Un día de Reyes cualquiera...(1)

Un cuento de unos Reyes cualquiera…
Allí, estábamos… Sí, en la carretera. Ella y yo. Bueno, ella, yo y los niños, claro, que alborotaban de vez en cuando en los asientos de atrás. ¡Ja!, ¿quién me lo hubiera dicho?… ¡a mí!, ¡que me encontraría en situación semejante!
Se burló de mí. Tan pronto como se lo intenté contar. Ella era así. Mi quehacer, impuesto para esa mañana la había alterado. Tenía otros compromisos, por lo visto…
¿Y qué culpa tengo yo? Pues ninguna o toda. Toda.
Al darse cuenta de que era en el día de Reyes, uf… y es que no me oía ni a medias. Claro que esos imprevistos nos afectaban a todos, a nosotros y a los niños. Por eso, allí estábamos. En aquel coche, iniciando un viaje que parecía abocado hacia del esperpento y al sub-realismo más retorcido.
Estaba yo al volante, de ese coche vendido hacía ya dos semanas. Ella de copiloto, a mi lado, con una cara de circunstancias que me estaba poniendo enfermo.
Sus labios se estiraban casi hasta tocar el parabrisas. Tenía restos de brillantes purpurinas en las mejillas, pero no parecía feliz. El brillo no le bastaba para llamar a su sonrisa y a esa dulzura que ya no le recuerdo. Viré en una curva, ante un cartel indicador. No faltaba demasiado para llegar a mi destino.
Detrás de mi asiento, Yago. Jugaba con su recién estrenada consola-play-mp4, o “ sabeDiosqué”, pero sin el sonidito torturante que acompaña siempre a esos aparatos. ¡Quién diría a todas las anteriores generaciones, partidarias del : va a venir el coco a comerte… que sería realidad en forma de comecocos con lucecitas, devorándoles el cerebro a través de los ojos. Y con todo el consentimiento del mundo.
¡Qué ironía!
Nadie me preguntara mi parecer… era uno de los Reyes Magos Invisibles, y notemetas, quedeestomeocupoyo.
Ania viajaba absorta en el paisaje o en sus pensamientos. Nunca he conseguido saber qué piensa, aunque ahora me doy cuenta de que no deseaba saberlo. En sus pequeñas manos, la última muñeca “ nosequé” con el modelito “nosecuántos”, de la cual parecía aburrida. Casi hastiada. Tal vez hubiera sido mejor haberle regalado el microscopio que ella pidiera en su
“Carta a los R. Magos”. ¿No?
Una recta se me estaba atragantando. Interminable carretera, sintiendo su mirada fija como queriéndome taladrar el cerebro. No conseguía entender a aquella mujer, que era la mía. ¡Podía mostrarse alegre, por los niños, o por el regalo que yo le había hecho, por lo menos!
Verás… eran unos pendientes con brillantes, mezcla de oro blanco y mate. Ni me los agradeció. Tan altiva, ella. Cómo si todo se lo mereciera sin esforzarse en alcanzarlo. A mí me parecían muy bonitos, de verdad. Preciosos y caros. Costaron una pasta. Para nada. Para que no colgara una tenue
( hubiera bastado) inclinación en las comisuras de los labios.
Al día siguiente quizás planeaba cambiarlos, no lo sé. No me acuerdo. No me importa. Así era ella.
Así éramos, en aquella mañana.
Comentarios
Conclusión: no regalar nada que no se esté seguro que va a gustar...
Hummmm... no seamos agoreras que yo espero a los Reyes Magos con "mucha curiosidad"!!!!
Muchisimos besos y abrazos.
Gracias por visitar esta humilde papelera!!!
Es real,Lobito, algo que alguien me contó un día. Yo también espero a los R.M. con curiosidad, ( casi he "batido" los regalos que he visto con mi nombre bajo el árbol )
A ver...
Merce, tontería y hastío, se puede resumir en eso, cuando la ilusión huye...
Unos bicos enormes!
...y lo del comecocos, jaja, que bueno!!
muchos besoss