Desequilibrando...

He descubierto, encorvando una de las esquinas de mis ruinosos sesos, que soy el personaje de una novela, una marioneta con sucios hilos en manos de un titiritero afectado por ponzoñosas y retorcidas inclinaciones. Un antihéroe o un perdedor de los finales felices; ahora están de moda los finales traumáticos, tal vez, estoy en un film “gore” abocado a un destino de parca afilada y cortante.

Ya me imagino repleto de sangre y llena mi boca con mis propios huesos troceados, resbalando sobre vísceras tapizando el suelo, con las arterias igual que surtidores dadivosos… amoratados intestinos y gorgoteos de pescuezo seccionado. Estoy en el entramado de una película de suspense, tal vez de un videojuego con violencia gratuita y cara envoltura. Un Neo encogido en medio de una placenta química, un feto gigante con recubrimiento de materia inorgánica. Soy un involuntario elegido en un casting diabólico. De ahí toda esta situación y el hecho que se escape el futuro de mi conocimiento; pertenezco a un guionista que no conoce la terminación de mis días. Alguien lo suficientemente mediocre para dejar que la acción se resuelva en sí misma, como si yo tuviese vida propia dentro de este sarcófago.

Torturándome sin sentido, sin un objetivo, sin compasión ni empatía; verdugo cruel que te regodeas en mi desgracia.

Igual mis captores saben seguir una claqueta directriz que yo ignoro.

No cabe la menor fluctuación del pensamiento, soy el bueno de una serie de malos, de una novela de tragedia cineasta que aspira a atragantar con palomitas y refrescos a una muchachada en sesión de barrio. Y de las primeras páginas partirán mi martirio hasta las últimas, oh, claro, se dirán, se muere, bueno qué, tenía que morirse, queda muy bien como final!. Incluso habrá alguien que deseche el libro, por no aportar emoción suficiente; y yo aquí, con mis círculos concéntricos, con mi vil garrote atormentándome para que no consiga recrear una mañana dorada en la que salgo con la brisa negra y el tiempo blanco.

Qué importancia puede tener una muerte más, la mía entre las miles idénticas que se reflejan en los diarios de pequeños titulares. De ahí mi postura forzada, este escenario sádico y teatral, que hiede mi olfato y raya diseccionante las capas que componen mis ojos; la incertidumbre ante el destino que me aguarda. Ahora que me doy cuenta, es posible que pertenezca a la diversión perversa de algún maniaco. No me extrañaría verme en una cámara de televisión, contemplado con asco, compasión y morboso placer.

Sería posible que tenga espectadores aguardando mi fin. Prestos para aplaudir o silbar mis lloros, mis gritos o mis movimientos autistas con los que golpeo la cabeza contra la pared.
Resuena a hueco, a sordo, a tonos graves, a trombón ronco, a bajo, al entrechocar de un coche contra otro. Suena a término, a un “acabose” determinante.

Soy una víctima, patética amalgama formada por delirantes y atormentados personajes. Un diorama susceptible de ser iluminado y contemplado en dos imágenes contrarias. Actor principal sin vocación e artista por accidente de papeles secundarios; me ha tocado interpretar todos. Sé que mis divagaciones son producto del dolor de los golpes, del miedo, del acorralamiento, del terror ante lo infinito. Aquí hay más cantidad de “yoes” que en mí mismo en estado normal, sin alteraciones libertarias, reductos de maneras anarquistas sometidas ahora bajo tirana dominación.

Jose, ya no piensas bien...

tu razonamiento sucumbe, desequilibrado… Y cae… derrotado…

Siento que la locura se está apoderando de mis reblandecidos miolos, ya no insidiosamente, sino con franca, abierta y descarada posesión.