad de ser querida, de ser apreciada. Mostrar sólo lo mejor de la persona que se enseña. Mariposa etérea, junco flexible, serena brisa. Muda, callada, silenciosa. Cariñosa sin roces; un ser azucarado y dulce, dulce, dulce. Buena, paciente, agradable. No arisca ni combativa. Ser otra que no soy ahora, diagonalmente opuesta a la oronda que fui, la que todos conocieron; con menos centímetros de más en la barriga, en los mofletes, en mi trasero escondido bajo flojedades cómplices. Ser menos deseada, de figura andrógina, para que el cuerpo y el sexo no reclame saciedad, para que la gente que me ve, se cuelgue del color de mis ojos, no de las curvas de mi cuerpo, demasiado impregnadas de deseo, pero sí poseer la apariencia de un espejismo de ensueño. Volverme quebradiza, sabiendo que me desharía entre los brazos de quien quisiera abrazarme. Si me dejase, que no es el caso. Tan poca cosa soy. Necesitaría que me mirasen dos veces para encontrarme. Sobre todo anhelo tener el control sobre algo. Sobre mí. Todo lo demás me rehúye. Lo que fui, lo que pude ser.
Palpo mis huesos, es necesario hacerlo varias veces al día para confirmar que no se tapan con carne. Me tranquiliza saber que mi sistema óseo está impoluto, fuerte, sólido; ahí, pese a que si desapareciera, hundiéndose mi mano dentro de, no ya de mi carne, sino de la nada que habría dejado mi cuerpo, sería el éxtasis de la felicidad. Lloro mientras me rozo las costillas, una a una, distingo cada hendidura de mis cartílagos, casi hasta dolerme. Es una purga por no alcanzar ser otra. Una autoflagelación.
Si lo pienso, encuentro el origen de este desbarajuste, vacío en el que estoy encantada y horrorizada de caer. Este suicidio lento y rápido que me lleva a someter mi mente a una sola ocupación cien veces al día, sin satisfacerme jamás. Puede que llegue a ser una partícula de cien gramos, de cincuenta, de veinticinco, nadie se ha empeñado tanto en borrarme, nadie me odia tanto como yo misma. Quisiera no pensar, el cerebro también es un peso, encima, necesita glucosa para subsistir. Es un derroche exigente que no me compensa.
Recuerdo. Fue cuando alguien trato de envenenarme. Alguno de aquellos en los que confiaba. Víboras que deseaban malograrme. Cuando ingerí aquel líquido asqueroso y corrosivo que tuve que volver a pasar por mi garganta y mi tráquea, de vuelta al exterior, quemándome ambos con todos los anexos. Me intentan convencer que fue un “desgraciado accidente”. Que fue culpa mía. Qué lo superaré. No escuchan. Sé que la verdadera culpable fue mi docilidad, mi inocente confianza, mi deseo de agradar a todo el mundo. Ser una hormiga en un mundo de gigantes. Yo, que me creía diosa de algo. Una actitud tan dañina como cualquier otra. Así me fue. Tan caustico era el contenido de la botella que surgió disfrazada de agua mineral, que proyectaron sombras chinescas en las miradas de los presentes, mientras me retorcía de dolor en el suelo del escenario. Mi voz agonizaba, convertida en un amasijo de carne viva que me impidió hablar durante meses. También ingerir alimentos. Me vi obligada a un ramadán perpetuo que se afianzó en mis células como modo de supervivencia. De cuerpo de soprano a cuerpo de arpa. A raíz de aquello, me cambió la voz, un robo que rasgó en universo infinito de pedazos mi partitura musical. Ya no puedo cantar ni dentro de mi cabeza. Un zarpazo desgarró la sección de mi cuerpo que era valorado, que era inusual, extraño, lo único que valía del resto de mi persona, con físico vulgar, con inteligencia vulgar y con el más común de los estilos. Yo soy yo, la del montón.
Ahora me ocupo de los detalles del escenario, callada y sola: soy la última del coro. Portadora de trastos. La última de todo. En la cola de la vida, de los míos, de los de antes, de mí misma. Jamás volveré a cantar encima de un escenario, ni debajo, para nadie, ni siquiera en soledad. Mis sonidos son falsos, no siendo reconocidos por los oídos ni por la mente que me escucha. Son chirridos desagradables, aclamados por el desprecio, mientras gorgotea de placer al verme incendiada por dentro.
Me conozco espiada, vigilada con lástima, que estalla contra mí con la fuerza de un huracán.
Que yo fuera una gran dama de la ópera, no le daba derecho a nadie a ser envidiosa, ni vengativa, ni celosa, ni a tratar de matarme. Pero tampoco he llorado mi desdicha. No me lo permito. Si así sucediera, temo que no cesaría jamás, me licuaría, duraría mi llanto un millón de años.
Y ahora tengo otra ocupación, una mortificante e insana, sí, pero legítima y mía. Nadie podrá robármela nunca. Hasta que desaparezca, y con ella, esta voz rota e impura. Imperfecta. Perfectamente imperfecta.
Y, como toda imperfección, deseablemente prescindible.
En ello estoy.
Comentarios
Me ha encantado enhorabuena
Saludos
Deberías potenciarte más... Sigue alimentando con palabras, sigue engordando nuestra necesidad de lecturas, nuestras carencias, nuestros estados carenciales, esperan, sin duda... el próximo menú literario.
Y te he leído justo antes de cenar, qué faenón... En fin, veré un poco la tele, a ver...
Pero esta noche esconderé la báscula debajo de la cama, como si se tratase de un fantasma. Lejos, la medida del tiempo corpóreo, lejos lo quiero hoy.
Un abrazo.
Y felicidades.
Mario
Me alegro que te haya gustado,
40añera; saludiños para tí también!
Es posible que surja enorme e imparable.
Pero seguro que tú sabes como mirarla de reojo hasta intimidarla.
Un saludiño nada hambriento...
Un abrazo.
Comencé identificándome con una mujer cualquiera, luego supe de su horrorosa enfermedad (tristemente bien popular). Más tarde, me contó su vida, la pérdida y el abrazo de su nueva y quizá mortal ocupación.
Como de costumbre, he estado casi paralizada leyéndote.
Magnífico texto.
Bicos.
Uuuufff:::!!!
Me faltan palabras para decirte algo hoy...tu utilizaste las mejores las más certeras, las que abren un mundo infinito de sensaciones, en la mente humana.
Un beso querida amiga
Mientras te leía pensaba más que en una radiografía de lo que es la anorexia, es un escanner o una exploración más minuciosa, un TAC.
Está tan bien descrito que no se puede añadir nada. Por qué se llega a esa radicalización, sufrimiento de un mismo casi flagelación voluntaria y particular... habrá tantos motivos sicologicos: falta de autoestima, de seguridad, etc.
Es un gusto leerte. Tardas... (lo siento, me tomo esta licencia...) pero sin duda, merece la pena pasar por tu ventana para comprobar que no has escrito nada o si, como hoy.
saludos.
Cembiaré. Me superas.
Un beso, Susi.
Tienes un premioen mi blog.
Muchos besos.
Un texto desgarrador.
Un abrazo.
Pero es un texto extraordinarios, soliloquios magistrales de esta Susi Romero De la Torre que nos conmueve a todos.
Abrazos, amiga
Muchas gracias!
Aunque la motivación principal del personaje es distinto, en esta ocasión. Como las personas, cada una llena de variedades, también intenté sacar la etiqueta del porqué de esta obsesión.
Saludiños cercanos!
Abrazo, amiga!
Me gusta sorprender, por eso el giro en cuanto al relato anterior, lo de la tardanza es por falta de tiempo...
Gracias por visitarme.
Después de guerrear, jamás nadie se ha quedado de piedra; demasiada adrenalina circula por las venas.
Un saludo enorme
( ¡esculpido en piedra! )
incluso en la ultima fila del coro.... tengo que reconocer que he estado un rato leyendo tu excelente texto, y desde aqui te animo a seguir con la cabeza siempre alta mirando de frente.
has estado excelente amiga,
siempre es un placer leerte.
que tengas una feliz semana.
La guardaré con mucho cariño, sabiendo que la compartimos!
Feliz semana!
El dolor de esta mujer ha adquirido esta forma, como podía haber tomado otra distinta si no se dieran los elementos circunstanciales que rodearon el punto de inflexión que has comentado.
Recibo tu visita con gratitud.
Un saludo!
abrazos!
me voy unos días.
volveré.
Para mí también ha significado algo este relato.
Abrazo desde Galicia!
es que fomentas la empatía,
al vestirte en otras pieles, incluso en las contrarias a una misma.
Acepto el consejo con gran humildad y agradecimiento, Ricardo!
( Bonito no puede ser, jamás,
las flores también se alimentan )
Me encantará que cumplas tu afirmación, moderato_Dos_!
Los trastornos alimenticios son algo más que una enfermedad, ya que evidencian carencias con raíces en la psicología y en la biología.
Recientemente he leído mucho sobre esto.
He tenido razones de primera fila para hacerlo.
Por tanto me toca la fibra sensible.
Quizá el abanico de razones que alega la protagonista del relato sean de ayuda para intentar entender esa autoflagelación.
Quiero entender.
Y tú me has ofrecido ayuda.
Gracias siempre, por traer verdades feas de la forma más bonita que se podría imaginar.
Pero sin duda, creo que ha sido el "cómo llegó has allí" la gran guinda del relato.
Un saludo
Es para mí, como todos tus seguidores, un gusto enorme recrearnos en tus palabras y relatos.
saludos.
Pesadillas reales, psicología y calidad literaria...Como siempre, he disfrutado muchísimo leyéndote! Eres tremenda!
Un abrazo!
Saludos y un abrazo.
Un beso Susi.
Se autocastiga.
Es para meditar sobres los autocastigos que nos infligimos a veces de forma inconsciente.
Besos.
lamento mucho que tengas algún caso cercano, por el contrario me alegro de tu afirmación de que mi relato te ha servido de ayuda.
Una fea verdad... con ramificaciones.
Saludiños con sonrisa.
Siempre hay algun desencadenante, ya sea desgarradoramente dramático, o no... en los cambios de actitudes ante la vida. Esta enfermedad supone una obsesión que la encierra, sin permitirle avanzar más.
Cordiales saludos.
¡Es un placer recibir tu visita!
Buen día!
Lo importante es dar valor a las prioridades. Aceptar que no podemos ser perfectas, ni queremos,
( el coste es demasiado alto)
Gracias, Sonrisa de Hiperión!
gracias por pasarte por esta papelera. Saludiños!
Cuánto podemos llegar a odiarnos dentro de nuestra propia piel!
Un cordial saludo.
Por cierto, ¿donde está tu isla?. Por más que pienso no doy con ella.
Al menos ahora ya di con tu nombre.
la respiración hasta el final
de la historia.
Terrible enfermedad que hace
que uno sea extraño en su propio
cuerpo,capaz de llegar a aniquilarlo.
Un grandísimo texto.
Un abrazo grande, grande.
Bicos imperfectos
Me alegro mucho de que te haya agradado mi relato.
No pienses más en mi isla, podría ser imaginariamente filosófica
( a-illa-dos) o también real...Cortegada, Arosa, Cíes, Ons, Sálvora, La Toja... tiene Galicia tantas posibilidades bonitas, duraderas o temporales!
Abrazos grandes!
Tienes razón, amiga,¡Qué extraña especie animales somos, capaz de quitarnos la vida, obviando el instinto natural de la supervivencia!
Tu luz, siempre bienvenida!
Unha muda que penso ben feita.
( Asi non me preguntarán máis o porqué de ese nome...)
Un saúdo, Chousa!
Gracias por tu comentario, eres un ramillete de colores hermosos!
Besos mediterraneos amiga, me encanta leerte siempre!